Stephen Martin y Joseph Marks en “Messengers. Who we listen to, who we don´t, and why”, plantean que existen 8 factores que
determinan a quién escuchamos y a quién no. Como hemos comentando
en entradas anteriores se pueden agrupar en dos en dos categorías de mensajeros:
“duros y blandos”. En el primer caso su poder va asociado al ESTATUS. Éste suele ir ligado a los
siguientes factores: posición económica y competencia que ya hemos analizado y:
III.-
DOMINANCIA
Aunque puede parecer
que en la sociedad actual aquellos cuyas metas sean simplemente dominar a los
demás no van a ser tomados en serio, la realidad muestra que escuchamos y
concedemos ventajas a aquellos mensajeros que son percibidos como dominantes o
que dominan a otros ya que les concedemos un estatus elevado.
Los mensajeros “duros”
consiguen que sus mensajes sean aceptados estableciendo primero que tienen
estatus. La estructura de los grupos sociales puede ser compleja, pero muchas
de las relaciones individuales se centran en quién es dominante y quién es
sumiso, por lo que en ellos tenderán a existir siempre líderes y seguidores. La dominancia social puede ser
definida como el rango o posición que el individuo ocupa en un grupo, basada en
su habilidad para imponerse a los demás en situaciones o encuentros
competitivos. Por tanto la dominancia se gana cuando una persona se afirma así
misma, en ocasiones de forma interesada y con frecuencia a costa de los demás. El
objetivo central del mensajero dominante es triunfar sobre los demás.
La dominancia no es
solo el resultado de un comportamiento, también es un rasgo de personalidad que
se muestra en los individuos que poseen la tendencia a actuar de forma
competitiva y a autoafirmarse, a veces de forma agresiva o en los que
manifiestan el deseo de controlar u tener el poder en cualquier situación en la
que se encuentren.
Estas personalidades
dominantes adoptan la filosofía de “ganar es más importante que cómo abordas el
juego”. Los mensajeros que poseen este tipo de personalidades se muestran
combativos en lugar de amistosos, no siendo empáticos porque su principal
interés es egoísta: ganar y obtener dominancia social sobre los demás. Además,
si sus metas se pueden conseguir a expensas de un competidor resulta más satisfactorio.
La dominancia social,
como una forma de estatus jerárquico, surge
para servir a una función importante: incentivar
la cooperación jerárquica y evitar así los costes innecesarios de los conflictos. Como seres humanos estamos
programados para detectar la dominancia, para utilizarla como pistas para saber
cómo navegar por nuestro entorno social
y para recompensarla con una mayor atención y estatus. Por tanto el individuo dominante suele ser un eficaz mensajero.
Para detectar
dominancia existen señales.
1.-
No verbales
Normalmente asociamos
la dominancia con determinado tipo de carácter: asertivo, posiblemente descarado
y hasta agresivo y aunque pueda parecer sorprendente estas conductas pueden
resultar atractivas. Por ejemplo, la evidencia muestra que los hombres que
añaden fotos de sí mismos adoptando posturas dominantes suelen tener, más éxito en las webs de citas como Tinder que los
que cuelgan fotos con posturas menos agresivas.
Cuando las personas
interactúan existe la tendencia a que adopten posturas corporales complementarias
entre sí. El individuo más dominante suele adoptar posturas más expansivas y a
gesticular más, ocupando más espacio. El más sumiso, por el contrario hará lo
contrario, como por ejemplo, cruzar las piernas y contraer su cuerpo y postura.
Todos somos conscientes
de esas señales aunque no las registremos conscientemente. Diversos estudios
han mostrado que somos capaces de averiguar qué empleado tienen un mayor rango
solo al ver una imagen de dos trabajadores manteniendo una conversación.
No solo las posturas
indican dominancia, la altura también tiene importancia, como podemos comprobar
en el caso de los líderes, salvo alguna excepción, en el que a igualdad de
características los más altos suelen ser elegidos con mayor frecuencia.
2.-
Señales verbales
Al igual que con los
aspectos visuales de dominancia, existen otros auditivos. Tenemos tendencia a
asociar estatus elevado con voces no muy elevadas y relajadas. Esto ocurre, en
parte, porque una voz con un tono muy agudo corre el riesgo de ser asociada con
miedo, ansiedad o angustia, estados que sugieren un estatus más reducido,
mientras para el oyente las voces menos agudas y menos elevadas implican una
mayor confianza y asertividad.
El tono empleado cuando
habla un mensajero, también, es importante.
Las inflexiones elevadas al final de una frase tienen el efecto de convertir
una afirmación en una pregunta, lo cual no es frecuente que surja en el mensaje
de un mensajero dominante cuyo uso de una entonación baja puede lograr que sus
audiencias reciban sus mensajes como una afirmación de un hecho.
Aquellos que tienen una
inclinación hacia la dominancia suelen ser egoístas y, por tanto, estar poco
dispuestos a sacrificarse por los demás. Cuando la dominancia está distribuida
de forma no equitativa en una relación, es la parte dominante la que suele
tener la última palabra y la más sumisa suele adoptar los puntos de vista y
emociones del dominante.
Los mensajeros
dominantes están poco dispuestos a hacer concesiones recíprocas con aquellos
que piensan que tienen un estatus inferior a ellos.
En el mundo actual
buscamos la dominancia en los líderes dependiendo de las circunstancias. En los
tiempos tranquilos los mensajeros cálidos
y armoniosos tienden a ser valorados. En los momentos de conflicto e
incertidumbre, cuando las personas sienten ansiedad o temen por su seguridad,
la motivación para buscar un líder dominante crece. Las personas quieren
alguien que pueda contrarrestar esos factores negativos y aporte certidumbre.
Al mismo tiempo asumen que un individuo dominante va a ser más capaz de tomar
las complicadas y duras decisiones que claramente son necesarias para gestionar
la crisis, actuar asertivamente y conseguir forzar la adherencia a los valores y
reglas del grupo.
Existe otro factor en
juego que se conoce como la “Hipótesis del éxito individual” que funciona de la
siguiente manera: al considerar los méritos individuales, los evaluadores, sean
votantes, reclutadores, fans deportivos, etc, tienden a centrarse más en cómo piensan
que le va a ir a un candidato de forma individual que como miembro de un
equipo. El hecho de que para ser efectivo el candidato elegido deberá pedir
ayuda y cooperar con muchas otras personas, con frecuencia se ignora. En lugar
de eso las audiencias caen en la trampa de pensar que el éxito futuro de una
persona depende exclusivamente de sus propios dones y capacidades. Esta
creencia es especialmente seductora en el caso de que un candidato potencial
haya destacado o dominado en un campo, aunque no esté relacionado. Este es un
fenómeno que explica la razón por la que deportistas destacados a nivel mundial
sean nombrados, con frecuencia, para tareas de management, a pesar de que las
competencias que les permitieron dominar los estadios como jugadores no sean
las mismas que las que se requieren para motivar y dirigir. En este sentido un análisis
de los equipos de futbol en la Bundesliga encontró que aquellos que tenían como
entrenadores a antiguos futbolistas superestrellas obtenían peores resultados
que aquellos dirigidos por entrenadores que nunca jugaron al nivel más alto.
IV.-
ATRACTIVO FÍSICO
Aquellos que se
considera que tienen atractivo físico parece que reciben el tipo de atención
que se asocia con ser un mensajero eficaz. También interviene como factor clave
en nuestra elección de amigos, de pareja y en los trabajos que conseguimos.
Influye, además, en
decisiones en áreas que al menos en la superficie no tiene nada que ver con la
apariencia física. Es el caso del mundo de las finanzas. Cuando tomamos
decisiones financieras, como el tomar prestado dinero de determinadas personas,
asumimos que nos centramos exclusivamente en factores económicos como el
interés ofrecido. Pero cuando los investigadores del Booth School of Business
de Chicago analizaron si esta es la forma en la que los consumidores tomaban
sus decisiones en relación a posibles préstamos sus hallazgos contradecían esta
suposición. Encontraron que estrategias publicitarias también jugaban un papel.
Por ejemplo, entre los hombres participantes en el estudio una fotografía de
una mujer atractiva junto a la información de la oferta hacia que estuviesen dispuestos más dispuestos
a aceptar la misma.
Somos capaces de hacer
juicios sobre el atractivo físico en menos de 20 milisegundos. Todos
respondemos con la misma rapidez y solemos coincidir en las personas que consideramos
atractivas físicamente, como se ha podido comprobar tras la revisión de
varios meta análisis.
Dos aspectos que juegan
un papel importante son la juventud y la simetría facial. Un tercer factor es
que las caras atractivas sean vistas como “promedio”. Esto puede parecer
paradójico ya que cómo pueden las personas preferí caras “prototípicas” o
corrientes si por definición las caras atractivas son valoradas por encima de
la media. La realidad es que preferimos las caras más normales precisamente por
eso, porque carecen de los rasgos que las pueden distinguir como diferentes. Los
rasgos llamativos o únicos pueden ser indicativos de potenciales problemas
genéticos. Las señales de juventud, simetría y “normalidad” actúan como signos
de confianza de que una potencial pareja tiene más posibilidades de sobrevivir
y de “pasar” sus buenos genes a generaciones futuras.
Existe otra razón por
la que tendemos a percibir a las caras “promedio” como más atractivas. Por el
hecho de ser “promedio” son más prevalentes y esa prevalencia las convierte en
más familiares. Las caras familiares nos resultan atractivas porque suelen
tener componentes comunes con las de las personas que conocemos y con las que
compartimos nexos sociales, sintiéndonos junto a ellas seguros y cómodos. Es
tan fuerte esta preferencia por lo familiar que en general, salvo que exista
una asociación negativa, tendemos a buscar a aquellos que se parecen a
nosotros.
El atractivo físico
puede ser incrementado, por ejemplo, con un buen cuidado personal, por ejemplo
a través de la forma de vestir. Existen colores como el rojo que parece que
incrementan el atractivo de las mujeres que utilizan ropa de ese color.
El concepto de
atractivo físico tiene mayores connotaciones en las mujeres ya que suelen ser juzgadas,
con más frecuencias que los hombres por su aspecto físico y las que son
consideradas atractivas pueden ser tratadas por otras mujeres de forma hostil y
las que no lo son corren el riesgo de perder valor social a los ojos de los demás
y por tanto sufrir una reducción de su estatus. En el mundo laboral se
recomienda realizar la selección de los candidatos a un empleo, para evitar
discriminaciones, sin que el solicitante adjunte una fotografía a su C.V.
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