Judith E. Glaser en su
libro “Conversational inteligence. How to build trust and get extraordinaryresults”, que estamos comentando, plantea que, las conversaciones son
multidimensionales, no lineales. Lo que pensamos, lo que decimos, lo que
queremos decir, lo que los demás escuchan y cómo nos sentimos después, son las
dimensiones claves que se encuentran detrás la inteligencia conversacional.
Cuando mantenemos una
buena conversación, aunque sea complicada, nos encontramos bien. Nos sentimos
conectados con la otra persona de una forma profunda y percibimos que nos
podemos fiar de ella. Sabemos en qué lugar nos encontramos en relación con los
otros. Nos sentimos seguros. Las conversaciones se pueden considerar como los
hilos dorados, aunque frágiles, que nos mantienen relacionados con otras
personas.
La red neuronal que nos
permite conectar con los demás fue descubierta en 1926 por Constantin von Economo que encontró un tipo de neuronas de una forma especial en la corteza
prefrontal y en la frontoinsular del cerebro, que se extendían hasta el
estómago y respondían a señales socialmente relevantes, como un rostro fruncido
o la voz de alguien que amamos. Esta red de neuronas especiales nos permite
detectar estas pistas sociales y alterar nuestro comportamiento para responder
a ellas.
Cuando conversamos con
los demás, en ocasiones hasta antes de empezar a hablar, les valoramos y
determinamos si confiamos o no en ellos. Una vez que esto ocurre nuestras
mentes están preparadas para abrirse o cerrarse. Las malas conversaciones
desencadenan nuestra red de desconfianza
y las buenas liberan la red de confianza, lo que va a influir en lo que
decimos, en cómo lo decimos y estas redes van a jugar un importante papel en los resultados de cada
conversación.
En el momento en el que
entramos en contacto con otras personas se desencadenan reacciones bioquímicas
en todas las partes de nuestro cuerpo. Nuestro corazón, por ejemplo, responde de dos
maneras: electroquímica y química. Nuestros cuerpos captan la energía de la otra
persona, cuando se encuentra cerca de ella y el proceso de conectividad
comienza.
Las conversaciones son
multidimensionales y multitemporales, lo que significa que algunas partes del
cerebro procesan la información con más rapidez que otras y que nuestros
sentimientos pueden aflorar antes de que seamos capaces de verbalizarlos. Las
cosas que decimos, las cosas que oímos, las cosas que queremos decir y la forma en que nos sentimos
tras expresarlas pueden emerger en momentos distintos. En el caso de que no
coincidan nuestras percepciones y sentimientos con nuestras palabras tenderemos
a buscar historias que justifiquen esas discrepancias y nos permitan
reconciliarnos con ellas.
Cuando queremos ganar y
tener razón pase lo que pase utilizamos una parte del cerebro primitivo: la
amígdala. Si nos sentimos amenazados va
a activar los impulsos inmediatos que aseguran nuestra supervivencia. Nuestra
mente se cierra y no está abierta ya a ninguna influencia.
En el otro lado del
espectro en el cerebro se encuentra la corteza prefrontal, que nos permite
construir sociedades, tener juicios acertados, ser estratégicos, manejar
conversaciones complicadas y generar y mantener la confianza. Si no se
establece una relación de confianza, nuestra habilidad de tratarnos con empatía
y de trabajar juntos para obtener unos resultados mayores que la suma de las
partes se disolverá.
En el momento del
contacto en una conversación si el impacto lo sentimos como bueno nos abriremos
a nuevas interacciones, pero si es malo nos cerraremos y adoptaremos una
postura defensiva. Por ello es conveniente que analicemos nuestras
conversaciones pasadas, lo que el autor llama deconstruir una conversación para
descubrir qué es o que estamos haciendo para que el impacto sea positivo o
negativo. Cuando elegimos una acción que nos lleva a conectar con los demás se
estimulan distintos conjuntos de
neuronas y desarrollar nuevas formas de pensamiento que nos lleven a resistir
los impulsos de nuestro cerebro primitivo y a acceder a nuestro cerebro ejecutivo.
Al comenzar una conversación nuestro cerebro hace un mapa de nuestros patrones
de interacción y conseguimos mucha información de la dinámica de la
interacción. Detectamos si nuestro interlocutor es un receptor o un “tomador”,
si es justo, si respeta nuestro territorio, si colaborará y nos permitirá
expresar nuestros pensamientos o intentará acaparar la atención y no
compartirá. También si es amistoso o si nos puede llegar a dañar y por tanto si
podemos confiar o no en él. Todo esto lo tenemos incorporado en la forma en la
que procesamos las conversaciones. La autora a esta sensibilidad especial la llama
“instintos vitales”.
Existen, como estamos
viendo, redes de confianza y de desconfianza que operan como un sistema y a las
que no podemos eliminar, pero sí influir
en ellas. Angela Dimoka incide en el hecho de que ambas tienen diferentes
localizaciones en el cerebro. La corteza prefrontal, como hemos visto, es donde
comparamos nuestras expectativas de lo que esperamos que pase o de lo que pasa
con la realidad y donde procuramos conciliar nuestra visión del mundo con la de
los demás. Cuando éstas están alineadas sentimos el mayor grado de confianza.
Esto no significa que no podamos estar en desacuerdo con los otros, ya que con
frecuencia confiamos más en las personas con las que podemos estar en
desacuerdo sin experimentar por ello consecuencias negativas. La desconfianza
surge en la parte inferior del cerebro, que es donde sentimos el miedo de la
pérdida.
La incertidumbre es el
lugar en el que la confianza y la desconfianza se superponen. Los
investigadores han ligado la corteza orbitofrontal con la incertidumbre y han
demostrado que activando esta parte del cerebro se incrementa la desconfianza.
En el momento del contacto cuando interactuamos con otros y sentimos la
incertidumbre de cómo interpretar esta interacción es cuando se activa nuestra
corteza orbitofrontal.
Los humanos estamos
diseñados para conectar con los demás y lo hacemos en diversos niveles
complejos. Formamos alianzas, equipos, empresas y sociedades en las que
dependemos unos de los otros. Para
formar estas alianzas tan complejas tenemos un complejo centro de conexión entre el sistema límbico y
el neocórtex., llamado insula, .localizado
debajo de la corteza prefrontal, que actúa como una autopista de información y que podría explicar por qué podemos resonar
con unas personas y no con otras, lo que es fundamental para generar confianza.
El temor y el conflicto
no sólo alteran nuestra química cerebral, sino que, también, cambian cómo nos
sentimos, cómo nos comportamos y cómo nos perciben los demás. En nanosegundos
podemos pasar de ser un amigo de toda confianza y consejero a ser una amenaza,
alguien de quien desconfiar profundamente porque el miedo ha intervenido. Peor
aún, cuando la amígdala se dispara activa el área límbica del cerebro que
almacena las memorias antiguas y esta parte del cerebro empieza, entonces, a
recordar otros daños y amenazas similares y dar un sentido a una situación
distinto del que es percibido por los demás.
Las amenazas
emocionales nos ocasionan un estado de temor. Éste puede surgir no sólo ante
amenazas no verbales, sino también ante la influencia de las palabras. Las palabras de los líderes
que ocupan una posición de autoridad tienen un mayor poder que las de los
que ocupan un nivel inferior jerárquico.
Una vez que hemos tenido una mala experiencia y empezamos a desconfiar de
alguien, esta idea queda grabada en nuestro cerebro y será difícil eliminarla,
salvo que seamos capaces de revisar exactamente lo que ocurrió de forma
objetiva.
Las buenas noticias
consisten, según la autora, en que si
aprendemos a identificar las señales de la aparición de desconfianza antes de
que se movilice la amígdala, podemos
activar las funciones cerebrales superiores localizadas en el cerebro
ejecutivo, donde residen la empatía, el juicio y otras habilidades más estratégicas.
Cuando aprendemos a modular o reducir los efectos del miedo logramos
incrementar el impacto del cerebro ejecutivo.
Esto nos ayuda a establecer conexiones sociales y de aumentar nuestra
capacidad de establecer lazos profundos con los demás en lugar de adoptar
actitudes más retraídas.
Las distintas
investigaciones han mostrado, de hecho, que si aprendemos a leer las señales
que nos manda la amígdala y las rechazamos seremos más eficaces a la hora de
ser confiados y alcanzaremos un mayor nivel de inteligencia conversacional.
Glaser recomienda que
aprendamos a dejar de lado estos signos utilizando las siguientes tácticas:
1.- Ser conscientes de
cómo reaccionamos ante las amenazas, observando cuando adoptamos actitudes de
huida, lucha, parálisis o apaciguamiento.
2,. Considerar nuestra
reacción como normal.
3.- Identificar si
siempre escogemos la misma reacción ante la amenaza y valorar el grado en que
ésta nos impacta.
4.- Elegir una forma
alternativa de reaccionar en el momento del contacto: inspirar- espirar,
iniciar conversaciones de “descubrimiento”, compartir nuestros sentimientos en
ese momento o permanecer en calma y no hacer nada, por ejemplo.
5.- Reconocer mejor
nuestras respuestas y ser conscientes de que podemos sobreponernos a nuestras
emociones y adoptar otras respuestas. Percibimos
lo que puede pasar antes de que ocurra y así podemos interrumpir el patrón de
respuestas.
6.- Transformar la
desconfianza en confianza, que es el
núcleo de la inteligencia conversacional.
El establecimiento de
lazos profundos de confianza origina la liberación, a nivel cerebral, de una
serie de sustancias como la oxitocina, la dopamina y la serotonina, que
contribuyen a la sensación de bienestar. Cuando confiamos nos sentimos mejor y
más positivos, adoptamos una actitud más
abierta a nuevas experiencias y nos ligamos a los demás de una forma que en
algunas ocasiones es llamada sincronicidad.
En una investigación
dirigida por la autora han identificado que las dos competencias menos
desarrolladas en el ambiente laboral son:
a).- La habilidad de mantener
conversaciones complicadas.
b).- La habilidad para
hacer preguntas del tipo: “¿Qué pasaría si?”
Ambas son esenciales
para poder construir y mantener la confianza y para mantener una actitud
dirigida a preocuparnos por los demás. Muchas conversaciones son difíciles, si
no nos sentimos seguros para mantenerlas de forma abierta y honesta, nunca se
podrá transformar la cultura.
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