Brett Beasley, en el
boletín de Notre Dame Deloitte Center for Ethical Leadership, plantea que el
fracaso puede ser una fuente poderosa de aprendizaje, crecimiento e innovación,
pero que para que sea así debemos aprender a contemplarlo cómo lo que realmente es.
Muchos estudios
psicológicos sugieren que el aprendizaje tras el fracaso es más la excepción
que la regla. Dedicamos mucha de nuestra energía psicológica a mantener una
imagen positiva de nosotros y como resultado tendemos a reconocer los fallos de
los demás, a prestar mucha atención a los mismos ya recordarlos muy bien. Pero cuando
se trata de los nuestros mostramos menos interés y hasta caemos en lo que los
investigadores llaman “falsa memoria motivada”. Nuestra “amnesia selectiva” nos
ayuda a olvidar nuestros errores y a recordarlos de forma incorrecta añadiendo
aspectos positivos. Aunque este proceso está “motivado” por nuestra necesidad
de auto- engrandecimiento sucede sin que
seamos conscientes.
Algunas personas
sienten una mayor necesidad de mantener una imagen positiva de ellas mismas. Un
estudio sobre narcisismo, por ejemplo, en empresarios encontró que aunque las
tendencias narcisistas pueden ayudar para adoptar movimientos audaces necesarios
para el éxito en nuevas aventuras, el narcisismo es perjudicial porque hace que
los empresarios estén menos dispuestos a aprender de sus errores.
Cuando no aprendemos de
nuestros errores puede que mantengamos una imagen positiva de nosotros a corto
plazo pero nos perderemos los beneficios que acompañan al fracaso. Un grupo de
investigadores liderados por Ronald Bledow han encontrado que sacar lecciones
de los fracasos de otras personas es una forma muy eficaz, pero poco utilizada,
de aprendizaje. Cuando los participantes en el estudio escuchaban historias de
fracaso, se sentían más motivados para aprender y retenían más información que
cuando las historias eran de éxitos. También observaron que los participantes
en el estudio que consideraban el fracaso como una fuente valiosa de
aprendizaje tendían a aprender más de este tipo de historias.
Investigaciones sobre las
misiones de la NASA han registrado efectos similares a nivel organizacional.
Las organizaciones, por tanto, aprenden más de los fracasos que de los éxitos y
la capacidad de aprender de los pequeños fallos es el factor más importante para
que una misión termine siendo un éxito y sea segura.
Los líderes tienen el
poder de definir lo que de verdad se considera como un fallo. En lugar de contribuir
al temor al fracaso de sus seguidores pueden ayudar a crear seguridad
psicológica. Amy Edmonson llama a los fallos, resultado de una experimentación
productiva y toma de riesgos en entornos inciertos, fallos complejos y fracasos
inteligentes. Edmonson señala también que aunque los líderes deben desestigmatizar
este tipo de fracasos deben mostrarse muy claros sobre cuáles son los errores,
incluyendo comportamientos poco éticos, que son censurables. Desgraciadamente
la mayor parte de los directivos no distinguen entre los dos tipos de errores
por lo que Edmonson propone que en los casos que sean verdaderamente
censurables el castigo, llegando hasta el despido de la parte responsable,
puede ser la mejor forma de fomentar el crecimiento de la organización y de
todos los implicados. Pero en los casos de los fallos no censurables puede ser
una Buena idea ofrecer feedback orientado al crecimiento y hasta recompensar a
los profesionales por estos pequeños errores, como es el caso de Google X que da
gratificaciones a los miembros de los equipos aunque sus proyectos hayan
fallado.
Con frecuencia cuando
ocurre un fallo los directivos se atascan en el pasado y procuran revivir la
situación con un empleado en un intento de conseguir un acuerdo sobre lo que ha
pasado exactamente y sobre quién es el responsable. Investigaciones sugieren
que centrarse en lo pasado de esta forma puede ser contraproducente ya que los
empleados y sus directivos suelen aportar una perspectiva distinta e intentar
evitar ser culpabilizados por el error.
Jackie Gnepp junto con
investigadores de la Universidad de Wellington recomiendan que los directivos
afirmen que desean mejorar el desempeño de sus profesionales y que al revisar
el pasado se limiten a los hechos demostrables. Animan a los directivos a
asumir que los trabajadores están motivados y son lo suficientemente competentes
para mejorar y recomiendan que les inviten a una discusión fructífera sobre sus
planes futuros así como sobre sus posibles dificultades.
Bledow y sus
colaboradores destacan que los directivos que han experimentado el fracaso
ellos mismos pueden dudar si deben compartir su historia para evitar ser
considerados incompetentes. Esto implica que los líderes respetados con un
registro establecido de éxitos están muy bien posicionados para discutir y
comentar sus errores., por lo que deben reconocer que los profesionales van a
perder valiosas oportunidades de aprendizaje si las historias de fracasos se
ocultan en la organización, por lo que deben ser un ejemplo compartiendo
abiertamente las historias de sus fracasos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario