Deborah Grayson Riegel y Sophie Riegel en “ Goto help. 31 Strategies to offer, ask and accept help”, que estamos comentando,
plantean que aunque con frecuencia hemos tenido pensamientos como “No quiero
molestar” o “Todos están ocupados”, la realidad es que como especie hemos
evolucionado hasta ser criaturas prosociales, a las que ofrecer y recibir ayuda
les ha ayudado a sobrevivir.
Desde
el punto de vista de la evolución los humanos tienen que ayudar a los demás
como un mecanismo de supervivencia. Si, por ejemplo, la persona A ayuda a la
persona B a recolectar moras, seguramente si la persona A necesita comida en otro
momento la persona B le facilitará alguno de sus recursos. Esto es lo que se
conoce como “altruismo recíproco”, por el que las personas se ayudan unas a
otras con la expectativa de que si necesitan ayuda en el futuro alguien les
devolverá el favor. Cuanto más nuestros antepasados ayudaban a otros, más ayuda
recibían, lo que les ofrecía mayores posibilidades de sobrevivir y reproducirse.
Adam Grant, en su libro “Give and take: a revolutionary approach to success”,
mantiene que dar es contagioso. Parece que crea un espacio seguro en los grupos
en el que la personas pueden adoptar comportamientos altruistas,
sin tener que preocuparse de que los demás se provechen de ellos.
Pero,
querer ayudarnos y saber cómo hacerlo son cosas distintas. En ocasiones un
familiar, amigo o compañero de trabajo puede estar dispuesto a ayudarnos pero
no sabe que enfoque adoptar porque piense que:
a).-
Existen demasiadas opciones. El hecho de tener un exceso de posibilidades puede
conducir a la indecisión y, como consecuencia, a la ausencia de acción.
b).- Hay muy pocas opciones. Por ejemplo, nuestro amigo puede pensar que no puede hacer
nada por alguien que está afligido o que por mucho que ayude algo va a ir mal.
Este patrón de pensamiento puede volverse obsesivo y ocurre cuando la persona
tiene tantas ganas de ayudar que se preocupa mucho por no saber hacerlo de la
manera correcta. Estas reflexiones pueden ser paralizantes y llevar a que la persona
en lugar de actuar se eche para atrás.
c).- No sabe de qué forma ayudar y cómo
abordarnos y termine sin ayudarnos para nada. No todas las relaciones están
bien definidas. Por ejemplo nos podemos llevar bien con nuestro jefe, pero eso
no quiere decir que seamos amigos o nuestro padre pude ser nuestro confidente
pero también es nuestro padre. Existen, por tanto, dinámicas en la relación que
gestionar, por lo que la falta de claridad en la manera en la que nosotros y la
otra persona definimos nuestra relación dificulta la forma en la que ellos
sepan cómo ayudarnos adecuadamente.
d).-
En el pasado ha intentado ayudar y la
experiencia no salió bien. Resultará complicado para esa persona en el futuro
abordarnos para ofrecer su ayuda por pensar que puede no ser bien recibido el
ofrecimiento o malinterpretado.
Cuando
aun necesitando ayuda no la pedimos los demás pueden pensar que no lo hacemos
por una de estas tres causas normalmente:
1.-
No me necesita, está bien sin mi ayuda.
2.-
No confía en mí, piensa que soy incapaz de ayudarle.
3.-
Todavía no es el momento. Cuando la relación con la otra persona no es muy
clara, parece lógico pensar que no pide nuestra ayuda porque no existe todavía
la confianza necesaria, al ser la relación superficial. Pero si ésta es buena
la otra persona se puede sentir dolida.
Aunque
ninguno de nosotros puede controlar cómo se sienten los demás si tenemos la
capacidad de influir en las presunciones que las personas hacen sobre nosotros.
No queremos que los demás asuman que les consideramos inalcanzables o que no
podemos confiar en ellos, por lo que debemos o pedirles ayuda (aunque nos
resulte duro) o asegurarnos de que les decimos por qué no les estamos pidiendo
ayuda. Si no lo hacemos podremos asumir que los demás están construyendo una
historia sobre cómo nos sentimos hacia ellos y, normalmente, ésta no va a ser una
historia feliz.
Una
vez que tenemos claro que los demás quieren ayudarnos y las presunciones que
pueden hacer si no lo hacemos, es el momento de identificar el tipo de ayuda
que necesitamos y el que no necesitamos.
Ken Blanchard y Paul Hersey plantearon que aunque tengamos miles de opciones de
ayudas se pueden simplificar en dos categorías:
a).- Dirección
Es
asertiva, práctica y clara. Puede significar: “ve allí”, “haz esto” o prueba
esto”, por ejemplo. Es útil cuando estamos desarrollando una habilidad o
competencia y necesitamos instrucciones, consejos, metas claras, ejemplos de lo
que significa “bien hecho” y feedback frecuente de nuestro progreso para
aprender a hacer algo por nuestros medios.
También
puede significar que nos hacemos a un lado ya que cuando existe una competencia que no
estamos planeando desarrollar, podemos necesitar a alguien que lo haga por
nosotros. Por tanto nos apartamos para dejar el espacio suficiente para que
esto pueda ocurrir.
b).- Apoyo
No
se debe limitar exclusivamente a situaciones tensas y cargadas de emociones
como la enfermedad o la muerte. Por ejemplo, podemos tener una conversación
complicada con un cliente muy demandante y aunque podemos no necesitar que nuestro
jefe nos diga cómo abordarla si podemos utilizar una charla preparatoria con
él.
Mientras
dirección supone marcar el camino, remover obstáculos que puedan encontrarse en
el camino o apartarnos directamente para que otro tome las riendas, el apoyo
supone ayudar a encontrar el propio camino, en los buenos y en los malos
tiempos, por medio de la empatía, la escucha y transmitiendo ánimos.
La
siguiente etapa, tras saber el tipo de ayuda que necesitamos consiste en
identificar quién debe ayudarnos. El proceso para determinar a quién debemos
pedir ayuda pasa por preguntarnos:
1.-
¿Quién es adecuado?
Si
necesitamos dirección debemos decidir quién sabe hacer la tarea bien y tiene la
formación formal o informal apropiada. Si necesitamos apoyo debemos considerar
quién nos ha apoyado en el pasado de una forma que nos resultó útil, porque
se centraba en nosotros y no en él o quién nos apoyo de la forma que
necesitábamos en una situación particular.
2.-
¿Quién está dispuesto?
Una
vez hemos identificado quién nos puede ayudar debemos pensar en quién nos puede
ayudar en el momento en el que lo necesitamos. Por ejemplo, podemos pensar que
nuestro jefe nos puede ayudar para preparar un informe pero puede ser que esté
muy ocupado y no pueda hacerlo.
La
disposición a ayudar está también unida a la confianza que la persona tenga de
tener la experiencia y conocimientos necesarios para poder hacerlo. Si se lo
pedimos a alguien que no la tiene puede resultar frustrante para ambas partes, por
lo que al hacer la petición tenemos que asegurar a la otra persona que estamos
convencidos que es la persona ideal para hacerlo.
Otro
factor que tenemos que tener en cuenta es la motivación de la persona, porque
si, por ejemplo, al ayudarnos piensa que puede entrar en conflicto con sus
intereses, no va a estar dispuesta.
3.-
¿Con quién puedes contar?
A
la hora de pedir ayuda debemos pedirla a alguien en quien confiemos que sea
sincero, diciéndonos la verdad y considerando el impacto, de fiar y, por tanto, que cumpla sus compromiso, competente y que sabe hacer lo que se supone que tiene que
hacer y que se preocupe y que interesándose por nuestras necesidades, valore sus intereses. Pero no siempre son imprescindibles todas estas características ya
que, por ejemplo, si pedimos ayuda para arreglar nuestro coche necesitamos que
la persona sea de fiar y competente fundamentalmente.
Finalmente
ha llegado el momento de hacer nuestra petición y para ello el primer paso es
tener el patrón mental correcto para preguntar. Luego debemos dedicar algunos
minutos para reflexionar sobre éxitos pasados y sobre qué es lo que hizo que la
petición lo fuera: las palabras utilizadas, el momento, el lenguaje corporal, …
En
ocasiones tenemos que pedir ayuda a personas con las que mantenemos una
relación insegura o inmadura, lo cual no es lo ideal pero es real, y con las
que no funcionó en alguna ocasión anterior la petición de ayuda. En estos casos
podemos iniciar la conversación reconociendo este hecho y pidiendo feedback
sobre su opinión sobre los motivos del fracaso o acudir a una persona a la que la persona a la que queremos pedir
ayuda haya ayudado en el pasado con éxito para que nos aconseje sobre la mejor
forma de abordar a la persona que necesitamos. Otra alternativa es buscar otra
persona que nos pueda ayudar.
Las
autoras recomiendan que cuando hagamos una petición evitemos los siguientes
enfoques:
a).-
“Quid pro quo” : “ Necesito ayuda y te
recuerdo que me debes una”,
b).-
Última esperanza: “Le he pedido ayuda a todo el mundo que conozco y como no
podían ayudarme te lo pido a ti”.
c).-
Culpa: “ Después de todo lo que he hecho por ti lo menos que puedes hacer es
ayudarme”.
d).-
Manipulación: “ Crees que puedes dejar de pensar en ti mismo por una vez y
ayudarme”.
e).-
Sarcasmo: “ Sí ¡Cómo si alguna vez me hubieses ayudado¡”
f).-
Insulto: “Ya sé que tú tampoco eres bueno en esto, pero a pesar de todo, quizás
puedas ayudarme”.
Si
hemos conseguido una respuesta afirmativa debemos agradecer su disposición, aclarar
muy bien nuestras expectativas, discutir el camino a seguir y dejar que nos
ayuden.
Existen
algunos escenarios en los que la respuesta es negativa y en estos casos
podemos:
1.-
Si dicen que no, agradeceremos que nos hayan escuchado y pediremos que nos
digan las razones de su negativa o expresaremos nuestra desilusión y/o que lo
comprendemos.
2.-
Si se enfadan con nosotros por pedir su ayuda podemos solicitar que nos digan
sus razones utilizando un lenguaje neutral para conocer sus motivos y ver si
podemos reformular la petición o no.
3.-
Si expresan un juicio por nuestra petición y necesidad de ayuda podemos
compartir con ellos el impacto que su reacción está teniendo en nosotros. Por
ejemplo diremos: “Me parece que cuando te pedí ayuda tu respuesta ha sido
decirme por qué no debo necesitar ayuda. El impacto que tus palabras tienen en
mí es que creo que no puedo volver a solicitar tu ayuda en el futuro por miedo
a que me juzgues negativamente al hacerlo. ¿Era esa tu intención?
4.-
Si dicen que si, pero pensamos que no desean o no pueden ayudar podemos ponernos
nosotros como ejemplo y decir: “
Agradezco tu ofrecimiento de ayuda pero
me da la impresión de que no estás seguro de si puedes ayudarme ahora. Se que
yo, en ocasiones, acepto ayudar a alguien sin pensar bien si puedo. ¿Te
gustaría pensarlo y mañana hablamos?” Posteriormente aceptaremos su respuesta
final y agradeceremos el interés.
5.-
Si dicen que sí y luego no nos ayudan debemos hablar y pedir que nos digan las
razones, sin hacer interpretaciones previas.
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