Mats Alvesson y André Spicer en “The Stupidity Paradox. The Power and Pitfalls of Functional Stupidity at Work” plantean que lejos de ser centros de conocimiento intensivo la mayor parte de las principales organizaciones actuales se han convertido en máquinas generadoras de estupidez. En ellas se puede contemplar cómo personas inteligentes dejan de pensar y empiezan a hacer cosas estúpidas: dejan de hacer preguntas, no razonan sus decisiones y no prestan atención a las consecuencias de sus actos. En lugar de pensamiento complejo se dedican a ofrecer jergas superficiales, afirmaciones agresivas o visión de túnel. La reflexión, el análisis cuidado y el pensamiento independiente decaen. Las ideas y prácticas idiotas son aceptadas como válidas y con frecuencia recompensadas, penalizando a los que se atreven a manifestar sus reparos. El resultado es que la falta de reflexión se ha adueñado del modo de trabajar de las organizaciones en la actualidad.
Una cuestión que
inquieta a los autores es cómo puede explicarse el hecho de que las
organizaciones que emplean tantas personas supuestamente inteligentes pueden albergar tanta estupidez.
Una conclusión a la que han llegado es que esto ocurre porque trabajan pensando
sólo en el corto plazo. Al evitar el pensamiento reflexivo las personas
simplemente siguen con su trabajo. Si se hacen demasiadas preguntas alguien
puede molestarse y nos podemos distraer. Si no pensamos podemos encajar y
seguir adelante. En ocasiones parece que tiene sentido ser estúpidos ya que
parece que vivimos una época en la que un cierto tipo de estupidez ha
triunfado.
El problema surge
porque aunque un cierto grado de estupidez puede parecer que funciona bien en
el corto plazo puede conducir a grandes problemas a largo plazo.
La crisis financiera
que comenzó en 2008 se puede considerar como un testamento de la estupidez que
se había asentado en el corazón de las sociedades basadas en el conocimiento.
Si reflexionamos sobre lo que sucedió podemos ver que los bancos contrataron a
personas extremadamente inteligentes que empezaron a utilizar sus
impresionantes, pero mal enfocadas habilidades para desarrollar complejos
modelos que pocas personas podían entender. El glamour de la ingeniería
financiera creó un sentimiento de esperanza y entusiasmo y los inversores
dejaron de plantear preguntas y empezaron a creer sin reflexionar. El resultado
fue un sistema financiero que nadie podía comprender bien pero que tampoco se
atrevían a cuestionar. Al comenzar a agrandarse la distancia entre lo que los
modelos predecían y lo que los mercados hacían los problemas comenzaron a
amontonarse hasta que estallaron en forma de crisis económica global.
El camino hacia esta
crisis nos muestra la paradoja de la estupidez en acción: personas inteligentes
que terminaron haciendo cosas estúpidas en el trabajo. A corto plazo parecía
que todo iba bien porque se obtenían resultados pero a largo plazo sentó los
fundamentos para el desastre.
Para que encuentren un
lugar en este mundo de conocimiento intensivo se aconseja a los jóvenes que
construyan su capital intelectual a través de años de una cara educación y de
numerosas experiencias exóticas y a las organizaciones que para ganar la
batalla por el talento en la economía del conocimiento deben desarrollar estrategias inteligentes,
construir sistemas inteligentes y nutrir su capital intelectual. Este celo
extendido por primar la inteligencia parece estar basado en un solo mensaje: el
destino de nuestras organizaciones, de la economía y de la vida laboral depende
de nuestra capacidad para ser inteligentes. El conocimiento y la inteligencia
parecen son reivindicados como los
recursos claves.
La realidad nos muestra
que en lugar de propiciar una economía basada en el conocimiento la mayor parte
de los países desarrollados están utilizando a sus ciudadanos para realizar
trabajos de bajo nivel. Aunque se posea algún tipo de capital intelectual en
forma de un título universitario existen muchas posibilidades de acabar en un
trabajo que requiera exclusivamente educación no universitaria, pero que para
acceder a él se exija esas cualificaciones de mayor nivel.
En la mayor parte de
las organizaciones no se están utilizando todas las capacidades de sus
profesionales porque éstos se dedican a tareas rutinarias y poco complicadas.
La consecuencia de esto puede ser que aunque se encuentren en un contexto en el
que existen posibilidades de ejercitar su intelecto con frecuencia tienden a
evitarlo. En un estudio reciente realizado por psicólogos en la Universidad de
Virginia halló que casi el 50% de las personas que entrevistaron estarían
dispuestas a recibir electroshocks antes de sentarse y pensar durante un tiempo
de 6 a 11 minutos. Este aborrecimiento del pensamiento independiente es también
común en el ambiente laboral. Los directivos con frecuencia procuran no pensar
por sí mismos y se dejan deslumbrar y se muestran entusiasmados por ideas
llamativas.
Si queremos entender la
razón por la que las personas supuestamente inteligentes “compran” ideas estúpidas y con
frecuencia son recompensadas al hacerlo tenemos que analizar el rol que juega
la estupidez funcional. Ésta es la inclinación a reducir nuestra amplitud de
pensamiento y centrarnos únicamente en los aspectos técnicos del trabajo.
Hacemos nuestro trabajo correctamente pero sin reflexionar sobre su propósito o
sobre un contexto más amplio. Supone un intento organizado de impedir que las
personas piensen seriamente sobre lo que hacen en su trabajo. Cuando las
personas son dominadas por la estupidez funcional continúan siendo capaces de
realizar su trabajo pero dejan de hacer preguntas sobre el mismo. En lugar de
una reflexión rigurosa se obsesionan con las apariencias superficiales, dejan
de hacer preguntas y comienzan a obedecer las órdenes sin cuestionarlas nunca,
no piensan en los resultados ya que se centran en las técnicas para hacer las
cosas, que con frecuencia tienen como objetivo crear la impresión adecuada. Las
personas inmersas en la estupidez funcional se convierten en expertas en hacer
cosas que tienen “buena pinta”.
En la mayor parte de
las ocasiones no son los “tontos” los que hacen las cosas más estúpidas,
algunas de las cosas más llamativas y problemáticas las hacen personas
inteligentes. Muchas de estas estupideces no son consideradas como tal y por el
contrario son consideradas normales y en muchos casos hasta son aplaudidas.
Es necesario ser
relativamente inteligente para ser un estúpido funcional ya que se necesita
utilizar alguna parte de nuestra capacidad cognitiva. Pero una vez que estamos
bajo “las garras” de la estupidez funcional evitamos pensar mucho sobre lo que
estamos haciendo, sobre la razón por la que lo hacemos y sobre sus
implicaciones potenciales. Al seguir el camino marcado esperamos evitar
castigos y preocupaciones que se pueden derivar de las desviaciones, eludimos
la carga que supone el tener que pensar mucho y posiblemente molestar a alguien
al hacer preguntas complicadas y con
frecuencia obtenemos recompensas al actuar de este modo.
Las organizaciones
fomentan la estupidez funcional de diversas maneras, como por ejemplo algunas
cuentan con culturas que enfatizan la necesidad de estar orientados a la
acción: “ ¡Hazlo¡” no es un eslogan de marketing sino una orden en ellas.
Cuando las personas terminan obsesionándose con recetas que “conducen al éxito”
y en la acción por la acción se liberan de la carga de tener que considerar las
implicaciones de sus acciones.
El clausurar parte de
nuestra mente en el trabajo puede parecer una mala idea pero con frecuencia
produce grandes beneficios ya que cuando la estupidez funcional se asienta los
profesionales se liberan de la exigente necesidad de utilizar todos sus recursos
intelectuales. También puede ser
beneficiosa aparentemente para toda la organización ya que al ignorar muchas de
las contradicciones, incertidumbres y demandas ilógicas que son abundantes en
el mundo laboral las personas se pueden asegurar que las cosas marchan de forma
relativamente suave. Con frecuencia preferimos conformarnos a afrontar la
verdad incómoda.
Pero aunque la
estupidez puede parecer que es conveniente en determinadas circunstancias
tienen también sus inconvenientes: cuando las personas empiezan a ignorar las
contradicciones, evitan el razonamiento reflexivo y dejan de plantear preguntas
inquisitivas comienzan también a pasar por alto los problemas. De esta forma en
el corto plazo estaremos tranquilos pero a largo plazo los problemas se habrán
amontonado. Cuando esto ocurre el abismo entre la realidad y la retórica no se
puede negar lo que desencadena un profundo sentimiento de desilusión en los
profesionales que pierden su sentido de compromiso con la organización,
pudiendo extenderse a los grupos de interés con la consiguiente pérdida de
confianza en la organización.
Existe una consecuencia
todavía más peligrosa de la estupidez funcional que va más allá de la
desconfianza que genera y es que en ocasiones puede crear las condiciones para
que surjan crisis o desastres mayores. Esto ocurre cuando los pequeños
problemas se amontonan, se conectan y
crean otros problemas malignos que son imposibles de ignorar. Un ejemplo lo
tenemos con la crisis financiera de 2008.
La estupidez funcional
no es sólo un camino de un sentido hacia el desastre, sino que puede
desencadenar cambios profundos. Cuando los costes de ignorar los problemas se
convierten en demasiado elevados las personas tienden a empezar a reflexionar
sobre sus creencias, a preguntarse por qué están haciendo las cosas de una
determinada manera y a considerar las implicaciones de sus actos. Cuando esto
comienza a pasar ya no se dedican a evitar las preguntas complicadas, sino que
se enfrentan a ellas y en lugar de buscar consensos seguros empiezan a
interesarse por plantear conversaciones en las que surja la disensión y la
bruma de inconsciencia colectiva se va disipando.
La estupidez funcional
es, pues, una paradoja ya que, como hemos visto, simultáneamente puede ser útil y perjudicial.
Tiene sus lados buenos y malos. Por ejemplo una visión excesivamente optimista
puede significar que los profesionales en una organización muestren una actitud
muy positiva y se sientan comprometidos
con su trabajo. Al mismo tiempos implica que pasan por alto cosas negativas que
les pueden llevar a cometer errores que pueden tener que pagar muy caro. Lo que
parecía funcional se puede convertir en realmente estúpido.
Existen tres aspectos
destacados, como estamos viendo, de la
estupidez funcional:
1.-
Ausencia de reflexión. No pensar en nuestras creencias.
Surge cuando dejamos de hacernos preguntas sobre las mismas y aceptamos lo que
piensan las demás personas y consideramos las reglas, rutinas y normas que nos
imponen como algo natural ya que "las cosas son así”. Los miembros de la
organización no se cuestionan esas creencias tradicionales aunque piensen que
son estúpidas. Un estudio de Robert Jackal sobre la vida en grandes
corporaciones norteamericanas encontró que los mandos intermedios con
frecuencia vivían en un universo moralmente ambiguo: no cuestionaban sobre las creencias que dominaban en sus
empresas aunque las considerasen moralmente repugnantes y si querían ascender a
puestos más elevados debían seguir unas reglas simples:
a).- No puentear al
jefe.
b).- Decir al jefe lo
que quiere oír cuando diga que quiere escuchar opiniones discordantes.
c).- Si el jefe quiere
que dejemos de hacer o de plantear algo lo hacemos.
d).- Estamos atentos a
los deseos del jefe y nos anticipamos a ellos.
e).- Nuestro trabajo no
consiste en informar sobre algo que el jefe no quiere que se informe, sino que
consiste en ocultarlo. Hacemos lo que el trabajo requiere y mantenemos la boca
cerrada.
2.-
Ausencia de justificación. No preguntarnos por qué hacemos
algo. Una regla es una regla y se debe seguir, aunque nadie tenga claro cuál es
la razón de su existencia. Las preguntas sobre cuál es la razón para hacer algo
son ignoradas, o desechadas aludiendo al rango (el Director general lo quiere
así), convenciones ( siempre lo hemos hecho así) o tabúes( nunca podremos hacer
eso).
3.-
Ausencia de un razonamiento significativo. No considerar
las consecuencias o el significado de nuestras acciones. Las personas dejan de
preguntarse cuáles son las consecuencias principales de nuestras acciones y lo
que implica y se centran aspectos tan limitados sobre cómo se tiene que hacer
algo en lugar de si se debe hacer o no. En muchos casos plantear dudas es considerado
como un suicidio profesional, por lo que si se quiere sobrevivir hay que
“seguir el juego” lo que puede significar decir una cosa y hacer la contraria.
La estupidez funcional
puede presentarse de diferentes formas:
a).- Bloqueando el
razonamiento. Las personas se encierran en un patrón mental. Sus objetivos
están marcados.
b).- Mostrando una
falta de motivación para utilizar nuestras capacidades cognitivas. Con
frecuencia implica una falta de curiosidad. Los rasgos de personalidad pueden
jugar un papel en estos casos. Por ejemplo las personas con bajos niveles de
“apertura a experiencias” encontraran difícil e incómodo pensar en asuntos que
son nuevos para ellos. Al igual que los rasgos las identidades pueden actuar
limitando la motivación de las personas de pensar más allá de unos límites. Su
auto-imagen como “hombre de la organización” o “buen profesional” puede
constreñir un pensamiento más abierto e impedir que se planteen cuestiones que
puedan suponer una amenaza del sentido que tienen sobre lo que son. La
identidad puede motivarnos a considerar determinadas cosas pero puede
desmotivarnos a utilizar todas nuestras capacidades intelectuales.
c).- Fomentando la
ausencia de razonamiento emocional. En un extremo significa la incapacidad de
comprender un amplio abanico de emociones. Con mayor frecuencia lo que ocurre
es que nos anclamos en una emoción particular. Por ejemplo si somos los
orgullosos “inventores” de un producto podemos resistirnos a explorar sus
posibles defectos. La ansiedad en el trabajo y la inseguridad personal pueden
también reforzar el temor a pensar. Las preocupaciones por las emociones
negativas que se pueden despertar por pensar de forma distinta y creativa
pueden llegar a inducir también la estupidez. En muchas ocasiones evidentemente
las personas van a pensar pero no van a compartir sus reflexiones con los
demás.
d).- Aferrándose a
restricciones morales. Se presenta cuando el apego a unos determinados valores
limita el pensamiento, ya que vamos a rechazar las ideas que pensemos pueden ir
en contra de los mismos. Si, por ejemplo, una organización concede un gran
valor a la lealtad las personas pueden llegar a evitar pensar por sí mismos. Si
la lealtad domina el ser un buen “jugador” de equipo puede ser considerado como
una obligación moral. El miedo a las desviaciones puede producir la compulsión
moral de no pensar mucho más allá de unos límites intelectuales estrechos.
La mayor parte del
tiempo estos aspectos de la estupidez funcional trabajan al unísono. Por
ejemplo podemos tener las capacidades cognitivas a nuestra disposición pero
carecemos de la motivación, del estímulo emocional y de la inclinación moral
para hacer esa pregunta complicada.
Excelente aportación. Siempre es interesante estudiar los fracasos de la inteligencia. Este post merecería ser un capítulo del libro de José Antonio Marina "La inteligencia fracasada"
ResponderEliminarFelicidades
Noto que que es una reflexión profunda sobre " el ser o no ser.óbb
ResponderEliminarEs una reflexión profunda sobre el " ser y el deber ser " .
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