Paul Lindley, en su libro “Little wins. The huge power of thinking like a toddler”, como hemos visto en una entrada anterior, propone que “crezcamos hacia abajo” para cambiar la forma en que pensamos para volvernos más abiertos, curiosos, creativos, ambiciosos, claros en nuestro lenguaje, juguetones y sociables y para ello recomienda seguir nueve pasos a través de nueve comportamientos. El primero, ya comentado, es TENER CONFIANZA. Continuando con el análisis de los siguientes tenemos:
II.-
SER CREATIVOS
Como adultos la
creatividad es algo que solemos poner en
un pedestal. Consideramos a los inventores y soñadores, empresarios como
Richard Branson o Steven Jobs, como si perteneciesen a una raza aparte, como
personas con unas mentes y visiones que los demás no podemos aspirar a tener
nunca. Hasta cierto punto esto es verdad como han demostrado algunos estudios
neurológicos pero, el autor, cree que el verdadero problema radica en que la
mayoría de nosotros pensamos que estos genios creativos que tienen un talento especial
que poseen sólo unos pocos elegidos con lo que nos bloqueamos y rechazamos la
posibilidad de ser creativos en nuestra vida cotidiana.
Lidley recomienda para
evitar caer en este patrón mental que “crezcamos hacia abajo” recapturando la
capacidad de exploración, juego e inconformidad que poseíamos cuando éramos pequeños.
Para ello sugiere que nos centremos en cuatro elementos importantes en esa fase
de nuestras vidas y los recuperemos en nuestra vida adulta. Éstos son:
1.-
Desafiar a las convenciones ignorando las críticas y
obstáculos que pueden surgir ante las ideas creativas. En la primera infancia
tenemos rutinas marcadas para nosotros, pero eso no significaba que todos los
días fuesen iguales. Jugábamos y explorábamos y hacíamos un montón de
preguntas. A través del juego y de las preguntas constantes íbamos evaluando
los límites del mundo que nos rodeaba. Como adultos no sólo casi hemos
abandonado completamente el juego sino que vamos aceptando las cosas tal como nos
dicen que son. Nuestra capacidad de querer saber y de asombro disminuye ante
las realidades de la vida.
Si queremos ser más
creativos debemos hacer más preguntas, lo cual implica el ser más rigurosos en
la valoración de lo que hacemos cotidianamente, preguntándonos, por ejemplo:
¿Estoy haciendo esto porque es lo mejor o porque es lo que estoy acostumbrado a
hacer?, ¿Esto nos ayuda o sólo estamos siguiendo una rutina?
La habilidad de desafiar
a las convenciones comienza por ser más inquisitivos, identificando las
oportunidades para hacer las cosas de modo diferente y mejor.
2.-
Probar estrategias diferentes. La creatividad no surge únicamente
del deseo de desafiar el pensamiento convencional, sino, también, de la
disposición a aprender y probar, de desarrollarnos mientras ensayamos distintas
estrategias. Esto es algo que dominan los bebés y niños pequeños: una vez que
han decidido lo que quieren se centran en el fin y no en los medios y no les
importa parecer tontos si no lo consiguen, siguen adelante e intentan algo
diferente o piden ayuda. No se descorazonan ni se rinden tan fácilmente como los adultos. La capacidad
de aprender de las cosas que no funcionan y de adaptarlas para que lo hagan es
parte fundamental del proceso creativo, no hay que olvidar que se aprende más
de los fracasos que de los éxitos. El riesgo es que nos descorazonemos
fácilmente en el camino, en ocasiones por nosotros mismos pero con más
frecuencia por la intervención de los demás.
Cuando planteamos, por ejemplo,
una nueva idea a un grupo de personas suele
ocurrir que primero se produzca un murmullo de asentimiento seguido por las
palabras fatídicas pronunciadas por un miembro del grupo: “Déjame que actúe
como abogado del diablo un momento”. Tom Kelley, experto innovador, mantiene
que diariamente miles de buenas ideas, conceptos y planes son rechazados debido
a la actuación de estos “abogados del diablo”. Los pequeños actos de negatividad,
por tanto, pueden tumbar ideas mientras que la crítica constructiva puede hacer
que salgan adelante. Nuestra incomodidad ante los fallos y nuestra sensibilidad
ante las opiniones de los demás hace que seamos menos creativos que cuando
éramos niños y olvidamos que ninguna idea estará lista para competir si no ha
sido probada, adaptada y mejorada para que sea útil.
La creatividad se encuentra tanto en la inspiración como en la ejecución y requiere que actuemos como lo hacen los niños pequeños: experimentar con distintos enfoques, aprender qué es lo que funciona y qué es lo que no lo hace y actuar.
3.-
Jugar y explorar. Robert Epstein plantea que las nuevas
ideas son efímeras y que si no somos capaces de captarlas con rapidez
normalmente desaparecen para siempre. Nunca sabemos cuándo vamos a tener una
buena idea. Suele surgir en escenarios no convencionales ya que existen
investigaciones que muestran que los procesos inconscientes de pensamiento que tienen
lugar cuando estamos distraídos pueden facilitar activamente las decisiones
complejas. Las cosas que consideramos que nos distraen pueden proveer el estímulo o
la inspiración que necesitamos para encajar una idea, realizar una conexión
mental o contrapesar una decisión difícil.
Las restricciones que nos
ponemos, conscientes o no, nos alejan de
cómo vivíamos en nuestra primera infancia. Entonces el juego era un trabajo de
tiempo completo y aprendíamos de todo lo que nos rodeaba. Explorábamos con
todos nuestros sentidos y nuestro minúsculo mundo era un lugar excitante y de
descubrimiento constante.
Como adultos nuestro
mundo se ha tornado enorme pero nuestro deseo de exploración con frecuencia se
ha reducido en gran medida, ya que aunque de niños se nos anima a utilizar
nuestra imaginación y a explorar mundos imaginarios, a través de lecturas,
películas y juguetes, los mismos impulsos se coartan en los adultos y el juego
y la imaginación dejan de fomentarse.
Para recuperar está capacidad
de juego e imaginación el autor sugiere que procuremos hacer cosas distintas,
tanto en el trabajo como en nuestra vida personal, cosas que nos hagan salir de
nuestras rutinas y conocer nuevas personas y entornos, así como experimentar
cosas distintas.
4.-
Vivir el presente. Es la última lección sobre creatividad
que podemos aprender de los niños pequeños. Para éstos el mundo es lo que tienen
delante de ellos. Tienen la habilidad de concentrarse intensamente, aunque
también se distraen con facilidad, pero estén intentando aprender a montar en
un triciclo, hacer un puzzle o ver su película favorita dedican una atención
total a la tarea que estén realizando. No quedan atascados en el pasado, no
tienen un concepto del futuro y viven siempre en el presente.
Lindley recomienda que
aprendamos a crear momentos para nosotros que ayuden a liberar el pensamiento
creativo, en los que realicemos cosas con las que disfrutamos y que nos
permitan relajarnos.
La creatividad no es una
competición en la que los ganadores son aquellos que dedican más horas a estar
sentados delante de un ordenador. Si queremos tener éxito rompiendo algunas
reglas y cambiando la forma en la que pensamos o en la que nuestra organización
trabaja necesitamos liberar espacio en nuestra mente para hacerlo. Antes de que
podemos pensar de manera diferente sobre las cosas necesitamos hacer las cosas
de forma distinta, por lo que debemos salir de nuestro entorno reducido,
explorar y divertirnos. Normalmente la solución a nuestros problemas llegará
cuando menos lo esperemos.
III.-
IMPLICARSE EN PROFUNDIDAD
Con frecuencia cuando nos
preguntan qué es lo que lamentamos más la contestación es el no haber hecho
algo. Necesitamos independientemente de nuestra vocación o profesión ser
optimistas con respecto a nuestra capacidad de hacer las cosas bien, junto al
deseo de lanzarnos a la acción con confianza, ambición y seguridad, hasta
cuando no podamos estar seguros del resultado.
Es fácil contemplar cada
decisión que debemos tomar en términos de los riesgos de que pueda ir mal, pero
si tenemos fundamentalmente una visión pesimista de nuestras posibilidades
intentaremos hacer menos cosas y tendremos menos éxitos como consecuencia.
Cuando hacemos cosas nuevas, puede que funcionen o no pero aprenderemos de
ellas. Lo que es seguro es que no aprenderemos si nos quedamos sentados sin
hacer nada.
Debemos seguir nuestros
instintos para tomar decisiones claras sobre si es conveniente actuar o no. Necesitamos ser realistas sobre lo que
representa un buen resultado y no dejar que la búsqueda de la perfección impida
que progresemos. Puede ser que no obtengamos todo lo esperado de una decisión
que hemos tomado pero si nuestras ambiciones son elevadas y alcanzamos gran
parte de ellas tendremos un resultado del que nos podremos sentir orgullosos.
En nuestra primera
infancia nuestros instintos nos llevaban a marcarnos retos que todavía no
habíamos conseguido, como trepar a algo que está fuera de nuestro alcance,
comer con los cubiertos, etc. Éramos ambiciosos y nos marcábamos grandes metas,
aprendíamos de las cosas que iban mal y dejábamos que nos ayudasen los que nos
rodeaban y al final lo conseguíamos. Nos movía nuestra insatisfacción ante
nuestras limitaciones y la aspiración de adquirir nuevas habilidades que
veíamos en nuestro roles modelos.
Cuando decidíamos hacer
algo nos lanzábamos a ello estuviésemos equipados para la tarea o no. No
hablábamos de lo que íbamos a hacer, sino que lo hacíamos.
La lección que podemos
aprender como adultos es que debemos ser ambiciosos y fijarnos grandes metas.
Esto no significa que debamos saltar ante cualquier oportunidad que encontremos
en nuestro camino o perseguir nuevas metas cuando las condiciones son adversas,
pero todos nos podemos beneficiar de pensar a lo grande como cuando éramos
pequeños. Por tanto, en ocasiones, deberemos implicarnos en situaciones en las que no nos sentimos totalmente cómodos o
creemos que no estamos bien preparados para enfrentarnos a ellas y reaccionar como en nuestra primera infancia cuando nos
marcábamos un reto, lo intentábamos, fallábamos
y lo volvíamos a intentar y eventualmente aprendíamos nuevas habilidades que
evitaban que nos dañásemos.
Si, por ejemplo, nos
encontramos ante una situación en que somos reprendidos por un cliente o jefe
no debemos considerar estos momentos con vergüenza sino como experiencias de
las que podemos aprender y que nos enseñan a ser mejores ya que pueden convertirse
en una parte importante de nuestro
desarrollo personal.
Lindley plantea las
siguientes reflexiones como síntesis de lo que tenemos que hacer en este punto:
Con frecuencia pensamos
que no podemos hacer las cosas cuando en realidad estamos demasiado asustados y
no nos atrevemos a empezar a hacerlas. No debemos rendirnos sin haberlo intentado
antes y sin enfrentarnos a situaciones aunque nos preocupen o nos causen algún
temor.
Al mismo tiempo tenemos
que aceptar que no podemos tener todas las respuestas, por lo que tenemos que
procurar encontrar a personas que tienen la experiencia y conocimientos para
que nos ayuden a triunfar. Debemos seleccionar a nuestros aliados con cuidado y
confiar plenamente en ellos.
Si vamos a apostar por
algo hacerlo a lo grande, puede que no lo logremos en su totalidad pero aunque
sólo sea una porción de nuestro objetivo original puede ser un buen paso hacia
delante y abrir el camino para futuras aventuras. No debemos temer caer, ni
dejarnos llevar por el desaliento ante cualquier contratiempo y sí aprender de nuestros
errores y actuar en consecuencia para evitar repetirlos.
toda la razón, Lindley está claro, al igual que todos quienes estamos por mostrar la importancia de la creatividad para obtener resultados diferentes que nos cambien y ayuden a ser mejores cada día y disfrutar la vida.
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