Robert Sutton en la
segunda parte del libro "Buen jefe, mal jefe", del que hablamos en dos entradas previas, continúa destacando las siguientes actuaciones que llevan a cabo
los que, a su juicio, son los mejores jefes:
III.-
SELECCIONAR PROFESIONALES CON TALENTOS CONECTIVOS.
Los mejores jefes no
solo reclutan a personas con habilidades especiales; seleccionan a
colaboradores que saben sumar su energía y talento al de los demás. La
interdependencia es un hecho ineludible y necesario en la vida de las organizaciones.
Los profesionales que son incapaces de relacionarse bien con los demás frenan
el rendimiento. El talento para relacionarse con los demás no sirve de nada si,
por supuesto, la persona no está capacitada para realizar su labor, pero los
mejores talentos si anteponen sus necesidades a las de sus compañeros y a las
de la empresa n en que trabajen son peligrosos.
El buen jefe cuando se
encuentra con problemas de rendimiento, se ve asolado por un conflicto serio o
está perdiendo colaboradores buenos de forma alarmante se debe preguntar
si a los profesionales a los que
considera “estrellas consagradas” están mejorando o socavando el rendimiento y
las relaciones entre los demás compañeros. Muchos jefes caen en la trampa de
mostrar una fe tan ciega en las superestrellas y en la competencia desenfrenada
que, si tienen la ocasión, seleccionan a ególatras e instauran sistemas de reconocimiento y
promoción que recompensan a estos profesionales a los que no les importan sus
compañeros y acaparan todo el reconocimiento no importándoles pasar por encima
de los demás para conseguirlo. Y aunque puede producirse un rendimiento
individual asombroso, la colaboración y la cooperación desaparecen, y con ellas
la innovación y la productividad. El problema de tratar el trabajo como un
juego de “yo gano, usted pierde”, no es sólo que el ambiente se vuelve muy
desagradable, sino que, también, perjudica al rendimiento. Lamentablemente,
muchos jefes que dicen fomentar la colaboración aplican sin querer sistemas de
recompensa que la pisotean. Son presa de lo que Steve Kerr denomina “la locura
de recompensar a A, mientras se tienen expectativas en B”: utilizan sistemas de
recompensa que alientan el egoísmo todos los días y en todos los sentidos, a la
vez que esperan que la gente se lleve bien con los demás.
Algunas personas son
más cruciales para el éxito colectivo que otras y cuando los jefes no se
esfuerzan por diferenciar a las personas que aportan contribuciones
constructivas de quienes no lo hacen, los que obstaculizan el trabajo del
equipo salen ilesos o, lo que es peor, son recompensados. Los jefes
cualificados procuran seleccionar y promocionar, siempre que pueden, a
profesionales con un historial de actos desinteresados y cooperativos. Buscan
profesionales que sean capaces de generar energía gracias a su optimismo acerca
de las posibilidades que se les presentan y que involucran totalmente a las
personas que tienen delante, valorando las ideas de los demás y ayudando a que
sus compañeros sientan que están haciendo progresos.
Los mejores jefes no
solo deben ser capaces, también ellos, de infundir energía a su equipo y
procurar seleccionar a profesionales que también sepan hacerlo y sean
emprendedores, deben combatir a los que adoptan posturas negativas. El
argumento para reformar, o en caso de no lograrlo prescindir de éstos se ve
reforzado por la investigación de Will Felps sobre las “manzanas podridas”.
Felps y sus colaboradores estudiaron lo que Sutton llama vagos(contrarios al
esfuerzo), deprimentes (que expresan ansiedad, pesimismo, inseguridad e
irritación, siendo una raza tóxica de consumidores de energía) e imbéciles(que
infringen las normas personales de respeto). Felps calcula que los equipos con
un solo vago, un deprimente o un imbécil acusan una desventaja en el
rendimiento del 30 al 40 % en comparación con los equipos que carecen de este
tipo de personajes. Dichas “manzanas podridas” son muy destructivas porque para
la mayoría de las personas los pensamientos, sentimientos y hechos negativos
tienen más efectos y durante más tiempo que los positivos.
Robert Sutton plantea
los siguientes trucos:
1.- Apreciar y reconocer
la labor que hacen los profesionales.
2.- Demostrar confianza
en los colaboradores y transmitirles que tienen el potencial de lograr resultados
excelentes.
3.- Librarse de los
profesionales negativos y de bajo rendimiento. Para ello los jefes deben
empezar por vencer lo que los psicólogos llaman la “parcialidad de la
confirmación” que se trata de un pensamiento selectivo en el quela persona suele
ver y buscar aquello que confirme sus creencias e ignorar o infravalorar la
relevancia de lo que las contradice. La parcialidad de la confirmación puede
hacer que los jefes emitan juicios excesivamente elogiosos sobre los
profesionales en los que han invertido mucho tiempo y dinero o que simplemente les resultan agradables o
admirables. Puede llegar a ocasionar la ceguera ante un rendimiento mediocre o
incluso pésimo de sus favoritos.
4.- Mantener unidos a
los grupos e ir introduciendo progresivamente nuevos miembros para que aporten
nuevas ideas.
5.- Protegerse de los
“ladrones de energía”. Ser jefe
significa que cuando ocurre algo malo o alguien está descontento, la resolución
del problema es nuestra responsabilidad. El pasar mucho tiempo con “manzanas
podridas” es nocivo, por lo que ha que evitarlo, si no se puede prescindir de
ellos. Hay que reservar la pasión y la creatividad para las personas que se
puedan beneficiar de ellas y desarrollar el arte de la indiferencia y el
distanciamiento emocional en nuestras relaciones con el resto de profesionales.
6.- Dividir y vencer. En los casos en los que se dirige a
profesionales sin habilidades conectivas y sus habilidades son irremplazables,
la mejor solución puede ser concebir su trabajo de forma que puedan trabajar de
forma lo más autónoma posible.
7.- Mirarse al
espejo. Si el equipo que lideramos se ve
arrastrado a una competencia disfuncional y estamos rodeados de
profesionales que pueden considerarse
“manzanas podridas” hay que” mirarse al espejo” y plantearse por qué los
mejores no quieren trabajar con nosotros y por qué personas que en un principio
eran consideradas “estrellas” al estar en nuestro equipo se han convertido en
trabajadores nefastos. Posteriormente una vez analizadas las causas debemos
empezar a hacer las cosas de manera distinta.
IV.-VINCULAR
PALABRAS Y ACCIONES.
La “trampa del discurso
inteligente” se produce cuando los jefes y sus equipos saben lo que hay que
hacer y no cesan de hablar y escribir sobre ello y de estudiarlo, pero no pasan
a la acción. Por alguna razón, el aluvión de palabras (números, imágenes,…) generado
a través de conversaciones insustanciales, sesiones de lluvia de ideas,
discusiones prolongadas, planes estratégicos, declaraciones de objetivos,…puede
resultar reconfortante aunque no tenga ningún impacto en lo que los
profesionales tienen que hacer para alcanzar sus metas.
Para evitar caer en
esta trampa el autor propone:
1.- No ser un bocazas y
dejar que los colaboradores lleven la batuta. Como jefe se debe establecer una
jerarquía en la que los profesionales que sepan más sobre un problema sean quienes
más influencia ejerzan en dicha actividad. No hay que dejar que el equipo sea
víctima de la teoría del líder parlanchín, que mantiene que quien habla primero
y con más frecuencia suele ejercer una influencia excesiva en los demás,
incluso cuando sólo diga estupideces. Los buenos jefes son muy conscientes de
que los colaboradores que saben más, a veces son los que menos se hacen oír y
son los menos avasalladores. Cuando una persona con conocimientos no dice gran
cosa, la tarea de un jefe consiste en preguntarle qué piensa sobre el tema.
2.- Dejar que otros
hagan el trabajo, si no sabe hacerlo. En un mundo ideal los jefes se
encargarían siempre de tareas que conocieran a fondo. Pero eso no es siempre
factible, por lo que la labor de un jefe consistiría en formular buenas
preguntas, escuchar, recurrir a alguien con más experiencia y, sobre todo,
aceptar su propia ignorancia. Quienes no lo hacen así, se arriesgan a tomar
decisiones equivocadas y arruinar su reputación.
3.- Mostrar
empatía. Un jefe debe tener
conocimientos técnicos y empatía para comprender las necesidades tanto de sus
profesionales, como del resto de los grupos de interés de la organización.
4.- Ser repetitivo y
preciso. Una orientación repetitiva y precisa es algo que aprenden a hacer los
jefes que desean que sus palabras propicien actos. Ideas simples y repetitivas,
teniendo en cuenta que las cosas que se
dicen una y otra vez tienen más impacto si se especifica qué se debe hacer y
cuándo.
5.- Simplificar. Conseguir
que las personas utilicen un lenguaje simple no siempre es fácil, ya que por
desgracia si éstas utilizan una jerga ininteligible son consideradas en muchas ocasiones más
inteligentes que las que emplean palabras sencillas. Esta atribución se produce
incluso cuando las personas hacen uso de un lenguaje incomprensible para
enmascarar ideas inútiles o absurdas. Los verdaderos expertos no tienen ninguna
incompetencia que enmascarar, pero tienen que tener cuidado para no caer en la
“maldición del conocimiento”: cuánto más sabe alguien de algo, más difícil le
resulta ofrecer explicaciones e instrucciones de una manera que los demás
puedan comprender. Esta maldición ocurre
porque a los expertos les cuesta ponerse en la piel de los neófitos. Las
acciones de los expertos se tornan tan automáticas para ellos que olvidan los
sencillos pasos que tuvieron que aprender y los problemas a los que hicieron
frente cuando eran novatos. Algunos expertos también se resisten a explicarse
sin tecnicismos porque están tan pagados de su propia brillantes, y desdeñan
tanto a quienes carecen de ella, que menosprecian a quienes no les entienden.
Los mejores jefes
luchan contra la complejidad innecesaria y buscan la simplicidad para lograr
convertir el conocimiento en acción.
6.- Utilizar criterios
sencillos y fáciles de juzgar. El problema de someter a los profesionales o a
las organizaciones a demasiados criterios consiste en que no pueden satisfacer
o tan siquiera pensar en todos ellos a la vez y así acaban haciendo lo que
quieren o una o dos cosas que consideran importantes o que les va a suponer
alguna recompensa.
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