Adam Grant en su último libro:“Think again. The power of knowing what you don´t know”, que estamos comentando, plantea que estar equivocado no es
siempre algo malo, ya que puede ser una señal de que hemos descubierto algo nuevo y que el descubrimiento en sí mismo puede ser muy positivo.
El
sociólogo Murray Davis argumentaba que cuando las ideas
sobreviven no tiene que ser porque sean ciertas, lo pueden hacer porque
son interesantes y lo que les hace atractivas es que cuestionan nuestras
opiniones débilmente mantenidas. Cuando una idea o creencia no nos importa demasiado
con frecuencia nos emociona cuestionarla y en estos casos la secuencia natural
de nuestras emociones es la siguiente:
a).-
Sorpresa: ¿De verdad?
b).-
Curiosidad. “¡Cuéntame más¡”
c).-
Exclamación: “Whoa”
Parafraseando
una frase atribuida a Isaac Asimov los grandes descubrimientos no comienzan con
“¡Eureka¡” sino con “vaya esto es sorprendente”.
En
cambio, cuando una creencia central para nosotros es cuestionada tendemos a
cerrarnos en lugar de abrirnos. Es como si un dictador en miniatura viviese
dentro de nuestras cabezas, controlando el flujo de los hechos hacia nuestras
mentes. El término técnico para esto en psicología es el “ego totalitario” y su
papel es mantener fuera la información que pueda ser amenazante.
Es
sencillo considerar que el dictador interno es útil cuando alguien ataca
nuestro carácter o inteligencia. Este tipo de afrentas personales amenazan con
desestabilizar aspectos de nuestras identidades que son importantes para
nosotros y que pueden ser difíciles de cambiar. El ego totalitario parece como
un guardaespaldas para nuestras mentes, protegiendo nuestra autoimagen
ofreciéndonos mentiras que nos tranquilizan, tales como. “Son todos unos
envidiosos”, “Eres realmente guapo y atractivo”,…
Nuestro
dictador interno aparece, también cuando nuestras opiniones firmemente
arraigadas se sienten amenazadas. Los neurocientíficos han encontrado que
cuando nuestras creencias principales se cuestionan se activa la amígdala, el
primitivo cerebro reptiliano, y produce una respuesta de lucha – huida. La ira
y el miedo son viscerales y parece como si nos hubiesen golpeado en la mente.
El ego totalitario viene al rescate con su armadura mental y nos convertimos en
predicadores o fiscales ( como vimos en una entrada anterior) tratando de
convertir o condenar a los incultos. Elizabeth Kolbert dice que “cuando nos
presentan el argumento de otra persona enseguida somos capaces de detectar sus
debilidades pero somos ciegos ante las nuestras”.
Este
hecho es curioso porque no nacimos con nuestras opiniones y tenemos el control
sobre lo que pensamos que es cierto. Escogemos nuestros puntos de vista y
podemos elegir repensarlos en el momento que deseemos. Esta tendría que ser una
tarea familiar porque tenemos un vida llena de evidencias de que nos
equivocamos con cierta regularidad: “creía que terminaría a tiempo”, “pensaba
que había metido la leche en la nevera”, etc.
El
dictador interno consigue prevalecer activando el ciclo del exceso de
confianza. Primero nuestras opiniones erróneas son protegidas por un filtro de
burbujas, donde nos sentimos orgullosos porque solo vemos la información que
apoya nuestras convicciones. Luego nuestras creencias son selladas en cámaras
donde solo escuchamos a personas que ratifican y validan las mismas y, aunque,
la fortaleza resultante parece inexpugnable muchos expertos están analizando
cómo se puede atravesar.
Daniel Kahneman mantiene que realmente disfruta al
descubrir que está equivocado porque significa que está menos equivocado que
antes. Rechaza dejar que sus creencias se conviertan en parte de su
identidad ya que su apego por sus ideas es provisional.
El
apego es lo que evita que reconozcamos cuando nuestras opiniones pueden estar
fuera de lugar y las repensemos. Para descubrir las posibilidades que nos
ofrece el estar equivocado debemos desapegarnos. Existen dos tipos de desapego
que son especialmente útiles:
1.-
Desapegar el presente de nuestro pasado. En
un momento separar nuestro yo pasado del actuar puede resultarnos inquietante.
Hasta los cambios positivos pueden conducir a emociones negativas. Con el
tiempo repensar quién somos se convierte en mentalmente saludable siempre que
seamos capaces de contarnos una historia coherente de cómo hemos pasado de
nuestro yo antiguo al presente. Cuando sentimos que nuestra vida está cambiando
de dirección y que estamos en ese proceso de modificar quiénes somos es más
fácil abandonar las creencias absurdas que antes teníamos. Ray Dalio mantiene que si no somos capaces
de mirar hacia nosotros mismos y pensar lo estúpidos que eramos el año
anterior, es que no hemos sido capaces de aprender mucho en el último año.
2.-
Desapegar nuestras opiniones de nuestra identidad. La mayor parte de las personas estamos
acostumbradas a definirnos a nosotras mismas en términos de nuestras creencias,
ideas e ideologías. Esto puede convertirse en un problema cuando nos impide
cambiar nuestras ideas al ir cambiando el mundo y el conocimiento evoluciona.
Nuestras opiniones se pueden volver tan sagradas que nos volvemos hostiles ante
el mero hecho de pensar que podemos estar equivocados y nuestro ego totalitario
aparece para silenciar los contraargumentos, aplastar la evidencia en contra y
cerrar la puerta al aprendizaje.
Quiénes
somos debía ser una cuestión de lo que valoramos no de lo que creemos. Nuestros
valores son nuestros principios centrales en la vida y pueden ser, por ejemplo:
excelencia y generosidad, libertad y justicia o seguridad e integridad. Si
basamos nuestra identidad en este tipo de principios podremos mantenernos
abiertos a las mejores formas de avanzar en ellos.
Oscar
Wilde decía que: ”Los argumentos son extraordinariamente vulgares, por lo que
todos los que forman parte de la buena sociedad mantienen exactamente las
mismas opiniones”.
Grant
destaca, también, la importancia de lo que él llama el “efecto Yoda”: debemos desaprender lo que hemos aprendido y para
ello tenemos que repensar y admitir que hemos podido estar equivocados y, por
tanto, revisar nuestras opiniones. La periodista Kathryn Schulz, en este
sentido, mantiene que: “Aunque pocas cantidades de evidencia son suficientes
para que saquemos conclusiones, pocas veces son suficientes para que las
revisemos”.
Diversas
investigaciones sugieren que identificar una sola razón que muestre que podemos
estar equivocados puede frenar nuestro exceso de confianza. Jean Pierre
Beugoms, uno de los mayores expertos mundiales en predicciones, aconseja que:
“Debemos intentar rebatirnos a nosotros mismos. Si nos equivocamos no debemos
deprimirnos por ello sino que debemos felicitarnos por haber descubierto algo”.
Cuando
nos sentimos inseguros, en ocasiones tendemos a reírnos de los demás. Si nos
sentimos cómodos aunque estemos equivocados no tememos reírnos de nosotros
mismos. El ser capaces de hacerlo sirve para recordarnos que aunque podamos
tomar nuestras decisiones seriamente no tenemos que tomarnos a nosotros con la
misma seriedad. Estudios sugieren que tendemos a ser más felices cuanto más
seamos capaces de reírnos de nosotros mismos. En lugar de flagelarnos por
nuestras equivocaciones podemos convertir algunas de nuestras pasadas ideas
erróneas en fuentes de diversión.
Estar
equivocado no siempre puede ser considerado divertido. El camino para aceptar
los errores está lleno de momentos dolorosos y seremos capaces de gestionarlos
mejor si recordamos que son esenciales para nuestro progreso. Pero si no
aprendemos a encontrar ocasionalmente el gozo de descubrir que podemos estar
equivocados va a resultar muy duro conseguir hacer las cosas correctamente.
Jean
– Pierre Beugoms tiene un truco para detectar cuando está equivocado. Cuando hace
una predicción hace también una lista de las condiciones en las que deberían
ser ciertas , así como otras en las que cambiaría de forma de pensar. De esta
forma procura mantener su honestidad y evitar apegarse a una mala predicción.
Lo que
hacen los expertos en predicciones en los torneos es una buena práctica en la
vida cotidiana. Cuando formemos una opinión nos debemos preguntar que tendría
que pasar para que se demostrase que ésta es falsa. Luego debemos estar
pendientes de nuestras opiniones para que podamos ver cuándo hemos acertado y cuando
han sido incorrectas y de analizar cómo ha evolucionado nuestro pensamiento.
El
factor que predice mejor el éxito de estos expertos es la frecuencia con la que
actualizan sus creencias. Los mejores son los que realizan más ciclos de
repensar ya que tienen la suficiente humildad para cuestionar sus juicios y la
curiosidad suficiente para descubrir nuevas informaciones que les lleven a
revisar sus predicciones.
Una
cosa es admitir a nosotros mismos que nos hemos equivocado y otra es confesarlo
a otras personas. Aunque seamos capaces de derrocar a nuestro dictador interior
corremos el riesgo de enfrentarnos al ridículo exterior. En algunos casos
tememos que si los otros descubren que estábamos equivocados nuestra reputación
se destruya.
Los
psicólogos han encontrado que admitir que nos hemos equivocado no hace que seamos
menos competentes, sino que es una muestra de honestidad y de deseo de aprender. Por ejemplo, aunque
los científicos crean que puede dañar su reputación el admitir que sus estudios
pueden ser erróneos son juzgados más favorablemente si reconocen los nuevos
datos en lugar de negarlos.
Este
es el caso de Andrew Lyne, físico británico que a principios de la década de
los 90 del siglo pasado publicó un gran descubrimiento en la publicación
científica más prestigiosa del mundo: presentó las primeras evidencias de la existencia
de un planeta de púlsar ( planetas que se encuentran orbitando a una estrella
de neutrones). Varios meses después mientras preparaba una presentación para
una conferencia de astrónomos se dio cuenta de que sus cálculos no se habían
ajustado al hecho de que la tierra se mueve en una órbita elíptica y no en una circular,
por lo que estaba totalmente equivocado y el planeta que había descubierto no
existía.
Delante
de cientos de colegas Lyne admitió su error. Cuando acabó su confesión fue
objeto de una gran ovación mantenida. Un astrofísico que asistía a la reunión
manifestó que había sido el hecho más honorable que había visto nunca.
Cuando
descubrimos que nos hemos podido equivocar la defensa estándar consiste en decir
que tengo derecho a tener mi opinión, pero aunque este derecho es real debemos
mantenerlo en nuestras cabeza y si elegimos expresarlo en voz alta es nuestra
responsabilidad justificarlo por la lógica y los hechos, para compartir, así,
nuestro razonamiento con los demás y cambiar nuestras mentes cuando surjan
mejores evidencias.
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