Annie Duke, en “Thinking in bets. Making smart decisions when you don´t have all the facts”, utiliza sus conocimientos como experta jugadora de póker para revelar cómo podemos sentirnos cómodos en situaciones de incertidumbre y adoptar buenas decisiones en cualquier situación.
Los seres humanos tenemos
la tendencia a equiparar la calidad de una decisión con la calidad del
resultado. Los jugadores de póker avezados por el contrario avisan de los
peligros de caer en la tentación de cambiar de estrategia sólo porque unas
pocas “manos” no han ido bien.
Si seleccionamos, por
ejemplo, la que imaginamos que ha sido la mejor decisión tomada el pasado año y
la peor seguramente nos encontraremos con que la mejor ha obtenido un buen
resultado y la peor un mal resultado. Establecer una relación demasiado
estrecha entre los resultados y la calidad de la decisión afecta nuestras
decisiones cotidianas y puede llegar a tener consecuencias catastróficas. Puede
facilitar, también que caigamos en el sesgo de la inevitabilidad que consiste
en que una vez que conocemos el resultado
considerar que éste era inevitable y decir, por ejemplo. “Debería haber
sabido que esto iba a pasar” o “Debería
haberlo visto venir”.
Ligamos las decisiones
con los resultados aunque podemos encontrar numerosos ejemplos donde esa correlación no es tan clara. Por
ejemplo nadie puede pensar que llegar a casa sin problemas tras haber conducido
borracho es una buena decisión aunque el resultado no haya sido malo. Cambiar
decisiones futuras basándonos en ese resultado afortunado es peligroso.
Los estudios de numerosos
psicólogos, economistas, neurocientíficos e investigadores cognitivos han mostrado
que los humanos frecuentemente somos víctimas de
la irracionalidad a la hora de tomar decisiones. Nuestras mentes han
evolucionado para crear certeza y orden por lo que nos sentimos incómodos con
la idea de que la suerte juega un papel importante en nuestras vidas. Reconocemos
su existencia pero nos resistimos a la idea de que independientemente de todo
el esfuerzo que dediquemos las cosas pueden no salir como queremos. Nos
sentimos mejor imaginando que el mundo es un lugar ordenado en el que la,aleatoriedad
no siembra el caos y las cosas son
perfectamente predecibles. Hemos evolucionado para poder ver las cosas así.
Crear el orden dentro del caos ha sido imprescindible para nuestra
supervivencia.
Por ejemplo, cuando nuestros
antepasados escuchaban crujidos en la sabana y de repente aparecía un león el
establecer la conexión entre crujidos y león
podía ser vital para sobrevivir. Michael Shermer en “The believing brain”explica por qué históricamente buscamos conexiones aunque éstas puedan ser
falsas o dudosas. Interpretar incorrectamente que el sonido ocasionado por el
viento significaba que un león se acercaba se llama error tipo I o falso
positivo y sus consecuencias son mucho menos graves que cometer un error tipo
II, un falso negativo, que consistiría en escuchar el sonido y asumir que se
debía exclusivamente al viento con lo que podía llegar a ser comido.
La búsqueda de la
certidumbre nos ha ayudado a nuestra supervivencia como especie pero puede ocasionar el caos en nuestra toma
de decisiones en un mundo incierto. Si analizamos los resultados de las
decisiones para ver lo que ha ocurrido podemos caer en una variedad de trampas
cognitivas como asumir una relación de causa efecto cuando sólo existe una
correlación o seleccionar exclusivamente los datos que confirmen la narrativa
que preferimos.
Diferentes funciones
cerebrales compiten para controlar nuestras decisiones. Daniel Kahneman popularizó en “Thinking fast and slow” la existencia del Sistema 1 o de
pensamiento rápido que incluye a los reflejos, impulsos, intuiciones y las
respuestas automáticas y el Sistema 2 o de pensamiento lento, responsable de la
concentración y la reflexión. Un enfoque similar es el que defiende Gary Marcus en “Kluge: the haphazard evolution of the human mind” , en el que plantea que
nuestro pensamiento se puede dividir en dos corrientes, la mente refleja que es
rápida, automática y en gran parte inconsciente y la mente deliberativa que es
lenta y juiciosa.
La diferencia entre los
dos sistemas se observa también en su origen, ya que el procesamiento
automático se origina en las partes más antiguas del cerebro, como el cerebelo,
los ganglios basales y la amígdala y la mente operativa opera desde la corteza
prefrontal. Ambas mentes son necesarias para nuestra supervivencia y
desarrollo. Las grandes decisiones sobre qué queremos alcanzar implican a la
mente deliberativa, pero muchas de las decisiones que tomaremos para actuar con
el fin de lograr esas metas ocurren en la mente refleja.
La mayor parte de las
cosas que hacemos cotidianamente son realizadas de forma automática. Tenemos hábitos
y estándares que rara vez examinamos y cuestionamos. El desafío no se encuentra
en cambiar la forma en la que el cerebro opera sino en ver cómo trabajar dentro
de las limitaciones que tiene.
Nuestra meta consistiría,
pues, en reconciliar los dos sistemas y
alinearlos. Los jugadores de póker, por ejemplo, tienen que tomar múltiples
decisiones que van a tener consecuencias financieras significativas en un corto
periodo de tiempo y para ello su mente refleja se tiene que alinearse con la
deliberativa y sus metas a largo plazo. Esto hace que el juego del póker sea un
laboratorio excelente para estudiar el
proceso de toma de decisiones.
Cada mano de póker
requiere al menos tomar una decisión y en algunos casos se necesitan veinte o
más. Durante un juego de póker en una mesa de un casino los jugadores pueden
llegar a jugar hasta 30 manos por hora por lo que cada una de ellas suele durar aproximadamente
dos minutos. Las sesiones de póker suelen durar varias horas lo cual significa
que un jugador toma cientos de
decisiones por sesión todas ellas a gran velocidad. Los mejores jugadores deben encontrar formas
de armonizar conflictos que parecen irresolubles.
Además, una vez que el juego
ha finalizado deben aprender de esa mezcla confusa de decisiones y resultados
para lo cual deben separar lo que es fruto del azar de lo que es consecuencia
de la habilidad. Esta es la única forma que tienen para mejorar.
Resolver el problema de cómo
actuar es más importante que el talento innato en el póker. Todo el talento del
mundo no va a ser de utilidad si un jugador
no evita las trampas más frecuentes de la toma de decisiones, aprende de los
resultados de forma racional y mantiene sus emociones fuera del proceso.
John von Neumann es el
padre de la teoría de juegos, que constituye la base para el estudio de la toma
de decisiones, ya que reconoce los retos que plantean las condiciones cambiantes,
la información oculta, la casualidad y el hecho de que muchas personas estén
involucradas en las decisiones y se inspiró para formularla en el juego del
póker.
Las decisiones que
tomamos en nuestra vida se ajustan con facilidad a la definición de von Neumann
sobre “juegos reales” ya que implican incertidumbre, riesgo y algún engaño ocasional que son elementos destacables
del póker. El problema surge si tratamos estas decisiones sobre nuestra vida
como si estuviésemos jugando al ajedrez.
El ajedrez se caracteriza
por no basarse información escondida y
por dejar poco o nulo espacio al azar. Las piezas están a la vista para que los
jugadores las puedan ver. Si perdemos un juego de ajedrez será porque nuestro
contrincante ha movido mejor las piezas que nosotros. Teóricamente podemos
volver hacia atrás para averiguar dónde cometimos los errores. Si uno de los
jugadores es un poco mejor que el otro casi inevitablemente ganará siempre. El
ajedrez, pues, a pesar de toda su complejidad estratégica no es un buen modelo
para la toma de decisiones en nuestra vida, donde la mayor parte de las
decisiones implican información que no tenemos y una mayor influencia de la suerte, lo que origina un desafío que no
existe en el ajedrez que es el de identificar las contribuciones relativas de
las decisiones que hacemos versus la suerte en la forma en que las cosas
resultan.
El póker, por el
contrario es un juego en el que la información que posee el jugador es
incompleta. Es un juego de toma de decisiones en condiciones de incertidumbre,
en el que información valiosa puede mantenerse oculta y en el que la suerte
juega un papel. Puedes tomar la mejor decisión posible con las cartas que
tienes en tu poder pero perder la mano porque no sabes lo que nuevas cartas o
las de los demás revelarán. Una vez que el juego termina y tratamos de aprender
de los resultados diferenciar la influencia que ha tenido sobre los mismos la calidad de nuestras decisiones del azar es
complicado. En el ajedrez los resultados muestran una conexión más estrecha con
la calidad de las decisiones.
La vida se parece, como
hemos comentado, más al póker. Si queremos mejorar en cualquier juego, igual
que en cualquier aspecto de nuestras vidas, tenemos que aprender del resultado
de nuestras decisiones, teniendo en cuenta que la incertidumbre a la que nos
enfrentamos normalmente da pie a que nos engañemos y malinterpretemos los
datos. Por tanto, debemos ser conscientes de que el asumir que nuestra toma de
decisiones es buena o mala en función de un pequeño número de resultados no es
la estrategia adecuada.
Von Neumann entendió que
la vida no nos revela con frecuencia esta realidad por lo que basó la teoría de
los juegos en el póker ya que comprendió que tomar mejores decisiones comienza
con la comprensión de que la incertidumbre puede ocasionar muchas jugarretas.
Otro problema con el que
nos podemos encontrar cuando tomamos decisiones exclusivamente fijándonos en
los resultados es que como frecuentemente sólo tenemos una oportunidad de tomar
una decisión esta situación nos pone bajo una gran presión de acertar y
sentimos que debemos estar seguros antes de actuar por lo que no queremos
considerar que existe el azar o la información oculta o inaccesible. No
queremos aceptar que no estamos seguros o no sabemos.
Si queremos ser buenos
tomando decisiones debemos sentirnos cómodos al decir: “no estoy seguro” o “no
sé”. Admitir que no sabemos no tiene buen cartel pero si queremos aprender debemos
comenzar por reconocer nuestra ignorancia. Stuart Firestein en su libro “Ignorance:how it drives science” defiende la idea de reconocer los límites de nuestro
conocimiento diciendo que en el mundo científico decir “no lo sé” no es un
fracaso sino un paso necesario hacia la iluminación.
En ocasiones nuestra
mejor elección no tiene siquiera muchas posibilidades de tener éxito. Un
abogado defensor, por ejemplo, ante un caso complicado puede tener que elegir
entre estrategias que no tienen ninguna seguridad de triunfar. Su meta, en estas
situaciones, será identificar las posibles alternativas y seleccionar la que
parece menos mala para el cliente.
Existen varias razones
por las que aceptar la incertidumbre nos puede ayudar a tomar mejores
decisiones, siendo una de las más importantes la siguiente: al reconocer que no
estamos seguros nos sentiremos menos tentados de caer en la trampa del “blanco
o negro”. Ésta hace que representemos el mundo en términos de correcto e
incorrecto, sin dejar posibilidades a la gama de los grises.
Las decisiones son
apuestas sobre el futuro y no son correctas o incorrectas en función del
resultado. Si éste no es el deseado no significa que la decisión fuese la
equivocada si hemos estudiado adecuadamente las alternativas y posibilidades
previamente y asignado los recursos en función de ese análisis. Cuando pensamos
en términos de probabilidades no vamos sólo a utilizar un resultado adverso
como prueba de que hemos cometido un error a la hora de tomar una decisión
porque reconocemos que ésta ha podido ser buena pero que:
a).- La suerte o la
información incompleta han intervenido.
b).- Era la mejor de una
serie de elecciones poco atractivas.
c).-Los posibles
beneficios compensaban el riesgo pero no salió bien.
d).- No era la mejor
opción, pero era la segunda mejor posibilidad.
El póker nos enseña una
lección: un buen jugador que tome mejores decisiones estratégicas que el resto
perderá aproximadamente en un 40% de las ocasiones a lo largo de una partida de
8 horas. No siempre se puede ganar.
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