El miedo es una de las
fuerzas más utilizadas por los jefes en el mundo laboral actualmente. Pero la
neurociencia está mostrando que una cultura del miedo no es saludable y acaba
siendo destructiva tanto para las personas como para las organizaciones, que terminan
siendo ineficientes, no competitivas y sin innovación. Pueden sobrevivir pero no florecer y
destacar.
El primer cuarto del
siglo XXI va a ser definido por los llamativos avances en el conocimiento de la
neurobiología que nos ayuda a entender la forma en la que le cerebro construye
nuestras mentes. La aplicación de esta información es crucial para los
directivos y líderes ya que tiene importantes implicaciones en la forma en la
que la energía humana se moviliza para alcanzar las metas de las organizaciones
y en el tipo de interrelaciones que se van a establecer entre sus
profesionales.
En una organización sin
miedo no existen enemigos internos, ya que tiene tolerancia cero hacia los
bullies, los rumores maliciosos, los favoritismos y las políticas autoritarias.
En ella sus líderes son conscientes de que las personas asustadas dedican más
tiempo a garantizar su supervivencia que
a trabajar productivamente, los profesionales se sienten inspirados ya que son
estimulados a correr riesgos y a explorar nuevas posibilidades.
El miedo es la más
primitiva de todas las emociones y es central para el desarrollo de la mente
desde nuestro nacimiento y a lo largo de toda nuestra vida. Juega, por tanto,
un papel fundamental en el desarrollo de la forma de ser de las personas. Es
esencial para nuestra supervivencia, pero el miedo persistente puede llegar a
destruirnos. Los avances en la neurociencia están mostrando los efectos devastadores y a largo plazo que el
abuso mental y físico puede tener en la estructura y el funcionamiento de
nuestra mente. Las experiencias de miedo pueden producir cambios dramáticos en
la arquitectura de nuestro cerebro, provocando profundas alteraciones en
nuestras creencias y percepciones.
Las emociones
condicionan nuestra vida psicológica. A través de ellas se desarrollan nuestros
sentimientos, patrones mentales y actitudes. Existen 8 emociones básicas:
miedo, ira, alegría, tristeza, amor, vergüenza, sorpresa y aversión. De estas
emociones 5 nos mantienen a salvo y nos avisan del peligro: miedo, ira,
tristeza, vergüenza y aversión, dos favorecen que nos relacionemos de forma
positiva con las personas y las cosas: alegría y amor y la sorpresa nos puede
llevar hacia el rechazo o evitación o hacia la buena relación con los demás.
Esta distribución de
las emociones muestra que tiene más peso las que se ocupan de la huida o
evitación ya que eran necesarias para la supervivencia del ser humano en la
época primitiva. En la sofisticada jungla humana actual estas respuestas pueden
ser muy útiles, pero causar, también, graves problemas.
Socialmente hemos
evolucionado mucho desde nuestros orígenes, pero siguen siendo los orígenes
biológicos los que nos mueven. Cuando
seamos capaces de entender que las emociones de huida/evitación se desencadenan
con más facilidad que las de apego/crecimiento comprenderemos fácilmente la sencilla razón por la que las
organizaciones tienden a dirigirse a través del miedo. Es la emoción que se
desencadena más fácilmente porque es la que está más ligada a la supervivencia.
Supone, también, la ruta más rápida hacia el burnout. Desde la perspectiva
organizacional los líderes que entienden cómo las ocho emociones condicionan
nuestros actos, pensamientos y sentimientos pueden ser mucho más efectivos, ya
que son conscientes de sus emociones y de sus comportamientos y de cómo éstos
pueden desencadenar emociones en los demás.
El cerebro es un
conjunto de sistemas paralelos, cada uno con distintas funciones. Aunque partes
diferentes del mismo tienen propósitos específicos, existen un infinito número
de posibilidades para construir rutas a través del cerebro para transmitir
mensajes. Éstos se transmiten por señales electroquímicas a través de las
sinapsis. Éstas se encuentran controladas por los neurotransmisores. En
diversos estados, tales como la fatiga, la depresión o al estar enamorado, los
neurotransmisores facilitan o dificultan la transmisión de mensajes. Esto
ocurre, también en el caso de reacciones emocionales fuertes. Las neuronas
utilizan una frecuencia y patrón (código) para trasladar la información de una
localización a otra. Cualquier cosa,
sencilla o compleja, que sentimos, pensamos o hacemos está dirigida por estos
sistemas, que están siendo constantemente alimentados por la información que
les llega del cuerpo y del mundo exterior.
Los mayores facilitadores de la puesta en marcha o detención de estos
procesos son las emociones que tienen que ver con las relaciones.
Las emociones están
siempre acompañadas de reacciones físiológicas. Lo que llamamos “sentimientos” son
las combinaciones refinadas y conscientes de las emociones normalmente
inconscientes. Son éstos, el producto de nuestro sistema emocional y no los
pensamientos, los que regulan la toma de decisiones. Las decisiones de mejor
calidad que se toman en las organizaciones tienen todas componentes
emocionales.
El miedo es la emoción
más básica y profunda. Juega un papel importante en nuestro desarrollo como
personas. Nacemos preparados para tener miedo. Existen algunas cosas que parece
que genéticamente nos pueden producir temor como las alturas, los leones, las
serpientes,…, y otras que aprendemos a
través de la educación recibida. Independientemente de la fuente del miedo,
aprendida o genética, existe un circuito en el cerebro para asegurarnos de que
no sólo aprendamos de qué tenemos que tener miedo sino, también, para que no lo
olvidemos, seamos conscientes de ello o no. De algunas cosas seremos
conscientes ( memorias explícitas) y de otras no ( memorias implícitas). Las
cosas que recordamos están representadas simbólicamente en una estructura en el
cerebro llamada hipocampo. Enterradas profundamente en el cerebro con el hipocampo, detrás de los ojos y la nariz,
existen dos estructuras en forma de
almendra conectadas entre sí que constituyen la amígdala. Una de sus
principales funciones es asegurar nuestra supervivencia. Recibe información del
mundo exterior, la procesa y si considera que existe una amenaza comienza a
actuar: la frecuencia cardíaca y la tensión arterial comienzan a elevarse, se
liberan las hormonas del estrés,…. Informa, también, a los centros de
movimiento del cuerpo para que reaccionen (huir, gritar, golpear, no
responder,…). La adrenalina se extiende por el cuerpo, retorna al cerebro
y por razones no bien conocidas pero que
parece están relacionadas con nuestra supervivencia, influye para reforzar las
memorias que se están creando de la situación.
En paralelo con esta ruta rápida las señales
de peligro van a través de otro sistema al cerebro pensante, que tarda unos
momentos en darse cuenta de lo que está
pasando. Las señales se envían a la amígdala pero matizadas por el pensamiento.
Lo que sigue es la habilidad para plantear estrategias de supervivencia o
buenas razones basadas en el razonamiento y la lógica.
Por tanto, los
mecanismos del miedo en el cerebro funcionan de la misma manera si la amenaza
proviene de una serpiente venenosa que de un jefe “venenoso”. Pero en este
último caso la evolución interviene y puede actuar el pensamiento y las emociones inteligentes.
Una de las funciones
más básicas del cerebro consiste en capturar, codificar y almacenar los
detalles simples y complejos de cualquier experiencia. Comienza desde el
nacimiento y constituye el patrón único y diferenciador de la memoria
autobiográfica de cada persona.
El aprendizaje temprano
está empapado por el aprendizaje emocional. Es imposible separar nuestra experiencia
de las emociones que percibimos. El proceso considerado más crucial para
convertirnos en adultos autónomos a través del desarrollo psicológico es la
experiencia de relacionarnos con los demás. En él el miedo es una herramienta
de aprendizaje poderosa. Como todas las emociones puede ser contagiosa, se
puede transmitir sin necesidad de palabras. Si miramos a alguien y vemos que
siente miedo es difícil que no lo sintamos, también, nosotros, aunque sólo sea
por un momento. Investigaciones recientes sugieren que la amígdala está
preparada para responder ante el lenguaje corporal o las expresiones faciales,
por ejemplo. En el mundo animal la comunicación no verbal es esencial para la
supervivencia. En los humanos para la relación entre un bebé y su madre son
claves los mensajes no verbales para el aprendizaje temprano. Mucho de lo que
aprendemos en las primeras etapas de nuestra vida no lo vamos a recordar, al menos de forma
consciente. Pero almacenadas en la amígdala están todas las situaciones
relacionadas con el miedo que hemos experimentado, en forma de patrones
neuronales que pueden ser estimulados en cualquier momento en nuestras vidas.
Cualquier experiencia individual de temor es vital para nuestro desarrollo como
personas.
Cuando el miedo surge
en el trabajo las estrategias de supervivencia se anteponen a la creatividad,
al pensamiento independiente, a la toma de decisiones, al compromiso con la
organización y lo que es más grave el hacer lo que quiere el jefe es prioritario
sobre hacer lo correcto.
Al mantenerse en
nuestra memoria el miedo mucho tiempo después de que haya cesado el peligro, es
una herramienta muy útil para enseñar y controlar.
El aprendizaje de lo
que tenemos que temer, según se ha demostrado, por ejemplo con las
investigaciones de Nash, afecta al cerebro del feto. Traumas que recibe su madre intervienen en
los sistemas relacionados con la amígdala del feto en desarrollo. Una madre muy
ansiosa o deprimida pone en riesgo a su hijo, ya que éste puede verse afectado
por las mismas emociones.
El bebé aprende en la
parte no consciente del cerebro. Las memorias que tiene en la amígdala son
simbólicas y si pudiesen ser recuperadas lo harían en forma de imágenes. Para
recordar memorias y ser consciente de ellas necesitamos la habilidad de pensar
y exponer verbalmente esos pensamientos. Con la adquisición del lenguaje
comenzamos a disponer de memorias accesibles. El sistema que controla la
memoria del cerebro es jerárquico: el sistema de almacenaje de memorias implícitas
basado en la amígdala está conectado con el cerebro primitivo emocional, el
almacenaje de la memoria explícita basada en el hipocampo está conectado con el
sofisticado cerebro pensante. Ambos están relacionados entre sí. Pero, es
posible que las emociones de temor surjan de la parte no consciente de nuestro
cerebro y tengan que ver con experiencias de las que la persona no tiene ningún
recuerdo. Esta es la razón por la que en
ocasiones podemos tener reacciones emocionales que parecen no tener ningún
sentido para nosotros. Si lo tienen para el cerebro, pero no para nuestro yo
consciente.
Independientemente de
la forma que el miedo se manifieste en las etapas tempranas de nuestras vidas
establece patrones que nos van a acompañar a lo largo de nuestras vidas. Por
ejemplo, el tipo de miedo que es más frecuente en las organizaciones, el que
tiene que ver con las relaciones, está condicionado por los patrones que los
profesionales han forjado desde la infancia y va a marcar la calidad de las
relaciones en el trabajo. No hay que olvidar que los primeros jefes son los
padres.