Daniel Akst en strategy+business del pasado 7 de septiembre
plantea que no solo los líderes pueden aprender de “El Príncipe” de Maquiavelo
sino que existen otras obras del autor, como por ejemplo “Los discursos sobre
la primera década de Tito Livio” , de las que extraer lecciones útiles.
Aunque pueda parecer cínico “El príncipe” de Maquiavelo es
reconocido como una fuente de ideas para cualquiera que desee dirigir un
negocio u obtener poder. Es un tratado de 100 páginas dirigido a Lorenzo de Médici,
el dirigente con mano de hierro florentino, con en el que trataba de recuperar
la cercanía al poder que había disfrutado previamente.
Pero las organizaciones modernas no son principados
gobernados como autócratas. Se parecen más a repúblicas con líderes que
dependen del apoyo de sus órganos de dirección, de sus empleados, clientes o
inversores. Por este motivo si queremos recurrir a Maquiavelo para obtener
sabiduría sobre el liderazgo es mejor recurrir a “Los discursos sobre la
primera década de Tito Livio”, ya que nos puede enseñar mucho sobre el
liderazgo de cualquier organización que se parezca a una república.
Esta obra, publicada de forma póstuma en 1531, se apoya en el
historiador romano (entre otros) para analizar la naturaleza del poder en la
vida pública y, como “el Príncipe” no es un manual para santos.
En los discursos Maquiavelo recalca la importancia del
fundador individual a la hora de establecer o renovar una república y por
extensión una organización. Defiende que un fundador prudente debe procurar
asumir la autoridad. Pero una sola persona no puede mantener una empresa a
largo plazo. Esto solo sería posible si la visión y los talentos del fundador
han sido capaces de originar una institución apoyada por grupos de interés que
puedan llevar la organización hacia el futuro. Maquiavelo escribe que: “los
reinos que dependen de la habilidad excepcional de una sola persona no
sobreviven mucho, porque su talento desaparece al morir la persona y no suele
aparecer en su sucesor”.
Además los príncipes no tienen el monopolio de la sabiduría y
a pesar de la imprevisibilidad de las masas, el autor reconoce su sabiduría al
afirmar que “la multitud es más sabia y más constante que un príncipe”.
Sobre la sucesión Maquiavelo opinaba que “después de un
príncipe excelente, un príncipe débil puede mantenerse, pero después de éste
ningún reino puede mantenerse con otro príncipe débil”.
Otras ideas reflejadas en este libro son, por ejemplo: “cualquiera
que desee reformar un estado largamente establecido en una ciudad libre deberá
mantener al menos la apariencia de las formas antiguas, ya que las personas
viven tanto de las apariencias como de las realidades; ciertamente con frecuencia
se mueven más por lo que parecen las cosas que por lo que son en realidad”.
La honestidad puede que sea la mejor política pero esta no es
una máxima atribuida a Maquiavelo. De acuerdo con la idea de que las personas
se fijan mucho en las apariencias dice que los líderes forzados a hacer algo
por necesidad deben pretender que sus acciones derivan de la generosidad. En
otro capítulo argumenta que “ la astucia y el engaño sirven a los hombres más
que la fuerza para lograr una gran fortuna”.
Maquiavelo tenía una visión dura de la humanidad, creyendo
que las personas actúan principalmente por su propio interés, ya sea para
gratificar sus egos o saciar su deseo de riqueza material y que, para mejor o
peor las acciones tienden a ser juzgadas por sus consecuencias. Era lo que
muchos filósofos llaman un “consecuencialista” , ya que argumentaba que en
determinados contextos se deben hacer cosas malas para alcanzar metas buenas
que no se lograrían de otra manera. Esto no quiere decir que incumplir las
leyes u otros actos poco éticos estén justificados sino que todo líder de una
organización sabe que debe tomar en ocasiones decisiones duras, como cerrar determinadas
unidades o llevar a la compañía en una nueva y arriesgada dirección, por un
objetivo beneficioso a largo plazo.
Otras recomendaciones recogidas en el libro se refieren a la
necesidad de no penalizar duramente los fracasos, especialmente si surgen de la
ignorancia en lugar de la malicia. Los generales romanos, por ejemplo, no
podrían tomar decisiones valientes si supiesen que podían ser crucificados o
ejecutados si perdían una batalla.
Las recompensas, a su vez, no deben ser retrasadas. Si no se
cultiva la lealtad y el apoyo a los demás en los tiempos buenos, las personas no
van a guardar nuestras espaldas cuando las cosas van mal, según Maquiavelo.
Las repúblicas no tienen más remedio que crecer porque pensaba
que es imposible triunfar manteniéndose quieto. Con las organizaciones ocurre
lo mismo, pero debe hacerse con cuidado porque como decía: “Las conquistas realizadas
por las repúblicas que no están bien organizadas y que no proceden de acuerdo
con los estándares romanos de excelencia, traen la ruina en lugar de la gloria”.