Manfred F. R. Keats de Vriesen hbr.org del pasado 12 de mayo plantea que en los tiempos actuales se
requiere coraje para abordar la situación derivada de la pandemia. Éste es,
como la personalidad, un producto tanto de la naturaleza como de la nutrición recibida, del individuo y de la sociedad
en la que vive y de la persona y la situación.
La naturaleza evidentemente
juega un papel para determinar quién tiene coraje. Investigaciones en el campo
de la neurociencia muestran que algunas personas tienen un tipo de personalidad
que busca las emociones: personalidad tipo T. La estructura cerebral de estas
personas es algo diferente de la de las que no persiguen los riesgos. Las
regiones del cerebro que determinan la toma de decisiones y el auto-control
tienen una corteza gris más fina.
Los individuos tipo T parecen
tener menos receptores de dopamina en sus cerebros para registrar las
sensaciones de placer y satisfacción y por eso pueden requerir niveles más
elevados de estimulantes y de endorfinas para sentirse bien. Sus niveles más
elevados de testosterona, hormona que parece estar relacionada con el
comportamiento sin inhibiciones, pueden conducir a una vida más orientada a los
riesgos.
Pero el hecho de que existan
personas genéticamente más predispuestas a asumir riesgos no quiere decir que
muestren más valor. De Vries piensa, al igual que Stanley Rachman, autor de un libro sobre el tema, que factores no biológicos, tales como los valores,
creencias o el condicionamiento de modelos en la infancia pueden llevarnos a
actuar de forma arriesgada.
Existen muchas
investigaciones que ligan la capacidad de actuar con coraje con rasgos de
personalidad medibles. Para empezar tenemos nuestro grado de lo que Albert Bandura llama de auto-eficacia o confianza que tenemos en nuestra capacidad
para afrontar los retos que se nos presenten. La creencia en que “podemos hacerlo” marcará la diferencia
cuando llegue la necesidad de actuar con coraje. Tenemos, también, nuestra autoestima que
interviene en nuestra valoración de si podemos superar situaciones arriesgadas,
así como la ansiedad. Otro factor es el grado en que tenemos una actitud
abierta a nuevas experiencias ya que va a facilitar nuestra predisposición para
actuar en tiempos de crisis. Todas estas características pueden ser
desarrolladas y moldeadas con la práctica y con apoyo. Por ejemplo la baja
autoestima y la ansiedad se pueden trabajar con terapia.
Naturalmente el entorno y el
contexto en el que nos movemos también influyen, pero es más difícil actuar sobre
ellos.
Quizás, según el autor, la
mejor forma de pensar sobre el coraje es considerarlo como un músculo que se
puede entrenar y, para ello, recomienda utilizar las siguientes técnicas:
1.- Crear escenarios. Por ejemplo
imaginar lo peor que nos puede pasar si seleccionamos una acción determinada y
cuál sería el resultado si no hacemos nada. Al identificar los riesgos que
asumimos las personas pueden inmunizarse ante sus temores.
2.- Identificar el sesgo de
la negatividad. Muchas personas suelen prestar más atención a los resultados
negativos que a los positivos. Por ello tenemos que dedicar al menos el mismo
tiempo a considerar los escenarios positivos y cuando pensemos en los negativos
debemos intentar reformular lo que puede parecer una situación peligrosa de
forma más constructiva.
3.- Facilitar que nuestros
miedos afloren. Las personas que tienen miedo de actuar con frecuencia carecen
o tienen poca confianza en sí mismos y lo manifiestan de diversas maneras,
tales como la procrastinación, el perfeccionismo, o el síndrome del impostor.
Exponer nuestra vulnerabilidad puede tener un efecto positivo. Al identificar
qué es lo que nos asusta podemos reducir nuestro temor ante la situación y nos
puede dar el valor que necesitamos. También nos puede ser de utilidad conocer
la experiencia de otras personas que han vencido sus miedos.
4.- Procurar salir de nuestra
zona de confort. Realizar conscientemente y consistentemente pequeños actos valerosos
puede tener un efecto acumulativo, como por ejemplo manifestar que algo no nos
parece correcto delante de los demás. De esta forma podemos fortalecer el
hábito de tomar decisiones difíciles y valientes.
5.- Gestionar nuestro
cuerpo. El miedo nos agota físicamente y éste efecto interviene en nuestra
mente. Cualquier persona que tenga que actuar en situaciones estresantes debe
asegurarse que lo hacen en buenas condiciones físicas.
6.- Procurar no estar solos.
Contar con personas con las que podamos compartir libremente nuestros miedos y
que han compartido los suyos con nosotros puede ser un recurso valioso cuando
nos enfrentamos a retos complicados.
Cuanto mejor seamos capaces
de afrontar nuestros miedos más podremos reemplazar las respuestas basadas en
los mismos con otras valientes. Como decía el filósofo y poeta Ralph Waldo
Emerson: “Aquel que todos los días no conquista un miedo no ha aprendido el
secreto de la vida”.
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