Amy Edmondson en su libro: “ Right kind of wrong. The
science of failing well”, plantea que fracasar o errar bien es duro por tres razones; aversión,
confusión y miedo. La primera aversión la hemos analizado en la entrada anterior. La segunda es:
II.- CONFUSIÓN
Aunque “falla rápido, falla con frecuencia” se haya convertido en una especie de mantra en
Silicon Valley para celebrar los fracasos, está claro que un cirujano cardiaco
o una compañía cuyo responsable de una planta de ensamblaje de automóviles
falla constantemente no pueden permitirse subscribir esa idea.
La confusión creada por este mantra puede reducirse si
entendemos los tres tipos de fallos y cómo importan las diferencias en los
contextos. Los fallos van a ser más frecuentes en contextos noveles que en
aquellos ya consistentes, por lo que no deberían alterarnos tanto, pero la amígdala,
la parte del cerebro responsable de activar las respuestas de lucha o huida,
detecta las amenazas independientemente del contexto. Además con frecuencia nos
encontramos antes contextos variables, aquellos momentos en nuestras vidas en las
que el conocimiento parece que existe para que sepamos manejar un tipo
particular de situación pero, de repente, surge algo desconocido. Esto ocurre por
ejemplo cuando los facultativos se encuentran en urgencias con un paciente que
presenta un conjunto de síntomas desconocidos.
CONTEXTO |
Consistente |
Variable |
Nuevo o inédito |
Ejemplo |
Línea de ensamblaje de vehículos |
Quirófano |
Laboratorio científico |
Estado del conocimiento |
Bien desarrollado |
Bien desarrollado pero susceptible a la
aparición de hechos inesperados |
Limitado |
Incertidumbre |
Baja |
Media |
Alta |
Tipo de fallo más frecuente |
Fallos básicos |
Fallos complejos |
Fallos inteligentes |
Nuestra confusión en relación con los fracasos facilita que
surjan políticas y prácticas ilógicas. La autora comenta, por ejemplo, que en
una reunión con altos ejecutivos de una firma financiera en abril de 2020 en la
que éstos explicaban que la aceptación y el entusiasmo por los fracasos y el consecuente posible aprendizaje era
aceptable cuando los tiempo eran buenos, pero que en ese momento, en el que el
futuro parecía incierto perseguir el éxito sin fallos era más imperativo que
nunca.
Estos ejecutivos inteligentes deben repensar lo que implican
los fallos:
a).- Primero porque la necesidad de un aprendizaje rápido de
los fallos es más crítica en tiempos de turbulencia e incertidumbre, sobre todo porque en ellos es más frecuente
que se produzcan.
b).- Segundo porque aunque el hecho de recomendar a las
personas que minimicen los fallos básicos y complejos puede ayudarles a que se
centren, dar la bienvenida a los fallos inteligentes se mantiene como algo
esencial en cualquier organización.
c).- Tercero porque deben reconocer que el resultado más
probable de prohibir los fallos no es alcanzar la perfección, sino no escuchar
nada sobre los fallos que pudiesen estar ocurriendo. Cuando las personas no
hablan sobre los pequeños fallos, como un error contable, pueden éstos
convertirse en mayores fallos, como grandes pérdidas financieras.
El instinto a exhortar a las personas para realizar su mejor
trabajo en tiempos complicados es comprensible. Es tentador pensar que de esta
forma podemos evitar todos los fallos, pero no es correcto, ya que la relación
entre el esfuerzo y el éxito es imperfecta. El mundo a nuestro alrededor está
cambiando constantemente y nos presenta nuevas situaciones. Los planes mejor
definidos tienen problemas en entornos inciertos y hasta cuando las personas
trabajan duro y están comprometidas a hacerlo bien, los fallos son posibles
ante nuevas situaciones.
Además si consideramos lo que ocurre cuando los altos
ejecutivos o padres, por ejemplo, dicen que los fallos no están permitidos y
que solo son aceptables buenos resultados, vemos que éstos no desaparecen, sino
que se esconden “bajo tierra”. La meta de fomentar la excelencia puede ser
buena pero está en la naturaleza humana esconder la verdad cuando está claro
que compartirla nos va a traer un castigo o la desaprobación. Nuestro miedo al
rechazo es la tercera barrera en la ciencia de fallar bien.
III.- MIEDO INTERPERSONALAL AL ESTIGMA DEL RECHAZO
SOCIAL
Junto a nuestra aversión emocional y confusión cognitiva
encontramos un miedo profundamente enraizado a quedar mal a los ojos de los
demás. El miedo inducido por el riesgo al rechazo social puede remontarse a
nuestra herencia evolutiva cuando el rechazo podía significar literalmente la
diferencia entre mantenernos vivos o morir de hambre o de exposición. Nuestras
mentes modernas son incapaces de distinguir entre el miedo al rechazo que es
irracional en la mayor parte de los escenarios de los miedos más racionales.
Investigaciones realizadas por Matthew Lieberman y Naomi Eisenberger muestran que
muchos de los circuitos cerebrales para el dolor físico y el social se solapan
entre sí.
El miedo activa la amígdala induciendo la respuesta de lucha
o huida, que puede implicar el hacer lo que sea para no parecer que hemos hecho
algo mal. La respuesta al miedo diseñada, en sus orígenes para protegernos
puede ser contraproducente en el mundo moderno cuando evita que asumamos los
pequeños riesgos interpersonales que son esenciales para expresar nuestras
opiniones o probar cosas nuevas.
El miedo inhibe el aprendizaje. Diversas investigaciones
muestran que el miedo consume recursos psicológicos, desviándolos de las zonas
del cerebro que gestionan la memoria y procesan nuevas informaciones, e
impidiendo el aprendizaje y, por tanto, el aprender de los errores y fallos. Es
difícil que las personas puedan trabajar bien si están asustadas y
especialmente aprender de los fallos porque hacer esto es una tarea con una
gran demanda cognitiva.
El miedo, también, dificulta que hablemos de nuestros fallos,
sobre todo en esta época de redes sociales en la que la presión para parecer
que siempre tenemos éxito es más grande que nunca. Por ejemplo, estudios muestran
que los adolescentes actuales están
obsesionados con ofrecer una versión muy positiva y atractiva de sus vidas,
continuamente comprobando si han recibido “likes” y sufriendo emocionalmente
por comparaciones o desprecios, reales o imaginarios. Nuestra respuesta
emocional ante un rechazo percibido pero irreal, es similar a la que
experimentamos si el rechazo es real
El verdadero fracaso es creer que los demás nos van a
apreciar más si estamos libres de fallos. En realidad apreciamos y nos gustan
las personas que son genuinas y sinceras y que se interesan por nosotros, no
aquellas que presentan un exterior perfecto.
Contar con un entorno de seguridad psicológica es el antídoto
ideal para vencer el miedo interpersonal que nos impide fallar “bien”. Las
investigaciones realizadas por la autora han mostrado que un entorno de seguridad
psicológica ayuda a los equipos a evitar fallos prevenibles y a perseguir
fallos “inteligentes”. El reducir las barreras interpersonales a “fallar bien”
permite que las personas puedan asumir nuevos retos con menos miedo y puedan
intentar tener éxito y, en caso negativo, aprender de la experiencia.
En la actualidad pocas organizaciones ofrecen la seguridad
psicológica necesaria para aprender de los fallos. Esto ocurre, con frecuencia,
por las dudas que se plantean los directivos en relación a cómo pueden
responder de forma constructiva ante los fallos sin fomentar un desempeño
laxo o, si los profesionales van a
realizar su mejor trabajo si no se les considera responsables de hacerlo. Los padres
se hacen en este sentido las mismas preguntas.
Estas preocupaciones provienen de una falsa dicotomía. Una cultura
en la que es seguro hablar de los fallos cometidos puede coexistir con
estándares elevados. Esto es verdad ya que el concepto de seguridad psicológica no es sinónimo del “todo
vale”. Un entorno laboral puede ser psicológicamente seguro pero esperar que
los profesionales realicen un excelente trabajo y cumplan los plazos, por
ejemplo.
Pero insistir en estándares elevados sin seguridad
psicológica constituye un receta de fracaso seguro. Las personas tienden a
estropear las cosas, aunque sepan hacerlas bien, cuando están estresadas. Lo
mismo ocurre cuando nos gustaría preguntar cómo hacer algo pero no nos
atrevemos, es más fácil que cometamos errores. También cuando las personas se
encuentran con fallos “inteligentes” necesitan sentirse seguras para hablar a
los demás sobre ellos. Estos fallos útiles dejan de ser “inteligentes” si se
repiten una segunda vez.
Para vencer las barreras que nos encontramos y dificultan que
fallemos “bien”, Edmondsosn sugiere:
CAUSAS |
QUÉ AYUDA |
Aversión |
Reformular para construir atribuciones sanas |
Confusión |
Un marco para discernir los tipos de fallos |
Miedo |
Seguridad psicológica |
Los fallos nunca son divertidos, pero con práctica,
utilizando nuevas herramientas y perspectivas pueden ser menos dolorosos y
puede ser más fácil aprender de ellos. Nuestra aversión instintiva a los
fallos, nuestra confusión sobre sus diferentes formas de presentación y nuestro
miedo al rechazo nos mantienen estancados. La vía de salida comienza por reformular
lo que implican los fallos y establecer perspectivas realistas sobre ellos. Desde
los pequeños contratiempos que experimentamos en nuestra vida cotidiana a las
muertes trágicas que ocurrieron en a primera época de la cirugía cardiaca
abierta, los fracasos son partes inevitables del progreso.
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