Los
autores destacan que las personas que sienten una mayor inclinación hacia
implicarse en comportamientos poco éticos con frecuencia tienden a racionalizar
sus acciones de forma que puedan preservar su autoimagen de persona ética,
mientras disfrutan de los beneficios de su conducta poco ética. No quieren que
les consideren mal por lo que se distancian de sus decisiones de dudosa
moralidad. Ponen por ejemplo el caso de la persona que falsea e infla los datos
que presenta en una reclamación a un seguro autojustificándose por todos los
años que lo ha venido pagando sin demandas previas, por lo que no puede ser
considerado un ladrón. Al minimizar la seriedad de sus fallos éticos se
intentan convencer de que comportamientos tramposos ocasionales no les
convierten en personas deshonestas.
Loa
investigadores plantean en su estudio la hipótesis de que manipulando el
lenguaje es posible disuadir a las personas de que tomen decisiones poco
éticas. Para comprobar si es acertada su teoría realizaron una serie de
experimentos centrándose en analizar si los participantes hacían trampas
durante el desarrollo de los mismos. En uno de ellos los participantes debían
pensar en un número del 1 al 10 y eran recompensados con 5$ si elegían un
número par y no recibían nada si el número seleccionado era impar. En otro de
ellos, los participantes online debían lanzar una moneda al aire y obtenían una
recompensa cada vez que la moneda caía de cara. Ambos experimentos permitían
amplias posibilidades de hacer trampas.
Los
participantes, en ambos casos, fueron divididos en dos grupos y recibieron
instrucciones diferentes. En un caso se ligaba el hacer trampas a la identidad
individual: si se comportaban de determinada manera se convertían en tramposos.
Se utilizaban frases del tipo: “Estamos interesados en saber cómo son los
tramposos habituales”, “Queremos determinar el número aproximado de tramposos”
o “Por favor no seas un tramposo”.
En el
segundo caso las instrucciones abordaban el tema de forma impersonal, como un
comportamiento, empleando frases como: “Estamos interesados en conocer el
comportamiento común de los tramposos”, “Queremos conocer el porcentaje de
trampas” y “Por favor, evitar hacer
trampas”.
Al
utilizar el enfoque personalizado y decir “Por favor no hagas trampas” tenía un
efecto disuasorio y los engaños desaparecían, mientras que se mantenían con el
segundo abordaje más impersonal.
Los
autores destacan las importantes potenciales implicaciones de estos resultados
en el sentido de que utilizar el lenguaje de forma personalizada puede resultar
más eficaz para suprimir comportamientos
inadecuados. Recomiendan, de todas formas, actuar con cautela no vaya a
producir un efecto rebote al ligar el comportamiento a la identidad y la
persona considere que puesto que es una tramposa y no puede evitarlo va a
actuar de esta forma habitualmente.
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