Robert L. Sutton, en su libro “The asshole survivor guide. How to deal with people who treat you like dirt”, que estamos comentando, plantea que salir de las situaciones en las que tenemos que tratar con personas tóxicas es una de las alternativas, pero existen ocasiones en las que no podemos o no sabemos cómo escapar y nos encontramos atascados en el problema.
Las personas que podrían
liberarse pero no lo hacen suelen tener razones para mantener esa situación
porque, por ejemplo, consideran que el
daño no es muy grande y las opciones no son suficientemente atractivas o
piensan que aunque están sufriendo lo que hacen es lo suficientemente
trascendente y satisfactorio que les merece la pena aguantar o se engañan
pensando que no están tan mal y que no están atrapados.
El problema es que si aguantamos
mucho nuestras posibilidades de escapar
se pueden evaporar o terminamos considerando que lo que vivimos es lo normal o
nos convertimos en impresentables, también.
Cuando este problema es
severo las personas tendemos a engañarnos a nosotros mismos y en ocasiones a
los demás con medias verdades o mentiras que evitan que reconozcamos lo mal que
van las cosas, el tiempo que llevan siendo así y todo el daño que se está
produciendo. Una de las razones por la que las personas desarrollamos estas “falsas
ilusiones” es la “falacia de los costes empleados” por la que aunque detectamos
que algo no va bien hemos dedicado tanto esfuerzo y tiempo en ello que no
podemos pensar en abandonar. Este efecto fomenta percepciones retorcidas y
comportamientos destructivos porque justificamos todo el tiempo, esfuerzo y
sufrimiento que hemos dedicado a algo diciéndonos a nosotros mismos y a los
demás que lo que estamos soportando es importante y merece la pena porque si no
no lo habríamos aguantado.
Sutton destaca estas diez
excusas que promueven nuestra “ceguera” ante estas situaciones y personas:
1.- Negación del presente.
“No es realmente tan malo”, cuando en verdad estamos viviendo una situación
terrible.
2.- Mejoras imaginarias: “Realmente
la situación va a mejor”. Reflejan nuestros deseos no lo que está ocurriendo.
3.- Falsas esperanzas: “Las
cosas van a mejorar pronto”. Podemos seguir esperando porque queremos ser
optimistas, pero ese futuro brillante no se alcanza y tampoco existen signos de
que se vaya a materializar nunca.
4.- El mañana nunca
llegará: “Me iré a algo mejor justo cuando acabe esta tarea importante que
estoy realizando ahora”. Luego surgirá algo nuevo y después otra cosa y nunca
encontraremos el momento adecuado para marcharnos.
5.- Es doloroso pero merece la pena: ”Estoy
aprendiendo tanto y haciendo unos contactos tan buenos que el abuso al que
estoy sometido merece la pena”. En este caso tenemos que plantearnos si el daño
que estamos sufriendo nosotros y los que nos rodean está justificado y si no
terminaremos convirtiéndonos también en personas tóxicas.
6.- El complejo del
salvador: “Sólo yo puedo hacer que las cosas mejoren. Nadie puede reemplazarme”.
Si esto fuera verdad deberíamos preguntarnos porque la situación es tan mala, si
es posible que no sólo estemos sufriendo sino que también somos incapaces de
arreglar la situación y si realmente
estamos potenciando el problema y otra persona estaría mejor preparada para
abordarlo.
7.- Es una muestra de
debilidad: “ La situación es mala, pero soy resistente y no me afecta”.
Tendríamos que plantearnos qué es lo que piensan los que nos rodean sobre esta
afirmación.
8.- Es posible controlar lo que está pasando: “Realmente
la situación es mala pero soy capaz de “compartimentalizarla” con lo que no va a
afectar a mi familia o amigos”. Como en el caso anterior sería bueno comprobar
que los demás están de acuerdo.
9.- El sufrimiento “mojigato”:
“Seguro que es malo para mí pero es mucho peor para los demás. No tengo derecho
a quejarme”. Cualquier situación puede ser peor pero no es excusa para
mantenerse en situaciones terribles.
10.- Sí es mala la
situación pero podría ser peor: “ Estoy mal aquí pero estaría mucho peor en
cualquier otro sitio”. Es verdad que ningún sitio es perfecto pero tendríamos
que reflexionar sobre si realmente hemos explorado otras opciones.
Si conseguimos aceptar
cuál es nuestra situación y que tenemos que escapar de ella debemos ser muy
cuidadosos en la forma de hacerlo. Las fantasías sobre salidas dramáticas o
sobre posibles venganzas pueden parecer atractivas pero materializarlas puede
dañarnos a nosotros más que a nuestros atormentadores. Resistir la tentación
puede ser duro ya que cuando las personas sentimos que nos han tratado como
basura podemos sentir la necesidad urgente de dimitir de forma abrupta o
mediante una confrontación. Los estudios realizados por Antony Klotz y Mark Bolino apoyan esta idea. En ellos encontraron que el “abandono impulsivo” o el “quemar
los puentes” ocurría en aproximadamente el 15% de los casos de dimisiones pero
que los profesionales que sentían que habían sido tratados injustamente, tenían
un jefe abusador o les desagradaban las personas con las que trabajaban mostraban
una mayor tendencia a dimitir de una
forma agresiva lo que generaba reacciones negativas en sus superiores.
Estas reacciones pueden
ser peligrosas porque pueden provocar que personas poderosas y mezquinas nos
hagan pagar por ello más tarde si tienen la oportunidad. Por tanto si sentimos
la tentación de actuar de esta forma debemos hacernos antes las siguientes
preguntas:
a).- “¿Cuáles son mis
otras opciones?”
b).- “¿Qué riesgos
estoy dispuesto a asumir?”
Resulta más aconsejable
si decidimos abandonar un trabajo o a un cliente terminar el trabajo que
estamos realizando, si es posible y dejar todo bien organizado para no generar
ningún problema. De esta forma no quemaremos puentes que podemos necesitar
posteriormente. Es peligroso enfrentarnos o hablar mal de los impresentables que
dejamos plantados porque suelen ser vengativos y no sólo pueden intentar darnos
puñaladas traperas o hablar mal de nosotros sino que pueden atacar y vengarse
de los amigos o aliados que dejamos
atrás.
En el caso en el que no
tenemos más remedio que convivir con impresentables es conveniente para limitar
sus efectos nocivos procurar que nuestra exposición a ellos sea la menor
posible ya que son tan peligrosos como una enfermedad contagiosa. Existen una
serie de tácticas que sirven para reducir todo lo posible el contacto. Entre
ellas tenemos:
a).- Poner barreras a la
comunicación y la distancia física es una de las más útiles. La “curva de Allen”
muestra que las personas estamos cuatro veces más dispuestas a comunicarnos
regularmente con un compañero que tenemos cerca que con uno que está lejos. Los
profesionales se comunican raramente con aquellos que se encuentran en pisos o
edificios distintos.
En el caso de reuniones o
si tenemos que estar en situaciones que implican proximidad a los profesionales
tóxicos podemos intentar sentarnos o colocarnos lo más alejados posibles de
ellos y en lugares donde el contacto visual sea difícil con nuestro atormentador,
como, por ejemplo, en el mismo lado de la mesa pero lo más distantes que
podamos de él.
b).- Evitar situaciones
en las que nos podamos encontrar con ellos.
c).- Procurar no
reaccionar ante su maltrato para no reforzarles, por ejemplo tardando en
responder a los mensajes desagradables o a sus llamadas y evitando verles.
d).- Fomentar nuestra
invisibilidad. Si estamos en un entorno tóxico en el que nuestros superiores o
compañeros nos ignoran, salvo cuando cometemos “crímenes” reales o imaginarios
que entonces nos martirizan, puede ser conveniente promover la invisibilidad
como un camuflaje protector. Podemos mezclarnos con el ambiente hablando lo
menos posible, siendo aburridos, realizando nuestro trabajo sin destacar y
escondiéndonos detrás de una máscara de inexpresividad.
e).- Buscar un jefe que
nos proteja de las personas con conductas irrespetuosas o algún compañero que
actúe como “bloqueador de bullies”.
d).- Repartir la carga.
Desarrollar un sistema rotatorio formal o informal por el que todos los
profesionales reciben una dosis parecida de exposición al impresentable. De
esta forma todos son sometidos a un nivel equitativo de abuso y de respiro.
e).- Utilizar lugares de
descanso, aislamiento y reunión libres de toxicidad donde el afectado pueda intentar
recuperarse del maltrato y se sienta seguro.
f).- Diseñar sistemas de
alerta para avisar de la llegada del impresentable para, por ejemplo, poder
escondernos de él, intentar mostrar una buena cara, alejarle de las situaciones
o personas que despiertan su ira y para conocer cuál es su estado de ánimo. Se
deben utilizar medios discretos como mensajes o llamadas.
El autor plantea que, siempre
que podamos, es mejor evitar caer en
situaciones tóxicas que tener que escapar luego de ellas o lo que es peor estar
atrapados y no poder hacerlo. Para ello propone las siguientes recomendaciones:
1.- Buscar fuentes
solventes que nos informen con exactitud de cuál es la situación, teniendo en
cuenta que, por ejemplo, los listados de mejores o peores compañías para
trabajar no tiene por qué coincidir con la experiencia que tendremos al
trabajar en un departamento, equipo, persona o cliente determinado.
2.-. Procurar recabar
información de alguien que trabaje o haya trabajado en el pasado en un
determinado lugar o equipo sobre cuáles son las condiciones y situaciones que se
viven en el mismo. Los “chismes” de confianza pueden ser muy valiosos.
3.- Localizar posibles
víctimas o enemigos, aquellas personas que dejaron el trabajo por sentirse
infelices en el mismo o por ser despedidas. Si trabajaron con la persona o el
equipo al que estamos pensando incorporarnos la información puede ser
especialmente instructiva.
4.- Indagar si las
personas con las que vamos a trabajar han estado expuestas a jefes tóxicos por
haber trabajado con ellos o haber sido entrenados por ellos. En caso afirmativo pensar que es una señal ya que las
personas impresentables se suelen atraer entre sí y generar más personas
tóxicas a su alrededor.
5.- Estar atentos para
detectar malas primeras impresiones. Analizar los primeros contactos con la
persona o equipo con la que se piensa trabajar para procurar ver indicios de
posible toxicidad.
6.- Analizar las segundas
impresiones. Valorar cómo nos tratan en las reuniones o entrevistas iniciales.
Si nos hacen sentirnos respetados, si daban muestras de preocuparse por
nosotros o si, por el contrario, ya muestran señales de hostilidad, falta de
respeto o exceso de exigencias. Tenemos que pensar que las situaciones sólo van
a empeorar.
7.- Considerar la forma
en que hablan de ellos sus compañeros y colaboradores. Lo normal es que no les
desacrediten abiertamente pero si los comentarios no son entusiastas y son
tibios o si cambian de tema rápidamente podemos pensar que son señales de
advertencia.
8.- Intentar detectar
posibles signos de un complejo de superioridad. Investigar cómo hablan de los
demás, si todos son perdedores, estúpidos o traidores y sólo valoran a aquellos
que les hacen la pelota o están por encima.
9.- Analizar cómo trata a
las personas que ocupan puestos de menor categoría que ellos. Estar atentos a
las señales de provocaciones agresivas, interrupciones irrespetuosas o
silencios tristes.
10. Considerar si todo es
transmisión y no recepción en sus relaciones. Para ello se pueden utilizar dos
preguntas que propone Hayagreeva Rao para ayudar a determinar si una persona es
egocéntrica:
a).- ¿Nuestro potencial superior,
colega o cliente domina la conversación o facilita la intervención de los demás?
b).- ¿Cuál es el ratio de
preguntas que la persona hace versus las afirmaciones que hace? Si nunca hace
preguntas y sólo dicta órdenes, muestra todo lo que sabe o no tiene ningún interés en lo que los demás
puedan decir es una mala señal.
11.- Plantear la
posibilidad de iniciar la colaboración con un compromiso pequeño y parcial y no
con uno total que nos permita detectar si existe un problema de toxicidad antes
de comprometernos a largo plazo.
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