Ayelet Fishbach en “Get it done. Surprising
lessons from the science of motivation”
plantea, que existen cuatro
ingredientes o pasos fundamentales para que
un cambio de comportamiento tenga éxito, siendo el primero: ELEGIR UNA META.
En este sentido, como hemos visto en una entrada anterior, hay
que tener en cuenta una serie de factores a la hora de describir dicha meta.
Entre ellos los ya mencionados de considerar que las metas no son tareas y de
asignar una cifra para que podamos ir viendo nuestros progresos. Otro aspecto
clave es tener en cuenta que los
incentivos importan.
Independientemente de
nuestra meta a largo plazo, ya sea crecer emocionalmente o intelectualmente o
lograr estar más sanos o ser más ricos, por ejemplo, incentivos como un café caro
son tangibles e inmediatos. Las recompensas por nuestros esfuerzos nos motivan
para mantenernos firmes en nuestras metas a corto plazo. Cuando añadimos
incentivos a nuestra meta, ya sean recompensas o castigos, nos motivamos para
la acción al añadir una meta pequeña y tangible que nos permite obtener una
recompensa o evitar un castigo. Por ejemplo, si queremos empezar a correr y nos
hemos puesto como meta participar en una carrera benéfica en un mes, las
donaciones que nuestros amigos puedan hacer en nuestro nombre a la organización
benéfica pueden servir de incentivo para que hagamos todo lo posible para
finalizar la carrera.
Pero, aunque podamos
utilizar los incentivos para motivarnos,
el estudio de los incentivos con frecuencia se centra en cómo motivar a
los demás para alcanzar sus metas. Los padres y educadores utilizan tanto las
recompensas como los castigos para motivar a los niños para que estudien más,
ordenen sus habitaciones y realicen sus tareas. Los gobiernos emplean
incentivos para motivar a sus ciudadanos a mantenerse sanos y seguros. Por
ejemplo, nuestro temor a recibir una multa por exceso de velocidad nos motiva a
seguir las reglas en la carretera y no exceder los límites de velocidad
marcados.
También, cuando
queremos que las personas alcancen metas que sirven para nuestros propósitos el
estudio de los incentivos nos informa de cómo motivar a los demás para que
actúen de forma que nos beneficie. Cuando los directivos establecen bonos para
sus empleados o los vendedores marcan descuentos para los clientes pretenden
motivarles para que trabajen más duro o compren ciertos productos.
Aunque normalmente la
mayor parte de los incentivos no los seleccionan las personas que desean
incentivarse, establecer nuestros incentivos puede formar parte de nuestro
arsenal para automotivarnos.
Al hacerlo tenemos que
tener en cuenta que entender los motivos por los que los incentivos fracasan es
clave para entender cómo funcionan. En este sentido la autora recomienda:
1.-
Recompensar las cosas correctas
A principios del siglo
XX poco después de que los científicos descubrieran que las retas infectadas
por moscas eran responsables de la peste bubónica, Hanoi se enfrentaba a un
grave problema debido a las ratas. El nuevo sistema de alcantarillado instalado
en la colonia francesa permitía a las población de ratas crecer y aflorar en la
superficie causando un gran temor sobre las posibilidades de aparición de una
nueva plaga. Para luchar contra las ratas los franceses crearon un programa por
el que se pagaba un centavo por rata muerta. Al principio parecía que
funcionaba y en un mes miles de ratas morían diariamente. Pero poco después se
pudo ver como ratas sin cola correteaban por la ciudad. Esto era debido a que
la recompensa se pagaba por cada cola de rata entregada por lo que muchos
ciudadanos se limitaban a cortar las colas de las ratas. También se descubrió
que muchos emprendedores habían instalado granjas de ratas para criarlas y
cobrar luego la recompensa. Al suspender el programa los criadores soltaron las
ratas con lo que al final las ratas habían incrementado su número en Hanoi.
Esta es una lección de
lo que pasa cuando se recompensan cosas incorrectas y se llamó el “efecto
cobra” debido a un programa similar instigado por colonos británicos en India
para eliminar la población de cobras utilizando recompensas, que no tuvo en
cuenta que para tener una cobra muerta primero tenemos que tener una cobra
viva.
Encontrar lo que es
adecuado recompensar no es algo trivial. Por ejemplo, Fishbach en sus clases
quiere fomentar el trabajo en equipo, ya que gran parte del éxito futuro de sus
alumnos de la escuela de negocios, va a depender de su capacidad para trabajar
con otros. Pero ninguno de los incentivos que se utilizan normalmente en la
educación superior, como buenas calificaciones o cartas de recomendación o
castigo por fracasar en un tema, están diseñados para apoyar la excelencia en
el trabajo en equipo. Estos incentivos se dan por desempeño individual y no
grupal. Este problema nos acompaña en nuestra vida profesional ya que las
evaluaciones de desempeño se basan en el desempeño individual y no tenemos
incentivos externos para sobresalir como equipo y carecemos de la motivación
para marcar esos incentivos para nosotros.
Otras veces,
recompensar puede resultar complicado porque no sabemos cómo valorar el éxito.
En el trabajo, por ejemplo idealmente nos fijamos incentivos por encontrar
soluciones creativas o por dar un paso adelante hacia un crecimiento a largo
plazo, pero como es difícil medir nuestro éxito, es más probable que nos
recompensemos por cosas como terminar nuestro trabajo rápidamente o por
finalizar más proyectos que los demás. Recompensamos la cantidad más que la
calidad de nuestro trabajo. Este sistema de recompensas compromete nuestra
creatividad y visión a largo plazo.
Recompensar lo correcto
es todavía más difícil cuando perseguimos una meta de evitación. Cuando nuestra
meta es evitar el peligro o la mala salud necesitamos recompensar señales de
alarma, pero no nos gusta recompensar las malas noticias. La frase “matar al
mensajero” capta bien nuestra reticencia para felicitar a aquellos que
transmiten malas noticias, incluidos a nosotros mismos, pero descubrir malas
noticias a tiempo para poder actuar es algo que merece celebrarse.
La autora sugiere que
para comprobar que estamos en el buen camino en relación a los incentivos
debemos hacernos las dos preguntas siguientes:
a).- ¿El incentivo
realmente motiva al progreso hacia la meta o es solo un objetivo sin sentido
que es fácil de medir?
b).- ¿Cuál sería la
ruta más sencilla para lograr los incentivos? ¿Qué atajos potenciales existen?
Si la ruta más fácil no nos conduce a progresos hacia la meta estamos
utilizando los incentivos erróneos.
2.-
No utilizar un número excesivo de incentivos
Como con muchas cosas
en la vida a la hora de recompensar un comportamiento menos es más. Tener
demasiados incentivos puede resultar contraproducente como las investigaciones
de Mark Lepper sobre el “efecto de la sobrejustificación” descubrieron. Este
efecto se produce cuando se añade una justificación o incentivo a una acción y
luego al suprimirse se produce una disminución en la motivación.
Otro principio que
interviene cuando existen muchos incentivos es el de la dilución, según el cual
cuantas más metas, incluyendo incentivos ( por ejemplo minimetas) presente una actividad más débilmente asociaremos la
actividad con nuestra meta central y menos instrumental la actividad parecerá
para alcanzar esa meta. Por tanto, nuestra meta principal es poco probable que
venga a nuestra mente al realizar la
actividad y cuando esto ocurre la actividad parece que no es de utilidad para
la meta. Por este principio, por ejemplo, si nos dicen que comer zanahorias es bueno para controlar
nuestra tensión arterial, asumiremos que comer zanahorias es menos beneficioso
para nuestra visión.
Esta dilución es
especialmente potente cuando el incentivo añadido es uno que no nos importa
mucho con lo que nuestra motivación puede flaquear, como por ejemplo si nos
enteramos que el programa de reciclaje que queremos instaurar en el trabajo va
a facilitar beneficios fiscales para nuestro empleador. Cuando un incentivo o
una meta que no nos importa se introduce en una actividad que servía a una meta
ya existente, la actividad que estábamos realizando nos va a parecer menos
beneficiosa para el propósito original y si no nos importa el nuevo propósito (
como el caso de producir ganancias para el jefe) tenderemos a desmotivarnos.
El principio de
dilución nos ayuda a determinar cuándo es mejor establecer menos incentivos.
Añadir incentivos y luego retirarlos es decepcionante y debilita la asociación
entre la actividad y su propósito original, así como incorporar incentivos que
no nos motivan.
3.-
Fijar incentivos que encajen con la actividad
Los incentivos son
todavía más dañinos para la motivación cuando no tienen nada que ver con la
misma. Por ejemplo resultaría extraño que alguien nos pagase por llamar a
nuestros abuelos. Los incentivos económicos que no parecen correctos
interfieren con nuestra motivación, pero si son un aspecto central de la
actividad, como cuando estamos haciendo un trabajo o ganando una prestación ,
pueden incrementar la motivación.
Si queremos que un
incentivo no resulte contraproducente nos podemos preguntar qué pensaría un
desconocido sobre nuestras razones para realizar la actividad. Si los
incentivos le despistan y la razón por la que realizamos la actividad no está
clara en nuestra mente siempre deberíamos considerar revisar esos incentivos.
4.-
No establecer incentivos que ocultan el impacto de las acciones
Por ejemplo, donar a una
organización benéfica puede hacer un bien en la sociedad pero si lo hacemos
principalmente por los beneficios fiscales, ese incentivo oscurece el propósito
de nuestra acción.
Al fijar incentivos
debemos ser conscientes de cómo éstos pueden moldear la forma en la que
pensamos sobre nuestras metas y lo que podría ocurrir si se retirasen. Por tanto,
debemos preguntarnos si, si se retirasen
las recompensas o castigos, querríamos seguir haciendo lo que estamos haciendo.
5.-
Considerar introducir incentivos inciertos
Los incentivos
inciertos pueden incrementar la motivación porque:
a).- Si varían en
magnitud o frecuencia, recibir un incentivo menor que lo esperado es menos
frustrante y, por ejemplo, somos conscientes de que no obtendremos una
recompensa por buen comportamiento y confiaremos
en lograrla la próxima vez.
b).- Son complicados de
alcanzar y tenemos que tener suerte o trabajar duro para obtenerlos. Lo mismo
que los objetivos moderadamente complicados incrementan la motivación lo hacen
los incentivos inciertos que suponen un desafío. Este es el caso de los atletas
que se mantienen motivados por el hecho de que la victoria nunca está
asegurada.
Asimismo, no saber si
nuestros esfuerzos van a tener una recompensa hace que sintamos curiosidad por
averiguarlo. La incertidumbre en si no es divertida; a nadie le gusta no saber.
Pero resolver la incertidumbre, aprender cuál es el reconocimiento a nuestros
esfuerzos y pasar de la oscuridad a la luz resulta psicológicamente
gratificante.
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