Manfred F.R. Keats deVries en INSEAD Knowledge del pasado 18 de enero se pregunta si hemos llegado al límite del individualismo.
El sociólogo del siglo
XIX Ferdinand Tönnies es recordado por la distinción que estableció entre dos
tipos de grupos humanos. En el primero que llamó comunidad o gemeinsachaft los lazos sociales
se definen en función de la alta valoración de las relaciones cercanas y del
bienestar del grupo que tiene precedencia sobre el del individuo.
El segundo tipo conocido
como sociedad o gesellscahft tiene una naturaleza más impersonal y se
caracteriza por las interacciones indirectas y los roles formales.
Mientras el gemeinschaft
se aplicaba a las comunidades campesinas (familias, tribus o pueblos),
gesellschaft venía a representar entornos más urbanos y cosmopolitas con un
enfoque más individual.
Cada una de estas
orientaciones tiene sus ventajas y desventajas
y pueden de algún modo considerarse las dos caras de una misma moneda.
El desafío está en encontrar un modelo social que consiga el equilibrio entre las dos y que, por tanto,
sea capaz de dar respuesta tanto a las necesidades individuales como sociales.
Pero en el último siglo se está
observando una transición clara hacia gesellschaft, proceso que se ha acelerado
en las últimas décadas. La auto-promoción y la individualidad son las reglas
actuales.
El resultado es que el
descenso de los lazos sociales ha creado sensación de soledad y de desconexión
social, alimentando una cultura de narcisismo, con su correlato de
indiferencia, egocentrismo y falta de respeto por los demás, junto con la
ausencia de compasión, empatía y tolerancia.
Esta tendencia hacia el
mundo del yo se manifiesta, por ejemplo, en la forma de educar a los niños. Los
padres dan más valor a los logros individuales de sus hijos, dejando de lado
sus responsabilidades cívicas, apoyados en algunos estudios que parecen sugerir que
existe una correlación entre la elevada autoestima y el éxito en la vida. Pero la
realidad muestra que los padres no deben aislar a sus hijos de las experiencias
negativas si quieren facilitar su crecimiento y resiliencia. La autoestima se
consigue al superar adversidades y correr riesgos. La confianza surge de la
competencia.
Las redes sociales están
acentuando los patrones de comportamiento narcisistas al permitir a los
narcisistas el mostrar al mundo lo buenos que son. El problema es que todos
presentamos versiones irreales y asépticas de nosotros mismos y que con
frecuencia tendemos a compararnos negativamente con respecto a los demás,
sobreestimando la diversión de los demás y minusvalorando las experiencias propias,
lo que ocasiona soledad, ira o frustración si dedicamos mucho tiempo a las
redes sociales.
Otra cuestión negativa es
que las redes sociales hacen que sea fácil establecer relaciones superficiales
con otras personas y las ricas relaciones comunitarias o familiares se
sustituyen por tiempo de conexión on-line. Al tener cada vez menos relaciones
presenciales los adictos a las redes sociales no desarrollan las habilidades de
comunicación y empatía que les permiten entender y conectar con otros.
Si queremos neutralizar
esta tendencia debemos comenzar por favorecer la verdadera autoestima en los
niños a través del reconocimiento ligado a comportamientos y éxitos observables.
También tenemos que realizar grandes esfuerzos para incrementar la cantidad de
interacciones humanas entre los niños y promover las experiencias necesarias
para el desarrollo de las habilidades sociales, tales como la empatía y la
compasión. De esta forma fomentaremos que las nuevas generaciones tengan una
orientación mayor hacia el civismo y hacia el compromiso social y político.
En el mundo de las
organizaciones el reto lo encontramos en
lograr que los negocios están enfocados hacia el bien social. Para ello debemos
primero estar alerta ante los altos
directivos narcisistas ya que bajo un liderazgo de este tipo los subordinados
optan por decir sólo lo que los jefes quieren oír y terminan viviendo en una
cámara de resonancia que promueve las decisiones y los patrones de
comportamientos descarriados y
erráticos, incluyendo las actividades fraudulentas. Los líderes narcisistas
pueden manifestar su lealtad con la organización pero sólo están comprometidos
con sus intereses.
También tenemos que
diseñar y fomentar los entornos de trabajo humanos en las que los profesionales
tengan voz así como amplias oportunidades para aprender y expresar sus
capacidades.
El autor concluye
resaltando que no tenemos nunca que olvidar
que el mundo “yo” saca lo peor de las personas y genera entornos
sociales, políticos y económicos tóxicos, por lo que todos tenemos la
responsabilidad de ayudar a construir comunidades en las que los lazos sociales
y las interacciones se encuentren guiadas por un sentido de responsabilidad y
deber cívico.
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