Esta es una de las
preguntas más importantes que nos podemos hacer. Dedicamos nuestra vida,
normalmente a servirnos: comprando cosas, luchando, argumentando, amando,
alimentándonos, trabajando y aprendiendo
en la mayor parte de las ocasiones a satisfacer necesidades de una imagen de
nosotros, una persona, que ni remotamente, con frecuencia, se parece al nuestro
verdadero ser. Por esta razón nuestras verdaderas necesidades frecuentemente nunca
son satisfechas, ya que ni siquiera son reconocidas ni identificadas.
La ilusión del ser es una
de las ilusiones que todo tipo de expertos de distintas disciplinas como
teólogos, filósofos o psiquiatras han tratado de descifrar y a pesar de ello la
mayor parte de las personas seguimos llevando varias máscaras, unas encima de
otras.
Esta ilusión comienza con
la creencia de que somos nuestra forma física, en un nivel más profundo nos
identificamos con una persona que no tiene que ser como realmente somos
(nuestro ego) y luego en una capa más profunda nos sentimos confundidos sobre
cuál es nuestro lugar en el mundo. Como en el caso de una muñeca rusa quiénes
somos en realidad se encuentra escondido bajo capas de ilusiones que tienen que
ser destapadas una a una. Cuando lo hagamos descubriremos primero
quienes no somos, para posteriormente al ir apartando capas llegaremos a
la que es sólida y real, aquella que supera los tests de percepción y
permanencia.
La prueba de la
percepción se basa en una sencilla relación sujeto-objeto. Si somos el sujeto
capaz de observar los objetos que nos rodean no podemos ser los objetos que estamos
observando.
El test de la
permanencia, por otra parte, se apoya en el hecho de la continuidad. Si una
cualidad o una descripción que podemos
asociar con nosotros mismos cambia mientras nosotros permanecemos sin cambios
esa cualidad no somos nosotros. Si antes soy profesor y ahora escritor ambos
son estados cambiantes y ninguno de
ellos representa nuestro yo permanente.
En la entrada anterior
vimos como no somos nuestros pensamientos y ahora lo podemos reafirmar a través
de los dos tests mencionados:
a).- Nuestros
pensamientos no sobreviven al test de percepción. Si somos nuestros pensamientos
entonces cómo podemos observarlos. El hecho de que los podamos observar es una
evidencia de que son una entidad distinta.
b).- Nuestros pensamientos
no sobreviven al test de la permanencia ya que no dejamos de existir en los
breves momentos en que dejamos de pensar.
Tampoco somos nuestro
cuerpo. Éste es el avatar físico que nos lleva a través del mundo físico, es un
vehículo o contenedor, nada más. Asimismo no somos ni nuestras emociones, ni
nuestras creencias, ni nuestro nombre, tribu o familia, ni nuestros logros o
posesiones. Nuestro yo real lo descubrimos cuando en silencio observamos todo
lo que nos rodea y dentro de nosotros. Somos el observador. Aquel que es capaz
de ver. Por ejemplo la ilusión que nos lleva a proteger todas las posesiones
que tenemos es un intento de nuestro yo físico de controlar el mundo físico que
le rodea. Nuestro yo real no se ve afectado por este estrato físico y por todo
lo que contiene, por lo que una repentina pérdida de estatus no nos importaría
tanto ya que nos identificaríamos con nuestro yo real y no con la ilusión
temporal de lo que somos. Al no temer la pérdida y sin preocupaciones por nuestro
futuro comprenderíamos que nada nos puede dañar.
Para lograr alcanzar el
estado de gozo ininterrumpido debemos aceptar que todo lo que existe en el
mundo físico eventualmente va a desaparecer y deteriorarse pero que nuestro yo
real se va a mantener serenos y no va a verse afectado. La conexión con ese yo
real para ver a través de las ilusiones del mundo físico nos ofrece una
experiencia única de paz y felicidad.
Al tratar de establecer
quién no somos destapamos una serie de máscaras que utilizamos para crear una
identidad. Estas máscaras representan un estrato de la ilusión del yo y se
pueden agrupar dentro de una palabra: ego.
Ego
no en el sentido de arrogancia sino en el sentido de identidad: la forma en que
nos vemos a nosotros mismos y en la que creemos o nos gustaría que los demás
nos viesen.
Todos nacemos sin un ego.
Comenzamos nuestra vida sin un sentimiento de nuestro ser como una identidad
separada del resto del mundo. Dedicamos nuestras pocas horas de vigilia
inmersos totalmente en el momento presente. Cuando empezamos a jugar primero
cogemos un juguete y luego lo dejamos para ir a por otros sin ningún
pensamiento negativo en nuestras cabezas. La serenidad se interrumpe
temporalmente si tenemos hambre o si nos sentimos solos pero una vez que el
motivo de irritación desaparece la calma vuelve.
La siguiente etapa de
nuestro desarrollo nos trae un cambio fundamental que se inicia cuando
percibimos que las personas que nos cuidan asocian un nombre a las cosas que
nos rodean. Tan pronto cuando somos capaces de controlar nuestro procesador del
lenguaje para producir nuestra primera palabra vemos como todos nos felicitan
por ello lo que lleva a que nuestro cerebro sea consciente de que nombrar las
cosas nos genera halagos por lo que acelera el proceso y aprendemos a decir más
palabras y llega el momento en que decimos nuestro nombre y ya tenemos una
identidad y empezamos a pensar ya en nosotros añadiendo a nuestro vocabulario
palabras como yo, mi o mío. En este
momento el proceso se ha completado y nuestro ego ha nacido.
A partir de entonces nos
volvemos posesivos y empezamos a asociarnos con objetos con el fin de crear una
identidad más amplia. El niño inocente que se contentaba con jugar con
cualquier cosa empieza a tener su juguete favorito y si este desaparece sentirá
dolor y llorará. El tiempo dedicado al juego servirá tanto para construir
nuestra identidad como para jugar. Determinados juguetes se convierten en
indispensables para que nos sintamos felices no porque sea más divertido jugar
con ellos sino porque son parte de una identidad que nos hace sentirnos completos.
La situación empeora
cuando comenzamos a comparar nuestra identidad basada en yo, mi y mío con las
identidades de los que nos rodean. Ser “menos” que otros nos duele. Aunque
tengamos nuestro juguete favorito el hecho de no poseer el de nuestro amigo
hace que nos sintamos inferiores a éste y empezamos a despreciar a nuestro
juguete y pedimos que nos compren el otro, enfadándonos si nos dicen que no.
Suplicamos e insistimos hasta que lo conseguimos para abandonarlo después
rápidamente cuando otro objeto vuelve a captar nuestra atención. El niño feliz
y sereno que simplemente disfrutaba del momento con aquello que tenía a su
disposición se ha esfumado ante la constante necesidad de definir una identidad
en continua evolución.
Las cosas se tornan más
interesantes cuando el cerebro va más allá del mundo físico de los juguetes
hacia lo intangible. Entonces somos conscientes de que determinados actos son
socialmente aceptables y que al realizarlos recibimos halagos y felicitaciones,
al tiempo que otros son censurados por lo que tendemos a hacer más de los
primeros. Comenzamos a construir nuestra persona, la imagen de cómo queremos
que nos vean para encajar y ser aceptados, sin importar quiénes somos realmente
en nuestro interior. Lo fundamental es lo que parece que somos y nuestra
atención se centra, para siempre, en nuestra imagen y no en nuestra realidad.
Nuestra adicción a
mantener nuestra imagen se mezcla con la adicción a que nos presten atención al
coste que sea. Estas crisis de identidad se intensifican en la adolescencia
cuando nuestras inseguridades y presiones para encajar están a su máximo nivel.
Nos alejamos más y más de nuestra verdadera naturaleza y nos acercamos a la
naturaleza aceptada por nuestro grupo.
En la edad adulta nos
convertimos en personas serias que tratan de no mostrar sus emociones en el
trabajo para procurar encajar en nuestro ambiente y así procuramos mantener nuestro
ego intacto. Una vez que hemos comenzado a utilizar máscaras para reforzar
nuestro ego pasamos el resto de nuestra vida desempeñando roles que responden a
la imagen que se espera de nosotros. Si no lo hacemos nuestra vida puede ser
complicada. Existen, por ejemplo, roles asociados a la edad, por lo que las
expectativas de comportamiento de un joven son distintas de las de alguien de
edad más avanzada.
En un mundo sin egos
donde no fuese importante cómo somos percibidos podríamos dedicarnos a ser
nosotros y a obtener los mejores resultados independientemente de cómo nos
perciban los demás.
Para cada rol existe una
apariencia, una forma de vestir, un grupo de afines, un enemigo a odiar, temas
que son tendencia para discutir, expresiones faciales que fingir y
preocupaciones comunes que compartir. Es fácil aprender la imagen que se asocia
al rol y nuestras identidades asumidas se van convirtiendo en nuestra vida y
creemos en ellas, en ocasiones más que los demás para los que las fingimos.
El ego no siempre
responde a la vanidad. Con frecuencia las imágenes que construimos para
nosotros mismos son negativas. La “víctima”, por ejemplo es un tipo de ego muy
común que hace que pensemos que el mundo está siempre en contra nuestra y que
estamos destinados a sufrir, recorriendo un triste camino si dejamos que
nuestros egos nos hagan sufrir.
Si queremos ser el niño
sin ego que fuimos debemos comenzar a remover las capas que han ido ocultando
quien somos realmente. Como en el caso de una muñeca rusa debemos ir eliminado
cada capa y máscara una a una intentando distinguir nuestro yo real de los
roles que hemos ido asumiendo con los años hasta encontrarle. Tendremos que ver
todo lo que hacemos diariamente o los papeles que diariamente interpretamos y
que sólo están al servicio de nuestro ego y suprimirlo. Observaremos, entonces,
lo poco que tendremos que cargar una vez que nos hemos liberado de todas las
imágenes que intentábamos constantemente mantener y lo ligeros que nos sentimos
sin ellas.
Tratar constantemente de
obtener la aprobación de nuestra imagen escogida es una batalla perdida porque
nuestro yo real no es lo que el ego pretende ser. Esta realidad hace que
siempre nos sintamos infelices ya que siempre vamos a estar buscando la
siguiente cosa para completar esa imagen con la esperanza de que de esta forma
los demás crean que somos realmente así. Otras razones por las que no va a
funcionar son:
a).- Los demás raramente
van a aprobar nuestro ego porque van a estar más ocupados y preocupados por su
propio ego que por el nuestro. La supervivencia de su ego con frecuencia
depende de la comparación con el nuestro y de que si nosotros somos menos ellos
son más. Desaprobar al otro es la forma más sencilla de sentirnos superiores ya
que no requiere el trabajo duro necesario para ser mejores, sino sólo pensar
que los demás son peores que nosotros. Todos lo hacemos. Algunos de manera
silenciosa en sus juicios y otros públicamente. Las personas nos desaprobarán
no porque nos estén evaluando sino porque están evaluándose a sí mismas.
b).- Los demás no van a
aprobar nuestro yo real sino nuestro ego.
Por tanto, como nunca
vamos a agradar a todo el mundo lo mejor es que seamos nosotros mismos
independientemente de lo que los demás puedan decir y que nos queramos a
nosotros mismos.
Otro aspecto que no
debemos olvidar es la parte más profunda de la Ilusión del yo ya que es la que
nos produce el mayor dolor y la que con más frecuencia evita que resolvamos la
ecuación de la felicidad. Comienza cuando creemos que somos el centro del
universo y que las cosas buenas nos pasan porque las hemos ganado y las malas
sólo para molestarnos. Nada hay más lejos de la verdad. Con el paso del tiempo
vamos viendo que hasta a nivel individual nada es totalmente malo.
Tenemos que ampliar
nuestro punto de mira y analizar el mismo hecho desde diversos ángulos. Por ejemplo
comprar un nuevo coche puede ser bueno pero desprendernos del dinero que cuesta
puede ser malo.
Bueno o malo son dos
etiquetas que utilizamos cuando nuestras
mentes son incapaces de captar la complejidad de la red de perspectivas que
componen nuestras experiencias. Si conseguimos mirar más allá de un único punto
de mira encontraremos lo bueno en lo que nos parece malo. Cualquier hecho va a
contener algo que cumple nuestras expectativas y que va a permitir que funcione
nuestra ecuación de la felicidad y esta perspectiva optimista nos va a hacer
felices. Nuestro ego hace que vayamos por el mundo pensando que todo se refiere
a nosotros, pero debemos ser conscientes que nos somos la estrella de la
película y que la mayor parte de las cosas que ocurren a nuestro alrededor no
tienen que ver con nosotros. Existen infinitas películas distintas. En ellas si
tenemos algún papel será secundario. Nos puede ayudar a ser felices si somos
capaces de empezar a ver nuestra vida de esta forma. Contemplemos una noche
estrellada y recordemos que su belleza reside en los billones de estrellas brillando y que de ellas nosotros sólo somos
una parte minúscula.