Adam Grant, como conclusión de su libro “Think again. The power of
knowing what you don´t know”, que hemos comentando en varias
entradas anteriores, plantea seguir las siguientes recomendaciones para mejorar nuestras habilidades para “repensar”,
en relación con:
I.-
“REPENSAR” A NIVEL INDIVIDUAL
1).-
Desarrollar el hábito de volver a pensar:
a).-
Pensar como un “científico”. Cuando comencemos a
formarnos una opinión debemos resistir la tentación de hacerlo en modo “predicador”,
“fiscal” o “político”. Considerar nuestra perspectiva emergente como una
hipótesis y confirmarla con datos.
b).-
Definir nuestra identidad en términos de valores y no de opiniones.
Es más fácil evitar atascarnos en nuestras creencias pasadas si no nos sentimos
ligadas a ellas como parte de nuestro concepto actual de nosotros mismos.
Debemos vernos como alguien que valora la curiosidad, el aprendizaje, la
flexibilidad mental y la búsqueda del conocimiento.
c).-
Buscar información que vaya contra nuestras opiniones.
Podemos luchar contra el sesgo de confirmación o neutralizar filtros, por ejemplo, si activamente nos enfrentamos con ideas que
cuestiones nuestras presunciones. Una buena forma de empezar consiste en seguir
a personas que nos hagan pensar aunque estemos con frecuencia en desacuerdo con
ellas.
2).-
Calibrar nuestra confianza en nosotros mismos:
a).-
Evitar quedarnos atascados en la cima del “Monte de los Estúpidos”.
No confundamos la competencia con la seguridad en nosotros mismos. El efecto
Dunning – Kruger (las personas con menos
habilidades, capacidades y conocimientos tienden a sobrestimar las capacidades
y conocimientos que realmente tienen),
es un buen recordatorio de que cuanto mejor nos creamos que somos, mayor es el
riesgo de que nos estemos sobreestimando y mayores son las posibilidades de que
dejemos de mejorar. Para evitar el exceso de confianza sobre nuestro
conocimiento podemos reflexionar sobre cómo podemos explicar un tema
determinado.
b).-
Aprovechar los beneficios de la duda. Cuando nos encontremos
cuestionando nuestra capacidad tenemos que reformular la situación y
considerarla como una oportunidad de crecimiento. Podemos tener confianza en
nuestra capacidad para aprender mientras nos cuestionamos cómo solucionamos
actualmente los problemas. Saber lo que no sabemos es con frecuencia el primer
paso para llegar a ser experto en algo.
c).-
Contemplar los beneficios y alegría de estar equivocado.
Cuando veamos que hemos cometido un error debemos considerarlo como una señal
de que hemos descubierto algo nuevo. No tenemos que temer reírnos de nosotros
ya que nos ayuda a centrarnos más en mejorar que en demostrar lo que ya somos.
3).-
Invitar a los demás a cuestionar nuestro pensamiento:
a).-
Aprender algo nuevo de cada persona que conozcamos. Cada persona sabe algo mejor que nosotros.
Podemos preguntar a las personas sobre qué han estado repensando recientemente
o comenzar una conversación sobre las veces en que hemos cambiado de opinión el
año pasado.
b).-
Construir una red de críticos. Es útil tener personas
que nos animen pero también necesitamos críticos que nos cuestionen. Una vez
que hayamos identificado a las personas que son nuestros críticos más sensatos
debemos invitarles a que cuestionen nuestro pensamiento. Para asegurarnos de
que saben que estamos abiertos a opiniones distintas debemos decirles que
agradecemos sus comentarios.
c).-
No procurar evitar el conflicto constructivo. Los desacuerdos
no tienen que ser desagradables. Aunque los conflictos de relación suelen ser
contraproducentes los conflictos de tarea pueden ayudarnos a repensar. Podemos intentar
formular los desacuerdos como debates para que las personas los enfoquen de un
modo más intelectual y menos personal.
II.-
“REPENSAR” A NIVEL INTERPERSONAL
1).-
Hacer preguntas más adecuadas:
a).-
Practicar el arte de la escucha persuasiva. Cando estamos
intentando abrir las mentes de los demás frecuentemente lo conseguiremos mejor
si escuchamos en lugar de hablar. Para mostrar nuestro interés en ayudar a las
personas a cristalizar sus propias ideas y descubrir sus propias razones para
cambiar podemos hacer preguntas.
b).-
Preguntar cómo mejor que por qué. Cuando las personas
describen las razones por las que mantienen puntos de vista extremos con
frecuencia están intensificando su compromiso con éstos. Cuando procuran
explicar cómo convertirán sus ideas en realidades con frecuencia se dan cuenta
de los límites de las mismas y empiezan a matizar algunas de sus opiniones.
c).-
Preguntar qué evidencias les pueden hacer cambiar su forma de pensar.
No podemos forzar a las personas a que estén de acuerdo con nosotros. Suele ser
más eficaz el indagar qué es lo que les puede hacer abrir sus mentes y ver si
les podemos convencer bajo sus propios términos.
d).-
Preguntar a las personas cómo han llegado a formar una opinión determinada.
Muchas de nuestras opiniones así como de nuestros estereotipos son arbitrarios ya que
los hemos desarrollado sin contar con datos rigurosos ni tras una profunda
reflexión. Para ayudar a las personas a reevaluar podemos sugerirles que
consideren cómo creerían en cosas diferentes si hubiesen nacido en otro momento
o en otro lugar.
2).-
Enfocar los desacuerdos como “bailes”, no como “batallas”:
a).-
Reconocer el terreno común. Un debate tiene que ser como una
danza, no como una guerra. Admitir los puntos de convergencia no nos hace más
débiles, sino que muestra que estamos dispuestos a negociar sobre lo que es
cierto y motiva a la otra parte a considerar nuestros puntos de vista.
b).-
Recordar que menos con frecuencia es más. Si buscamos
excesivas diferentes razones para apoyar nuestra causa podemos lograr que
nuestra audiencia se ponga a la defensiva y que rechace todo nuestra
argumentación basándose en los puntos menos importantes. En lugar de diluir
nuestro argumento debemos apoyarnos en nuestros puntos más consistentes.
c).-
Reforzar la libertad de elección. En ocasiones las
personas se resisten no porque rechacen nuestro argumento sino porque no les
gusta el sentimiento que les genera de ser controlados. En estos casos ayuda el
respetar su autonomía al recordarles que depende de ellos el escoger aquello en
lo que creer.
d).-
Mantener una conversación sobre la conversación.
Si las emociones son muy fuertes es conveniente redirigir la discusión hacia el
proceso. También, como el negociador experto que comenta sobre sus sentimientos
y evalúa su comprensión de los sentimientos de la otra parte, podemos, en
ocasiones, avanzar si manifestamos nuestra frustración o decepción y
preguntamos a los demás si la comparten.
III.-
“REPENSAR” A NIVEL COLECTIVO
1).-
Mantener conversaciones más matizadas:
a).-
Complejizar los temas más polémicos. Siempre existen más de
dos caras de una historia. En lugar de
tratar los asuntos polarizados como las dos caras de una moneda debemos
contemplarlos a través de las numerosas lentes de un prisma. Ver los distintos
tonos del gris puede hacer que nos mostremos más abiertos.
b).-
No evitar ni huir de las contingencias ni de las alertas.
Reconocer afirmaciones que pueden estar en competencia o resultados conflictivos
no sacrifica nuestra credibilidad. Es una forma eficaz de mantener la atención
d ela audiencia mientras fomenta la curiosidad.
c).- Expandir nuestro rango
emocional. No
tenemos que eliminar la frustración o la indignación para mantener
conversaciones productivas. Lo que tenemos que hacer es mezclarlas con otra
serie de emociones y, por ejemplo, intentar mostrar cierta curiosidad o admitir
sentirnos confusos o ambivalentes.
2).-
Enseñar a los niños a “repensar”:
a).-
Mantener una discusión semanal para romper mitos.
Es más fácil desmontar creencias falsas en la infancia y es una buena forma de
enseñar a los niños a que vayan sintiéndose cómodos al “repensar”. Se puede
escoger un tema diferente cada semana,
como por ejemplo los dinosaurios o el espacio exterior.
b).-
Invitar a los niños a crear distintas versiones de una historia y a buscar
feedback de los demás. Crear diferentes versiones de un
dibujo o de una historia ayuda a que los niños aprendan el valor de revisar sus
ideas. Obtener información de los demás sirve para que sean conscientes de que
pueden ir evolucionando y que no tienen que alcanzar la perfección al primer
intento.
c).-
Dejar de preguntar a los niños qué
quieren ser de mayores. No tienen que definirse a sí mismos
en términos de una carrera. Una sola identidad puede cerrar la puerta a otras
alternativas. En lugar de intentar limitar sus opciones debemos ampliar sus
posibilidades. No tienen que ser una cosa, pueden hacer muchas.
3).-
Crear organizaciones que aprenden:
a).-
Abandonar las mejores prácticas. Éstas sugieren que las
mejores prácticas ya están realizándose. Si queremos que las personas sigan “repensando”
sobre la forma en que trabajan, es mejor adoptar la responsabilidad sobre los
procesos y mantenernos buscando la forma de mejorarlos.
b).-
Garantizar la seguridad psicológica. En las culturas de
aprendizaje las personas tienen confianza en que pueden cuestionar y desafiar el estatus quo sin ser castigadas por ello. La
seguridad psicológica con frecuencia comienza si los líderes empiezan a ser
ejemplo de humildad.
c).-
Mantener un registro para “repensar”. No evaluar las
decisiones basándonos solo en los resultados, se debe hacer un seguimiento de
cómo se han considerado las distintas opciones durante el proceso. Un mal
proceso con un buen resultado es fruto de la suerte. Un buen proceso con un mal
resultado puede a veces considerarse una experiencia interesante.
4).-
Mantenernos abiertos a la posibilidad de “repensar” nuestro futuro:
a).-
Prescindir de los planes a diez años. Lo que nos interesó el
pasado año puede aburrirnos este año. Las pasiones se desarrollan no solo se
descubren. Planificar solo un paso hacia delante nos puede mantener abiertos a “repensar”.
b).-
“Repensar” nuestras acciones no solo nuestro entorno.
Conseguir construir un propósito con frecuencia comienza con acciones que
incrementan nuestro aprendizaje o nuestras contribuciones a los demás.
c).-
Reservar tiempo para volver a pensar. No solo debemos
dedicar tiempo para aprender, también, tenemos que reservar tiempo para
desaprender y “repensar”.