Marcia Reynolds en “Coach the person not the problem. A
guide to using reflective inquiry” ofrece una metodología para la utilización de
la indagación reflectiva para obtener resultados más rápidos y profundos en los
procesos de coaching.
Con frecuencia muchas
acciones de liderazgo y guías de coaching definen las reglas para hacer buenas
preguntas, como por ejemplo plantear preguntas abiertas que, pueden empezar por el qué, cuándo, dónde
y cómo y evitan el por qué.
El proceso de coaching
debe ser de indagación, no debe limitarse a una serie de preguntas. La
intención de la indagación no es encontrar soluciones, consiste en provocar un
pensamiento crítico sobre nuestros propios pensamientos. Sirve para que la
persona identifique fallos en su lógica, evalúe sus creencias y aclare cuáles
son los miedos y deseos que intervienen en sus elecciones. Las soluciones
afloran cuando los pensamientos se reorganizan y expanden.
Las afirmaciones que
nos conducen a mirar en el interior de nuestras mentes son de índole reflexiva
y desencadenan reflexiones y pueden ser, por ejemplo, la recapitulación, el uso
de metáforas, la identificación de puntos clave o conflictivos y el
reconocimiento de los cambios emocionales.
Cuando se utilizan este tipo de afirmaciones
durante el proceso de coaching el coachee puede escuchar sus palabras, ver cómo
sus creencias forman sus percepciones y enfrentarse a las emociones que está
expresando. Luego, una pregunta de seguimiento que confirme (¿Es esto cierto
para ti?) o desencadena la exploración (cuando el coach siente curiosidad por
el qué, cuándo, dónde, cómo o quién) provoca que el coachee analice sus
pensamientos.
La meta del proceso de
coaching debe ser que los coachees se detengan para cuestionarse sus
pensamientos y acciones que puedan están limitando su perspectiva para que sean
capaces de ver un nuevo camino para alcanzar sus deseos. Las prácticas que reflejan
sus ideas facilitan una reproducción instantánea que permite a los coachees
observarse a sí mismos contando historias y las preguntas les van a permitir
identificar las creencia y patrones de comportamiento que están utilizando,
pudiendo ver por sí mismos cuáles son ineficaces o hasta dañinos. Si se realiza
con paciencia frecuentemente el coachee será capaz de saber claramente qué es lo que
necesita saber sin necesidad de ningún tipo de consejo.
La Federación Internacional
de Coaching (ICF) describe éste como formar una pareja con el coachee para
abordar un proceso provocador y creativo que le inspire para maximizar su
potencial personal y profesional. Los coaches, por tanto, no deben actuar como
expertos o analistas aunque cuenten con una experiencia o formación relevante. Deben
convertirse en parejas de pensamientos centrados en ayudar para que el coachee
emplee su creatividad y recursos para ver más allá ya través de sus bloqueos
para resolver sus propios problemas.
John Dewey, en 1910,
definió la práctica de la indagación “reflectiva” en su libro “How we think”,
proponiendo métodos de indagación que motivasen a sus estudiantes a
cuestionarse aquellos que pensaban que sabían para que se mostrasen abiertos a
un aprendizaje más amplio. Pensaba que
si combinaba las herramientas que provocan el pensamiento crítico con preguntas
socráticas podía impulsar el que los estudiantes mirasen hacia dentro para
conceder a sus pensamientos una consideración seria que les permitiese
distinguir lo que sabían de lo que no sabían, confirmar o negar una creencia
arraigada y evaluar el valor de un temor o duda. Decía que, metafóricamente,
esta clase de indagación nos permite el trepar por un árbol en nuestras mentes
para tener una vista más completa de las conexiones y fallos de nuestro
pensamiento para decidir mejor lo que vamos a hacer después.
Ofrecer coaching no
siempre es un proceso cómodo. El aprendizaje con frecuencia ocurre en un
momento de incertidumbre inoportuna, cuando llegamos a dudar de las creencias y
presunciones que subyacen en nuestras elecciones. Pero, los buenos coaches nos
hacen que reconozcamos que tenemos lagunas en nuestro razonamiento y, en el
momento que no nos sentimos seguros de lo que sabemos el aprendizaje se
produce.
El proceso de coaching
va más allá de hacer de espejo y hacer preguntas. Los coaches deben crear un
lazo de confianza que se incremente con el tiempo. Esta relación es esencial
para que el coach sea un buen compañero para reflexionar. Este proceso es
valioso porque ninguno de nosotros somos capaces de transformar nuestro
pensamiento por nosotros mismos. Los humanos somos maestros en la racionalización
realizando elecciones rápidamente aunque pensemos que los estamos haciendo con
lógica. También somos expertos en culpar a cualquiera o a cualquier cosa que
podamos cuando nuestras elecciones son equivocadas y obtienen resultados malos.
Como Daniel Kahneman
exponía en su libro “Thinking, fast and slow” nos resistimos a la
autoexploración especialmente si existen emociones de por medio. No sabemos
cambiar bien por nosotros mismos. Para interrumpir patrones de pensamiento
adverso alguien fuera de nuestras cabezas debe alterar nuestro pensamiento
devolviéndonos nuestros pensamientos y planteando preguntas que nos hagan
reflexionar en por qué pensamos como lo hacemos.
Los adultos necesitamos
esta ayuda para ampliar nuestro pensamiento tanto como los niños y, en
ocasiones, mucho más que ellos. Al envejecer nuestro pensamiento se vuelve más
rígido y nos convertimos en maestros de la racionalización de nuestras
acciones, en no hacer caso a nuestras emociones y en encontrar aquello que
confirma nuestras creencias. No nos distanciamos de las presiones sociales y estamos
demasiado ocupados para detenernos y examinar nuestras creencias y elecciones.
Dewey mantenía que a
través de la indagación que refleja nuestros pensamientos no solo nos abrimos
al aprendizaje sino que también salen a la luz estereotipos y prejuicios
heredados, con lo que las personas podemos evaluar mejor nuestras decisiones y
acciones y ver cómo enfocamos los dilemas. Pensaba que las personas más
inteligentes eran las que necesitaban más ayuda para analizar sus pensamientos
ya que son las que mejor racionalizan, creyendo en sus razonamientos y protegiendo
sus opiniones como hechos de peso. Decirles que tienen que cambiar es perder el
tiempo, lo más útil es intentar que se cuestionen sus pensamientos a través de
preguntas y autorreflexiones.
Nuestro cerebro, para
no tener que pensar en todas nuestras acciones, desarrolla constructos y reglas
para operar de forma inconsciente. Michael Gazzaniga, especialista en
neurociencia, mantiene que nos atascamos en el procesamiento automático de nuestros pensamientos y nos engañamos pensando
que estamos actuando conscientemente. Luego, para proteger nuestra identidad y
rutinas, cuando alguien sin nuestro permiso cuestiona nuestras elecciones nos
defendemos rápidamente. Salvo en el caso en que hayamos pedido consejo, fortalecemos
nuestras barreras defensivas para proteger nuestra perspectiva y aunque el
argumento que nos presenten tenga sentido buscaremos razones para nuestras
creencias en lugar de reconocer los posibles errores.
Para pensar de forma
diferente debemos invitar a alguien a que nos ayude a examinar nuestro
pensamiento, solo de esta manera nos atreveremos a evitar que nuestra mente
reaccione rápidamente. La disrupción debe ser bien recibida si queremos que
interrumpa el procesamiento automático de los pensamientos y es cuando el
proceso de coaching resulta de utilidad.
Muchos líderes piensan
que es más fácil dar consejos que dedicar tiempo para ejercer como coach para
conseguir que los demás encuentren sus propias soluciones. No se dan cuenta de
que al hacerlo están perdiendo tiempo en lugar de ganarlo.
Cuando le decimos a
alguien lo que tiene que hacer estamos accediendo a su mente cognitiva donde
puede analizar nuestras palabras utilizando lo que ya sabe. Si lo que sugerimos
está relacionado o ratifica su conocimiento actual normalmente estará de
acuerdo con nosotros y, puede ser, que necesitase una confirmación externa para
fortalecer su seguridad antes de actuar.
Ofrecer ideas puede
parecer que es una forma eficaz de guiar las acciones de las personas. Es
verdad, pero se corre el riesgo de crear una dependencia de nosotros que haga
que la persona busque respuestas o aprobación de nosotros antes de actuar, con
lo que no estamos creando pensadores independientes.
Los resultados son
todavía menos productivos si no han buscado nuestro consejo. Puede ser,
también, que nos oigan pero olviden lo que les hemos dicho en un periodo muy
corto de tiempo. El cerebro cognitivo utiliza la memoria a corto plazo que está
limitada en capacidad y tiempo. Aunque recordemos lo que alguien nos ha dicho
durante el día, con frecuencia, perderemos la memoria de lo escuchado durante
el sueño, ya que la mente se dedica a revisar los inputs del día para
determinar que merece la pena guardar en la memoria a largo plazo. Retiene
algunas informaciones que han desencadenado emociones ya que éstas informan al
cerebro de que es importante recordar algo. Por tanto, salvo que inspiremos a
las personas con nuestras ideas o las sorprendamos con una perspectiva única no
recordarán lo que les hemos dicho al día siguiente, o puede que lo recuerden
pero confundiendo determinados detalles en el esfuerzo de reconstruir lo que
hemos dicho. Alteramos nuestra memoria cada vez que la utilizamos para
recordar. El cerebro cognitivo puede ser muy eficaz a la hora de resolver
problemas pero no lo es tanto para el aprendizaje.
Otro aspecto negativo
de que otros dependan de nosotros para hallar respuestas es que pierden la
motivación para pensar por sí mismos.
Cuando las personas
experimentan una amenaza se ponen a la defensiva. Las amenazas incluyen el
feedback negativo y lo que las personas “tienen que hacer si no quieren que….”.
Si ceden sus mentes consideran que las directrices facilitadas por el feedback de
obligatorio cumplimiento. El aprendizaje basado en el miedo lo tenemos
codificado como una respuesta de supervivencia en nuestro cerebro primitivo.
Cuando las personas se enfrentan a estas situaciones reaccionan para evitar la
amenaza y para recibir la recompensa por comportarse correctamente, aunque las
circunstancias hayan cambiado. Sus mentes no confían si se les dice que actúen
de forma diferente. La resistencia al cambio se produce porque la conducta
actual fue aprendida a través del miedo.
Dar feedback, también,
con frecuencia desencadena estrés, temor y vergüenza. La información útil que
transmitimos a los demás frecuentemente incrementa la actitud defensiva o
disminuye la confianza en sí mismos, con lo que decrece la iniciativa e
innovación. Sheila Heen y Douglas Stone en su artículo “Find the coaching in criticism” plantean que hasta las opiniones mejor intencionadas pueden
desencadenar una reacción emocional, inyectar tensión en una relación y detener
la comunicación, independientemente de los años de experiencia tanto del líder
como del receptor del feedback. Las personas queremos aprender a crecer pero
también tenemos una necesidad básica de aceptación y el feedback, especialmente
si no es solicitado, es doloroso.
Los profesionales
desean conversaciones bidireccionales que faciliten el que sus ideas afloren y
que abran sus ojos a posibilidades mejores, no directrices en un solo sentido
centradas en lo que han hecho mal. Desgraciadamente el proceso de coaching se
confunde con frecuencia con ofrecer feedback. Aunque éste último se reciba bien
, si después decimos a la persona lo que tiene que hacer no estamos realizando
coaching para que pueda determinar que puede hacer mejor para obtener mejores
resultados.