Adam
Grant en su último libro:“Think again. The
power of knowing what you don´t know”, que estamos comentando, plantea
que cuando estamos intentando persuadir a alguien con frecuencia tomamos un
enfoque antagonista con lo que en lugar de abrir su mente la cerramos.
Conseguimos que se ponga a la defensiva y predique sus perspectivas mientras ataca
y enjuicia las nuestras o adopte una actitud de político diciéndonos lo que
queremos oír sin cambiar su modo de pensar.
Durante siglos debatir se ha
considerado un arte pero actualmente existen muchas teorías científicas sobre cómo
hacerlo bien. En un debate formal nuestra meta es cambiar la mente de nuestra
audiencia y en uno informal tratamos de modificar las opiniones de nuestra
pareja de conversación. Consiste en un tipo de negociación donde intentamos
llegar a un acuerdo sobre lo que es verdad.
Un buen debate no puede ser una
guerra. Es más como una danza que no ha sido coreografiada, negociada con una
pareja que tienen en mente una serie de pasos de baile distintos a los
nuestros. Si tratamos con demasiada fuerza de dirigir el baile nuestra pareja
se resistirá. Si somos capaces de adaptar nuestros pasos a los suyos y conseguir que ella haga lo mismo es más probable que ambos mantengamos
el ritmo y acabemos sincronizados.
En un estudio, que está considerado un clásico, un conjunto de investigadores
liderados por Neil Rackham examinaron lo que los expertos negociadores hacen de
forma diferente. Para ello reclutaron a un grupo de negociadores con
habilidades media y a otro de expertos negociadores con un historial
significativo de éxitos reconocido como efectivos por sus contrincantes. Para
comparar las técnicas de los dos grupos grabaron sus actuaciones durante diversas
negociaciones.
En una guerra la meta es ganar
terreno en lugar de perderlo por lo que tememos perder alguna batalla. En una
negociación el mostrar nuestro acuerdo con el argumento de otro puede desarmarle.
Los negociadores expertos eran conscientes de que en su danza no podían
mantenerse quietos y esperar a que la otra persona realizase todos los movimientos.
Para lograr la armonía necesitaban dar unos pasos hacia atrás de vez en cuando.
Una diferencia fue visible antes de
comenzar las negociaciones en las entrevistas que los investigadores
mantuvieron con los dos grupos sobre sus planes. El grupo de negociadores corrientes
se habían preparado para la guerra sin haber preparado posibles áreas de
acuerdo. Los expertos, por el contrario, habían definido una serie de pasos de
danza que podían ser necesarios que tomasen con la otra parte, dedicando más de
un tercio de sus comentarios sobre sus planes a encontrar un terreno común.
Al comenzar los negociadores a
discutir opciones y a hacer propuestas otra segunda diferencia surgió. La mayor
parte de las personas piensan que cuantas más razones busquemos para defender
nuestras ideas más posibilidades tendremos de inclinar la balanza a nuestro
favor. Pero los expertos hicieron justo lo contrario y presentaron menos
razones para apoyar su caso ya que no querían “aguar” sus mejores puntos. Como Rackham
comenta: “Un argumento débil generalmente diluye uno fuerte”.
Cuantas más razones pongamos en la
mesa de negociación es más fácil para los demás descartar la más endeble y una
vez que han desechado una de nuestras justificaciones más sencillo les resulta rechazar
todas nuestras opiniones. Esto les pasó regularmente a los negociadores
promedio: llevaron demasiadas armas distintas a la batalla. Perdieron terreno no
debido a la fortaleza de su punto más atractivo sino por la debilidad del que
resultaba menos atrayente.
Al tener muchos argumentos, éstos no
se pueden explicar con mucha profundidad y es más difícil que alguno cale, ya
que lo normal es que la audiencia piense que ninguno de ellos es lo
suficientemente importante.
El número ideal de razones varía
según las circunstancias. Existen ocasiones en las que predicar y adoptar el
modo “fiscal” nos pueden hacer más persuasivos. Las investigaciones sugieren
que la efectividad de estos enfoques depende de tres factores clave:
1.- Lo mucho que a las personas les
preocupa el asunto.
2.- Lo abiertas que estén a nuestro
argumento.
3.- Lo tercas que sean en general.
Si no les interesa el tema o no son
receptivos a nuestra perspectiva el ofrecer más razones puede ayudar ya que las
personas tienden a considerar la cantidad como una señal de calidad. Cuanto más
les importe el tema, más importan la calidad de las razones. si las personas se
resisten a repensar el facilitar más razones les dará más municiones para
acabar con todos nuestros puntos de vista.
Pero, no se trata solo del número de
razones, sino de cómo encajan entre ellas, así como cuál es la fuente. La más
convincente es aquella que se encuentra más cerca a nuestra audiencia.
Los psicólogos saben, desde hace mucho tiempo, que la persona que con más facilidad puede
persuadirnos para cambiar de idea somos nosotros mismos, ya que seleccionamos
las razones que consideramos más atrayentes y nos sentimos propietarios de
ellas.
Estos hábitos conducen a un tercer
contraste: los negociadores promedio con más frecuencia caían en espirales de
defensa – ataque. Fulminaban despectivamente las propuestas de sus oponentes y reforzaban
sus posiciones, lo que hacía imposible que ambas partes abriesen sus mentes.
Los negociadores expertos rara vez adoptaban un enfoque de ataque o de ofensa,
sino que expresaban curiosidad por medio de preguntas como: ¿De verdad no ves
ninguna cualidad en esta propuesta?
Las preguntas fueron la
cuarta diferencia entre ambos grupos. De cada cinco comentarios que hacían los
expertos al menos uno terminaba con una pregunta. Este grupo se mostraba menos
asertivo, pero como en un baile dirigían dejando que sus parejas diesen un paso
hacia delante.
Experimentos recientes
demuestran que tener al menos a un
negociador que aporte el nivel de curiosidad y humildad de un científico,
mejora los resultados para las dos partes, porque buscará más información y
descubrirá formas mejores para que ambas partes obtengan beneficios.
No tendremos muchas
posibilidades de cambiar las opiniones de los demás si nos negamos a cambiar las nuestras.
Podemos mostrar una actitud abierta si reconocemos en lo que estamos de acuerdo
con nuestros críticos o lo que hemos podido aprender de ellos. Luego podemos
preguntarles que opiniones están dispuestos a revisar.
Convencer a otras
personas para que vuelvan a pensar no consiste solo en establecer un buen
argumento sino aclarar que tenemos los motivos correctos para hacerlo. Cuando
reconocemos que alguien tiene una buena idea estamos indicando que no somos
predicadores, fiscales o políticos tratando de defender una agenda, sino que
somos científicos intentando llegar a la verdad. Harish Natajaran, ganador de numerosos
torneos de debates mantiene que:” Los argumentos con frecuencia son más
combativos y beligerantes de lo que tienen que ser. Debemos estar dispuestos a
escuchar lo que el otro tiene que decir y reconocer sus méritos. De esta forma nos
mostraremos como personas razonables que estamos teniendo todo en cuenta”.
Ser razonables
literalmente significa que se puede razonar con nosotros, que estamos abiertos
a revisar nuestros puntos de vista en función de razonamientos lógicos y de los
datos.
Todas estas técnicas
que utilizan los buenos negociadores incrementan las posibilidades de que en el
curso de un desacuerdo la otra parte abandone sus ciclos de sobre- confianza y
aborde ciclos de repensar. Cuando señalamos que existen áreas en las que
estamos de acuerdo y reconocemos que los demás aportan algunos principios
válidos estamos modelando comportamientos de humildad y seguridad para que los otros
los sigan. Cuando apoyamos nuestro argumento con un pequeño conjunto de razones atractivas y coherentes estamos
animándoles a que comiencen a replantearse sus propias opiniones. Y cuando
planteamos preguntas sinceras les dejamos intrigados para que deseen aprender
más. No tenemos que convencerles de que tenemos razón, solo tenemos que
procurar abrir sus mentes a la posibilidad de que puedan estar equivocados, y
entonces su curiosidad natural hará el resto.
A pesar de todo, estos
pasos pueden no ser suficientes. Independientemente de lo bien que lo pidamos
algunas personas no van a querer “bailar”. En ciertas ocasiones están tan
ligadas a sus creencias que la mera sugerencia de que pueda existir una
sincronía la consideran como una emboscada.
Cuando una persona es
hostil si respondemos interpretando el debate como una guerra solo podemos
responder o atacar. Si, en cambio, lo tratamos como un baile , tenemos otra
opción: hacernos a un lado. Mantener una conversación sobre la conversación
desvía la atención del tema del desacuerdo y hacia un proceso de diálogo.
Cuanto más enfado y hostilidad manifieste la otra persona, más interés y
curiosidad debemos mostrar. Cuando el otro está perdiendo el control nuestra
tranquilidad es un signo de fortaleza y rebaja, normalmente, la tensión
emocional, siendo muy raro que alguien responda gritando que gritar es su modo
preferente de comunicación.
Éste es el quinto movimiento que los negociadores expertos
realizan con mayor frecuencia que los negociadores promedio: estar más
dispuestos a hablar sobre sus sentimientos sobre el proceso y evaluar su
comprensión de los sentimientos de la otra parte. Pueden decir, por ejemplo: “Estoy
defraudado con la forma en que esta discusión se está desarrollando y me
gustaría saber si tu también estás defraudado. Confiaba que considerases esta
propuesta justa, pero me parece que no ves ninguna ventaja en este enfoque.
Sinceramente estoy un poco confundido por tu reacción ante mis datos, ¿si no
valoras el tipo de trabajo que hago, qué podemos hacer?”
En una discusión
conflictiva siempre podemos preguntar: ¿Qué evidencia te haría cambiar de opinión?
Si la respuesta es negativa entonces no tiene sentido continuar el debate.
En ocasiones, cuando
nos encontramos ante un muro en un debate no tenemos por qué dejar de hablar
totalmente. Puede ser el comienzo de una nueva conversación centrada en
entender y aprender en lugar de persuadir y discutir. Es lo que hacemos cuando
adoptamos el modo científico: introducir una mirada más amplia para preguntarnos
cómo podríamos haber gestionado mejor la discusión. El hacerlo nos permitirá
afrontar mejor una nueva discusión con otra persona de otra forma o con la misma
persona otro día.
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