Theodore Kinni, en
strategy+business del pasado 2 de abril, plantea que en las ocasiones en las que
la lealtad se considera como una obligación del profesional se refiere a la
lealtad hacia la organización o hacia la misión de ésta y no hacia la cúpula
directiva de la misma.
Esto no significa que
obtener la lealtad de sus colaboradores no
sea importante para los líderes. Es fundamental ya que los líderes necesitan
personas que se mantengan a su lado cuando los tiempos se vuelven complicados,
que no les desautoricen al ejecutar los planes, que confiaran en ellos cuando
el camino hacia delante no esté completamente claro y que no les “venderán” a
la más mínima ocasión.
El autor sugiere que
existen fundamentalmente tres enfoques para procurar contar con profesionales leales.
Éstos son:
1.-
LA PROMESA. Consiste en la demanda explícita, como
por ejemplo ocurría con los caballeros jurando su lealtad al rey. Pero los días
de los juramentos individuales de lealtad a un individuo determinado ya se han
acabado. En los casos en que se utiliza suele ser el del juramento o promesa de
lealtad hacia una constitución o país.
El problema que surge,
con más frecuencia, de las exigencias explícitas de lealtad es que cuando la lealtad
se convierte en una exigencia, las personas que están dispuestas a
comprometerse sin ninguna reserva suelen ser mentirosas o inconscientes y
depender de ese tipo de profesionales para alcanzar los objetivos de la
organización no parece una apuesta muy segura. Las personas éticas e
inteligentes con las que nos gustaría contar realmente no van a aceptar
ciegamente y sin cuestionar esta condición para trabajar con nosotros, van a
sospechar que tenemos motivos ocultos y no van a querer colaborar con nosotros.
2.-
EL PALO. El segundo enfoque es el del refuerzo negativo.
Aquellos que consideramos que han actuado con deslealtad son humillados,
castigados o expulsados.
El problema que surge al
utilizarlo es que los líderes que lo utilizan rara vez definen claramente la
línea que separa la lealtad de la deslealtad, con lo que los profesionales no
saben que se interpreta como lealtad y que van a ser “sacrificados” si cometen
el error de cruzar la línea y actuar “deslealmente”.
La consecuencia es que
aparecen:
a).- El miedo. Los
profesionales no se van a atrever a decir o hacer aquello que pueda parecer
desleal y por tanto no van a avisar a sus superiores de que están cometiendo
errores ni van a confesar cuando ellos mismos son los que se equivocan. Esta
situación expone a la organización a los peligros del pensamiento grupal, al
bloqueo en las líneas de comunicación y a una cultura de paranoia, los cuales
inciden negativamente en el desempeño óptimo.
b).- El odio. Como han
podido comprobar los emperadores, dictadores o tiranos durante siglos, aquellos
que gobiernan por el miedo o por órdenes o decretos al final son “apuñalados”
por la espalda por sus colaboradores debido al resentimiento que han generado.
3.-
EL ACUERDO. Es el único enfoque razonable. La lealtad
hay que ganarla y para ello los líderes deben considerar la lealtad como un
resultado y no un input. No se puede obtener a través de una promesa explícita
ni coaccionada a través del miedo, por el contrario debe ser una concesión voluntaria
y libre.
Para conseguir la lealtad
de los colaboradores los líderes deben actuar de forma honesta, justa y leal.
Si éstos ven que su líder es leal hacia ellos corresponderán de la misma forma.
Es importante, también, que los líderes respeten los valores y ética de sus
profesionales. Cuando los líderes realizan el esfuerzo consciente de evitar pedir
a sus colaboradores que participen en acciones que puedan violar sus creencias la
lealtad y el esfuerzo unificado necesario para alcanzar metas retadoras fluye
libremente.
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