Adam Grant en “Hidden potential. The
science of achieving greater things” plantea que todos tenemos talentos
escondidos y no tenemos porqué ser “niños prodigio” para lograr grandes cosas.
En un estudio relevante un grupo de psicólogos se dispusieron a investigar las raíces del talento excepcional entre músicos, artistas, científicos y atletas. Entrevistaron ampliamente a 120 escultores ganadores del premio Guggenheim, pianistas reconocidos internacionalmente, matemáticos premiados, investigadores destacados en el campo de la neurología , nadadores olímpicos y jugadores de tenis de primer nivel, junto a su padres, profesores y coaches. Se sorprendieron al encontrar que solo unos pocos de estos talentosos profesionales habían sido niños prodigio.
Entre los escultores
ninguno de ellos había sido identificado como poseedor de unas habilidades
especiales por sus profesores de la escuela elemental. Pocos de los pianistas
ganaron algún concurso de piano importante antes de los nueve años y el resto
solo parecían dotados si se les comparaba con sus hermanos o vecinos. Aunque
los matemáticos y neurólogos generalmente iban bien en la enseñanza elemental y
media no destacaban entre otros buenos estudiantes en su cursos. La mayoría de
los nadadores solo habían ganado competiciones locales en su infancia y la
mayoría de los tenistas perdieron en las primeras rondas de sus primeros torneos y les llevó varios años ser
reconocidos como jugadores destacados a nivel local. Lo que destacaba de todos
ellos no era una aptitud inusual sino una motivación inusual. Esta motivación
no solía ser innata sino que comenzaba con un profesor o coach que hacía que el
aprendizaje fuese divertido. La conclusión de los psicólogos fue que: “Lo que
cualquier persona en el mundo puede aprender, casi todas las personas pueden
aprender si se le facilitan las condiciones apropiadas de aprendizaje”. Lo que
parecen diferencias en las habilidades naturales con frecuencia son diferencias
en oportunidades y motivación.
Cuando valoramos el
potencial cometemos el error cardinal de centrarnos en los puntos de comienzo o
habilidades que son inmediatamente visibles. En un mundo obsesionado con el
talento innato asumimos que las personas que parecen más prometedoras son las
que destacan directamente. Pero los grandes triunfadores varían dramáticamente
en relación con sus aptitudes iniciales. Si juzgamos a las personas solo por lo
que pueden lograr el primer día , su potencial se mantendrá escondido.
Con las oportunidades
correctas y la motivación de aprender
cualquiera puede construir habilidades para lograr grandes cosas. El
potencial no es cuestión de dónde comenzamos sino hasta dónde somos capaces de
llegar. Debemos centrarnos no tanto en el punto de comienzo sino en la
distancia recorrida. Para cada Mozart que surge tempranamente existen múltiples
Bachs que florecen más tarde. No nacen con superpoderes invisibles , ya que la
mayoría de sus dones van creciendo con el tiempo.
Descuidar el impacto de nutrir los talentos nos conduce a subestimar la cantidad de
terreno que puede ser ganado y el abanico de talentos que pueden ser
aprendidos. Como resultado nos limitamos a nosotros mismos y a los que nos
rodean, aferrándonos a nuestras zonas de confort y dejando escapar
oportunidades más amplias. No vemos las promesas en otros y cerramos la puerta
a las oportunidades.
A finales de la década
de los 80 del siglo pasado el estado de Tennessee abordó un ambicioso
experimento. En 79 colegios, muchos de ellos pertenecientes a zonas de renta
baja, asignaron de forma aleatoria a más de 11000 alumnos a distintas clases, desde jardín
infantil a tercer grado. El objetivo inicial era comprobar si las clases
pequeñas, con menos alumnos, eran mejores para el aprendizaje. Pero el
economista Raj Chetty pensó que ya que tanto los alumnos como los profesores se
asignaban aleatoriamente se podían analizar otros datos para comprobar si otros
factores marcaban una diferencia. Se
encontraron con un hallazgo sorprendente: Chetty era capaz de predecir el éxito
que los niños tendrían en el futuro simplemente viendo quién había sido su
profesor en el jardín de infancia. A los 25 años los alumnos que habían tenido
profesores más expertos ganaban mucho más dinero que sus compañeros.
La respuesta intuitiva
sobre las razones de este hecho sería que los profesores más eficaces ayudaban
a sus alumnos a desarrollar habilidades cognitivas. La educación temprana constituye
un fundamento sólido para la comprensión de las palabras y números, por lo que
los niños con profesores más expertos puntuaban más alto en las pruebas de lectura
y matemáticas al final del jardín de infancia. Pero con los años los compañeros
les alcanzaban.
Chetty y su equipo
buscaron otra explicación plausible y comprobaron que del cuarto al octavo
grado los alumnos eran puntuados por sus profesores por otras cualidades como:
a).- Proactividad.
Medían con qué frecuencia los niños mostraban iniciativa para hacer preguntas,
buscar información en libros y buscar la ayuda del profesor para aprender fuera
de las clases.
b).- Actitud
prososcial. Analizaban lo bien que se llevaban y colaboraban con sus compañeros.
c).- Disciplina.
Observaban si prestaban atención correctamente y si resistían el impulso de
interrumpir las clases o molestar en ellas.
d).- Determinación. Valoraban
la consistencia con la que abordaban problemas retadores, hacían más trabajo
que el que tenían asignado y persistían cuando se enfrentaban a obstáculos.
Cuando los estudiantes
tenían un profesor experto los docentes de cuarto grado les valoraban más alto
en estos cuatro atributos. Las capacidades para ser proactivos, prosociales,
disciplinados y para actuar con determinación se mostraban más útiles y se
mantenían más tiempo que las habilidades tempranas de lectura y escritura.
Cuando Aristóteles
escribió sobre cualidades como ser disciplinado y prosocial las llamó “virtudes
del carácter”. Describió el carácter como un conjunto de principios que las
personas adquieren y recrean a través de la fuerza de voluntad. El autor
plantea que, a pesar de haber estado de acuerdo siempre con esta idea, en las
dos últimas décadas la evidencia que ha recogido sobre el tema le ha llevado a cuestionar esta perspectiva
y, en la actualidad, considerar el carácter, menos en relación con la fuerza de
voluntad y más como un conjunto de habilidades.
El carácter va más allá
de tener unos principios. Consiste en la capacidad aprendida para vivir esos
principios. Las habilidades del carácter nos equipan, por ejemplo, para que un
procrastinador crónico cumpla los plazos si alguien le importa mucho o a un introvertido tímido encontrar el valor
para hablar para luchar contra una
injusticia. Estas son habilidades que los buenos profesores de preescolar
fomentan y nutren y los coaches cultivan.
Cuando nos referimos a nutrir y fomentar nos
referimos normalmente a la inversión que los padres y profesores hacen para
desarrollar y apoyar a sus hijos y alumnos. Pero ayudarles a alcanzar su máximo
potencial requiere algo distinto. El apoyo debe prepararles para dirigir su
propio aprendizaje y crecimiento, lo que los psicólogos llaman “andamiaje
docente”. En la construcción el andamiaje consiste en una estructura temporal
que permite a los equipos de trabajo subir a alturas que están más allá de su
alcance sin ayuda. Una vez que la construcción se ha completado el apoyo se
retira y ésta se mantiene sin ayuda.
En el aprendizaje el
andamiaje sirve para un propósito similar. Un profesor o coach ofrece unas
instrucciones iniciales y luego retira el apoyo. La meta es trasladar la
responsabilidad a la persona para que pueda desarrollar su enfoque propio de
aprendizaje.
A finales de 1800 el “padre”
fundador de la psicología Williams James escribió que “a los 30 años el
carácter se ha forjado como el cemento y no se volverá a ablandar nunca más”. Recientemente
un grupo de científicos sociales han realizado una investigación para evaluar
esta hipótesis. Para ello reclutaron 1500 emprendedores en África Occidental,
una mezcla de hombres y mujeres de 30 a 50 años, que dirigían pequeñas startups
en sectores de la manufactura, servicios y comercio y les asignaron
aleatoriamente a uno de estos tres grupos: control, que seguían con sus
ocupaciones como lo hacían habitualmente, grupo de entrenamiento en habilidades
cognitivas y grupo de entrenamiento en habilidades de carácter. Estos dos
últimos grupos dedicaban una semana a aprender nuevos conceptos, analizándolos
en casos estudio y aplicándolos en sus
propias startups a través de role playing y ejercicios de reflexión.
La formación cognitiva
consistía en un curso acreditado de negocios creado por International Finance
Corporationy en el que estudiaban finanzas, contabilidad, recursos humanos, marketing y
tarificación y practicaban lo aprendido para resolver retos y aprovechar
oportunidades. La formación en
habilidades de carácter estaba dirigida a que los participantes aprendiesen a
desarrollar su iniciativa personal. Estudiaban proactividad, determinación y
disciplina y practicaban poniendo en práctica estas cualidades.
Esta última formación
tuvo un impacto dramático: después de solo 5 días de trabajar las habilidades
de carácter los beneficios de las empresas de los participantes crecieron una
media del 30% en los dos años siguientes, casi el triple de los beneficios
obtenidos por el grupo de habilidades cognitivas. El conocimiento de finanzas y
marketing podía ayudar a capitalizar las oportunidades, pero el desarrollo de
proactividad y disciplina facilitaba la
generación de oportunidades, aprender a anticipar los cambios en los mercados en
lugar de a reaccionar ante ellos, a desarrollar
más ideas creativas y a introducir
nuevos productos.
Este estudio además de
demostrar que las habilidades de carácter nos pueden llevar a alcanzar grandes
cosas, muestra que el carácter conserva su plasticidad en el tiempo.
El carácter con
frecuencia se confunde con la personalidad pero no son lo mismo La personalidad
es nuestra predisposición o instintos básicos sobre cómo pensar, sentir o
actuar. El carácter es la capacidad de priorizar nuestros valores sobre
nuestros instintos. Conocer nuestros principios no significa que sepamos cómo ponerlos
en práctica, especialmente en situaciones de estrés o presión. Es fácil ser
proactivo y mostrar determinación cuando las cosas van bien. La verdadera
prueba del carácter es ver si somos capaces de mantener esos valores cuando las
cosas parece que están contra nosotros. Si la personalidad es cómo respondemos
en un día normal , el carácter sería cómo nos mostramos en un día duro.
La personalidad no es
nuestro destino, es nuestra tendencia. El carácter son las habilidades que nos
permiten trascender esa tendencia para mantenernos fieles a nuestros
principios. No son tanto los rasgos que tenemos sino lo que decidimos hacer con
ellos.
Si nuestras habilidades
cognitivas son las que nos separan de los animales, las de carácter nos elevan
sobre las máquinas. Las computadoras y los robots permiten en la actualidad
construir coches, pilotar aviones, gestionar dinero, diagnosticar enfermedades
y realizar operaciones cardiacas, por ejemplo. Al ir siendo automatizadas cada
vez más habilidades cognitivas, las habilidades que nos hacen humanos, las
relacionadas con el carácter, se tornan más importantes.
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