Julia Di Gangi en la edición de septiembre –
octubre de Harvard Business Review plantea que en su trabajo con distintas
organizaciones con frecuencia escucha a los directivos decir que están
estresados por que no cuentan en sus equipos a profesionales con iniciativa
para empezar cosas.
Pero cuando analiza sus interacciones encuentra
que esas personas frecuentemente están microgestionando a sus empleados, por
ejemplo, haciendo demasiadas preguntas, controlando con demasiada frecuencia o
dando muchos consejos. Con frecuencia escucha a los directivos decir a los
miembros de sus equipos: “ Quiero que asumas
el liderazgo total de este proyecto, pero tienes que asegurarte de que me
comentas todo antes”. Estos mensajes mandan señales que entran en conflicto y
se anulan unas a otras y los profesionales confusos se preguntan si pueden
comenzar de forma autónoma o si tienen que empezar por pedir permiso antes de
hacer algo.
Los líderes están comunicando: “¡Comienza¡ No, detente¡
No, comienza¡” y luego no entienden las razones por las que el trabajo no
avanza.
En teoría, el estilo ordeno y mando está siendo
abandonado desde hace varias décadas. Las investigaciones y las experiencias
reales han mostrado que las organizaciones funcionan mejor cuando los líderes
empoderan, estimulan y hacen de coaches de sus profesionales en lugar de
transmitir órdenes y buscar la disciplina. Pero ese estilo, que la autora llama
de “energía de mando” se mantiene prevalente, aunque quizás no de forma tan
agresiva como en el pasado.
No es que los directivos estén demandando explícitamente:
“¡Haz esto ahora mismo¡”. lo que ocurre es que están comunicando una energía
emocional que claramente indica que “Estoy al mando y tú lo vas a hacer de la
forma que yo quiera”. En teoría este estilo puede parecer adecuado: " Si
consigo que seas diferente, entonces lograré lo que quiero – ¡qué eficiente¡”
El problema es que desde el punto de vista
neurológico este control no se puede mantener. El cerebro humano está
programado para la independencia. Cuando los expertos en gestión hablan de
cosas como la elección de los empleados o el traer nuestra verdadera
personalidad al trabajo lo que están describiendo es la necesidad del cerebro
de autonomía. Regiones en el mismo como la corteza prefrontral ventrolateral y
la insula representan al sentido innato de uno mismo. Son el motor por el que
sentimos que tenemos nuestras preferencias, queremos hacer nuestras propias
elecciones y expresar nuestros deseos individuales.
Luchar contra la naturaleza humana parece que es
una batalla perdida por lo que no se comprende que los líderes continúen siendo
tan controladores. En sus raíces estas tendencias a apoyarse en el estilo
ordeno y mando surge de la propia ansiedad y falta de confianza del líder en sí
mismo y, como cualquiera que haya trabajado con un microgestor puede atestiguar
este estilo de liderazgo tiende a incrementar la ansiedad de los subordinados, también. Este hecho resulta especialmente problemático en la actualidad
cuando porcentajes cada vez más elevados de la fuerza laboral manifiestan que
ya están sufriendo ansiedad.
Como investigadora y clínica Di Gangi ha
estudiado los efectos del estrés crónico sobre el cerebro y sobre el comportamiento y tratado
dichos efectos en personas en contextos
de los negocios, militares y comunitarios. Fruto de ese trabajo ha sido la
creación de “neuroenergetics” que es un
modelo para tratar de entender como construye nuestro cerebro la
realidad y así poder dirigir nuestras vidas de forma más satisfactoria.
“Neuroenergetics” hace referencia a la energía de
la mente y no de forma metafórica. Con frecuencia imaginamos que la forma en la
que pensamos y sentimos es algo abstracto y no físico. Pero esto no es verdad. Nuestro
cerebro es como una máquina eléctrica que envía impulsos eléctricos a través de
los nervios con una velocidad de hasta 260 millas la hora y que cataliza más de
100.000 reacciones electroquímicas cada segundo. El poder de la energía de la
mente impregna todas nuestras palabras y acciones como líderes y, con demasiada
frecuencia, el resultado es un liderazgo con un estilo de ordeno y mando.
Imponer a los demás que se comporten de forma que
se alinee con nuestros intereses, al tiempo que se les deniegan los suyos, no
puede favorecer la creación de equipos fuertes, precisamente porque va contra
la forma en la que el cerebro humano funciona. Aunque determinadas situaciones
requieren la energía del mando (ejercicios militares, evitar que los niños
crucen la calle sin mirar, etc), raramente funciona en la mayor parte de
ámbitos de nuestra vida. Por ejemplo, si los padres no crean un espacio para la
independencia emergente de sus hijos, pueden estar bloqueando el desarrollo de
un sano sentido de autonomía y ocasiona los frecuentes conflictos padres hijos.
En el mundo laboral este tipo de energía puede
ser destructiva en las relaciones entre compañeros y entre supervisores y los
profesionales a su cargo. Las personas estamos programadas naturalmente para
gozar de autonomía por lo que resienten que se pretenda controlar y dirigir
todos sus pasos. Los líderes no suelen ser conscientes de que la utilizan, pero afecta profundamente todo lo que hacen.
Para detectar situaciones en las que utilizamos
la energía del ordeno y mando debemos pensar, por ejemplo, si en las ocasiones
en las que alguien no está de acuerdo con nosotros seguimos insistiendo que tenemos razón mientras la otra parte sigue
reiterando que estamos equivocados. Si en estos casos tratamos de demostrarles que
están equivocados o entramos en una dinámica pasivo agresiva con el otro ,
rechazando hablar con él o contestar a sus correos., al final lo que conseguimos
es la frustración de todas las partes y el que la relación se enfríe.
Para evitar depender en exceso del estilo ordeno
y mando los líderes deben mirar hacia su interior para entender qué es lo que
causa esta necesidad. Con frecuencia los líderes se sienten sorprendidos y
tranquilizados cuando son conscientes de que este tipo de “energía” procede,
normalmente, de la falta de confianza en sí mismos. Buscamos controlar solo
aquello en lo que no confiamos. Por ejemplo no intentamos controlar si el sol
sale cada mañana porque confiamos en que lo va a hacer, ni pedimos inspeccionar
el motor de un avión antes de despegar porque confiamos en que los responsables
han seguido los protocolos de seguridad. Podemos pensar que tenemos que dar
órdenes a otras personas porque no confiamos en ellos. Esto, en algunos casos
será necesario, pero en otros muchos la causa es que no confiamos en nosotros
mismos y en que nuestros planes tengan éxito si las personas no hacen las cosas
exactamente como les decimos que lo hagan, por lo que mandamos a través de la
crítica. Como, también, pensamos que hemos preparado bien a nuestro equipo
utilizamos la microgestión.
Los líderes con los que ha trabajado la autora
con frecuencia se sentían aliviados al aprender que podían dejar de prestar
tanta atención a los demás y enfocarse más en su propio trabajo. Pero, aunque
muchos líderes se sienten emocionados por lo que pueden lograr con equipos
menos controlados y más empoderados, también se sienten preocupados por lo que
puede ocurrir cuando comiencen a controlar menos. Pueden sentir que implica “barra
libre” para todo, pero la realidad es que abandonar este tipo de energía no
significa crear una cultura de irresponsabilidad. Por el contrario consiste en
generar una cultura poderosa e inspiradora de auto - responsabilidad.
Una vez que empezamos a entender cómo nuestra
propia ansiedad e inseguridad ha alimentado nuestra energía de ordeno y mando
podemos aplicar grandes mejoras a la forma en que lideramos nuestros equipos.
Nuestro trabajo no consiste en controlar a los demás, lo que tenemos que hacer
es controlarnos a nosotros mismos y confiar en que éstos nos sigan.
Para fortalecer nuestro liderazgo debemos
empezar, pues, a prestar más atención a nuestra propia energía emocional como
fuente de una potencial dificultad en las relaciones. Los siguientes 4 pasos nos
ayudan a mirar dentro de nosotros mismos:
1.- Pensar en alguien en quien hallamos dedicado mucho
tiempo tratando de ordenar, convencer, controlar, persuadir, influir o motivar.
Puede ser un obstinado compañero de trabajo que nos incordia. Debemos
seleccionar a alguien con quien es importante que mantengamos una relación
positiva.
2.- Identificar dos o tres características de
esta persona que nos afectan profundamente de forma negativa, como por ejemplo
que el individuo es muy crítico y está continuamente juzgando a los demás.
3,. Considerar ocasiones en las que hemos
inyectado similares energías en nuestras propias relaciones y nos hemos
mostrado muy críticos o juzgado en exceso.
Debemos ser conscientes de si este paso del
ejercicio hace que nos pongamos a la defensiva, pensando: “¡Yo no soy crítico,
los demás si lo son¡”
Si nos sentimos dolidos por las críticas que
recibimos de otra persona, es muy probable que nosotros también exhibamos este
tipo de energía crítica. Es posible que identifiquemos a esa energía con un
nombre diferente de forma que sea más aceptable para nosotros, como por ejemplo
diciendo que es que somos exigentes, precisos, difíciles de complacer, etc,
pero estamos realmente transmitiendo el mismo tipo de energía que nos provoca
dolor cuando la recibimos. Puede ser que
resulte complicado detectar cuándo y dónde exhibimos estos rasgos ya que los
puntos ciegos y mecanismos defensivos son reales. Si tenemos dificultades para
identificarlos podemos pedir que personas cercanas a nosotros nos digan cuándo
ven este tipo de energía emanando de nosotros y debilitando nuestras
relaciones.
4.- Una vez que hayamos determinado cuándo somos
críticos debemos monitorizar esos escenarios y detenernos si vemos que vamos a
caer en mostrar el tipo de energía que encontramos dolorosa si somos nosotros
los que la recibimos.
Al comenzar a cambiar de energía podremos
observar cambios significativos en el comportamiento de aquellos que lideramos.
Muchas personas compartimentan sus vidas
personales y profesionales, contemplándolas desde diferentes esferas. Pero si
queremos convertirnos en un líder más eficaz es importante que reconozcamos que
nuestro liderazgo no pertenece a una situación específica ya que, en realidad,
va a ser definido por la energía emocional que tengamos y mostremos en momentos
de estrés. Si nos volvemos más centrados, serenos y seguros en un área de
nuestra vida, con frecuencia trasladaremos un área de nuestra vida a otra.
Cuando nos demos cuenta de que el estilo de
liderazgo de ordeno y mando surge de nuestras propias ansiedades empezaremos a
prestar más atención a nuestra propia energía y al hacerlo encontraremos las
fuerzas necesarias para modificarlo.
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