Daniel Kahneman,
psicólogo, Premio Nobel de Economía en el año 2002, por haber integrado aspectos de la investigación psicológica en la
ciencia económica, especialmente en lo que respecta al juicio humano y la toma
de decisiones bajo incertidumbre, en su libro: "Thinking Fast and Slow" presenta sus ideas sobre cómo funciona la mente, centrándose en la
realidad del pensamiento intuitivo (
considerando que las intuiciones válidas son consecuencia de que los expertos
han aprendido a reconocer elementos familiares en una nueva situación y los
tienen en cuenta a la hora de actuar) y el
pensamiento deliberado y su influencia en nuestros juicios y toma de
decisiones.
En la primera parte del libro el autor presenta dos sistemas de enfocar
la elaboración de juicios y de elecciones. Éstos son, adoptando la
clasificación propuesta por los psicólogos Keith Stanovich y Richard West, los
siguientes:
I.- SISTEMA
I.
Funciona de forma automática y rápida, con poco esfuerzo o sin él y sin
ningún sentido de control voluntario. Como ejemplo tenemos que se le asocian
las siguientes actividades:
Detectar que un objeto está a más distancia que otro, orientarnos hacia
el origen de un ruido, detectar hostilidad en una voz, responder a la pregunta
2+2=?, conducir en una carretera sin tráfico, entender frases sencillas,...
Sus capacidades incluyen habilidades innatas que compartimos con otros
animales. Nacemos preparados para percibir el mundo que nos rodea, para
reconocer objetos, orientar nuestra atención, evitar pérdidas,... Otras
actividades mentales se vuelven automáticas tras la práctica prolongada.
Algunas de estas actividades son compartidas por los dos sistemas, como
ocurre con la orientación hacia un sonido muy alto. Primero reaccionamos de
forma involuntaria para poder pasar después a movilizar la atención voluntaria
del sistema II.
II.- SISTEMA II.
Dedica su atención a actividades mentales que suponen un esfuerzo,
elección o concentración.
El sistema I origina impresiones y sentimientos que son la fuente
principal de las creencias y elecciones deliberadas del sistema II. Las
operaciones automáticas del primer sistema son capaces de generar sorprendentes
patrones complejos de ideas pero sólo el más lento sistema II puede construir
los las ideas, paso a paso, de forma
ordenada.
Todas las diversas operaciones ligadas a este sistema tienen algo en
común: requieren atención y se ven perturbadas si desviamos la atención. Como
ejemplos el autor menciona:
Centrarnos en las palabras de una persona en una habitación ruidosa y
abarrotada, buscar a una mujer que tenga el pelo blanco, aparcar en un lugar
complicado, rellenar el impreso de la renta, comprobar la
validez de un argumento complejo y lógico.
En todas estas
situaciones debemos prestar atención y nuestro desempeño será deficiente o
inexistente si no lo hacemos o nos distraemos. Tenemos que ser conscientes de
que nuestra capacidad de prestar atención es limitada, ya que las actividades
que requieren esfuerzo interfieren unas con otras y no podemos abordarlas todas
al mismo tiempo ( conducir por una autovía con mucho tráfico y mantener una
conversación , por ejemplo). Podemos hacer varias cosas a un tiempo siempre que
sean sencillas y demanden poca atención. Si tenemos que enfocarnos de forma intensa en
una tarea nos podemos volver ciegos a estímulos que normalmente nos llamarían
la atención. La demostración más sorprendente de este fenómeno es la que
ofrecieron Cristopher Chabris y Daniel Simons en su libro "El Gorila Invisible". En él relatan el experimento que hicieron tras filmar un corto
en el que se podía ver como dos equipos, uno con camisetas blancas y otro con
camisetas negras se pasaban una pelota de baloncesto. A los espectadores de las
imágenes se les pedía que contasen el número de veces que el equipo blanco se
pasaba la pelota, ignorando lo que hiciese el equipo negro. La tarea es complicada por la rapidez del
juego y absorbente. Aproximadamente a la mitad del vídeo una mujer disfrazada de gorila aparece,
cruza el terreno de juego, se golpea el pecho con sus brazos y desaparece. El
gorila se puede ver durante 9 segundos. De los miles de personas que han visto
el vídeo aproximadamente la mitad (entre los que me encuentro) no perciben nada
inusual, ya que han estado centradas en fijarse en el equipo blanco, ignorando
todo lo demás. Cualquiera que contemple las imágenes sin tener asignada una
tarea es capaz de detectar el gorila sin
problemas. Los autores de este experimento resaltan que ilustra dos aspectos
importantes de nuestras mentes: podemos estar ciegos para lo obvio y lo que es
peor podemos estar ciegos a esa ceguera y no ser conscientes de la misma. Las
personas que no observan al gorila rechazan inicialmente la
posibilidad de que haya aparecido realmente en la película, porque piensan que
si lo hubiese hecho tendrían, con toda seguridad, que haberlo visto.
Ambos sistemas están en
funcionamiento siempre que estamos despiertos. El primero de forma automática y el segundo
con poca intensidad, con un pequeño compromiso por su parte. El sistema I
genera continuamente sugerencias para el II: impresiones, intuiciones,
intenciones y sentimientos. Si éstos logran despertar la atención del sistema
II las impresiones e intuiciones se pueden llegar a convertir en creencias y
los impulsos en acciones voluntarias. Cuando esto ocurre sin ningún
contratiempo, lo que sucede la mayor parte del tiempo, el sistema II adopta
estas sugerencias con pocas o ninguna modificación.
Cuando el sistema I se
encuentra ante una pregunta para la que no tiene respuesta moviliza al II para
que ofrezca un procesamiento más específico y detallado que ayude a resolverla.
Por ejemplo si nos piden que multipliquemos 2 por 2 no será necesario, pero si
el problema a resolver es 17x 24 si intervendrá el sistema II. También
necesitaremos la necesidad de una atención consciente cuando algo nos
sorprende. El sistema II se activa cuando un suceso es detectado que viola el
modelo del mundo que el sistema I mantiene. En ese mundo, por ejemplo, los
gorilas no atraviesan las canchas de baloncesto. Este experimento demuestra que
algún grado de atención es necesario para que un estímulo sorprendente sea
detectado. La sorpresa activa y orienta
nuestra atención y nos lleva a rebuscar en nuestra memoria para encontrar una
historia que explique y dé sentido a ese hecho insólito.
El sistema II se ocupa,
también, de la monitorización constante de nuestro comportamiento, por ejemplo
del control que hace que mantengamos la serenidad cuando estamos enfadados o
que nos mantiene alertas al conducir de noche. Se moviliza para aumentar
nuestros esfuerzos cuando detecta que vamos a cometer un error (evita que
hagamos comentarios inapropiados en un momento de furia, por ejemplo). Es el
responsable del autocontrol.
La división del trabajo
entre ambos sistemas es muy eficaz: minimiza el esfuerzo y optimiza el
desempeño. Esta distribución funciona bien en la mayoría de los casos porque el
sistema I generalmente es muy bueno en lo que hace: sus modelos de situaciones
familiares son exactos, sus predicciones a corto plazo suelen ser también acertadas y sus reacciones
iniciales ante los retos son rápidas y normalmente apropiadas. El inconveniente
es que tiene prejuicios, errores sistemáticos que tienen tendencia a cometer en
situaciones determinadas y que entiende poco de lógica y estadística.
Kahneman propone que
para apreciar tanto la autonomía del
sistema I como la distinción entre impresiones y creencias que nos fijemos en
la siguiente figura:
En ella vemos dos
líneas horizontales. La de abajo parece que claramente es más larga que la de arriba. Es lo que
todos vemos y naturalmente creemos lo que vemos. Esta imagen se corresponde con
la famosa ilusión de Müller-Lyer, ya que si medimos las dos líneas comprobaremos
que su longitud es idéntica.
Una vez que hemos hecho
la medición nuestro sistema II, tiene una nueva creencia: sabe que las dos
líneas son igual de largas. Si nos preguntan contestaremos lo que sabemos, pero
seguiremos viendo a la inferior más larga. Hemos elegido creer que la medición
es correcta pero no podemos evitar la actuación del sistema I: no podemos
decidir ver a las dos líneas iguales aunque sepamos que lo son. Para
resistir a la ilusión sólo podemos hacer
una cosa: debemos aprender a desconfiar de nuestra impresión sobre la longitud
de las líneas siempre que tengan flechas en los extremos. Pero seguiremos
siempre viendo una línea más larga que otra.
No todas las ilusiones
son visuales. Tenemos las de pensamiento que se conocen como ilusiones
cognitivas. El autor pone como ejemplo la tendencia que pueden sentir los
psicólogos a caer rendidos ante el encanto de los psicópatas. Cuando Kahneman estudiaba
un profesor les advirtió que no se dejasen deslumbrar por la simpatía que les
podía inspirar un paciente, que en muchas ocasiones tras la primera consulta
les diría que tras haber probado distintos psicólogos estaban seguros que el
único que iba a acertar el tratamiento iba a ser él. La simpatía no se puede
controlar ya que surge del sistema I, pero lo que sí se puede controlar es la
desconfianza que debe surgir cuando nos sentimos atraídos hacia un paciente que
nos cuenta una historia repetida de
fallos en el tratamiento. Es una señal de peligro, una ilusión cognitiva y el
sistema II debe actuar para no creerla y actuar en consecuencia.
El problema surge
porque no siempre se pueden vencer las ilusiones cognitivas. Como el sistema I
actúa de forma automática no lo podemos
desconectar cuando queremos, por lo que los errores del pensamiento
intuitivo son difíciles de prever. Los prejuicios en ocasiones no se pueden
evitar porque el sistema II no es capaz de detectarlos y ver que son erróneos.
El autor recomienda aprender a reconocer las situaciones en las que es más
posible que se produzcan errores para tratar de evitarlos, ya que cuestionarnos
constantemente todos nuestros pensamientos resultaría poco práctico y tedioso y
el sistema II es muy lento e ineficaz para servir como sustituto del sistema I
a la hora de tomar decisiones rutinarias.
Existen tareas vitales
que sólo las puede acometer el sistema II porque requieren esfuerzo y
autocontrol y las intuiciones e impulsos del sistema I se encuentran
sobrepasadas. Kahneman destaca sus
estudios junto a Jackson Beatty para medir el nivel de esfuerzo de una tarea
basándose en la idea de Eckhard Hess que
describía a las pupilas como las “ventanas del alma”. Las investigaciones de
estos tres expertos muestran que las pupilas son un indicador muy sensible del
esfuerzo mental: se dilatan en mayor grado cuanto mayor es la complejidad del
problema a solucionar. Es posible mediante la observación adivinar si la
persona está trabajando mentalmente para encontrar una solución o si ya la ha
hallado o se ha dado por vencida (en cuyo caso las pupilas se contraen). Estos
estudios confirman que cuando las personas están absortas en un “sprint” mental
pueden volverse ciegas a lo que les rodea, como se demostró al hacer al gorila
invisible al mantener a los observadores ocupados contando las veces que se
pasaba un balón. La respuesta a una sobrecarga mental es selectiva y precisa:
el sistema II protege a la actividad más importante para que reciba la atención
que demanda y la capacidad sobrante es asignada segundo a segundo a otras
tareas. El sistema I toma el mando en las emergencias y concede total prioridad
a las acciones de autoprotección, por lo que podemos estar respondiendo a la
amenaza antes de ser plenamente conscientes de ella.
Cuando nos vamos
convirtiendo en expertos en una tarea la demanda de energía disminuye.
Distintos estudios de la actividad cerebral muestran que el patrón de actividad
relacionado con una acción cambia al aumentar la habilidad y se ven implicadas
menos áreas cerebrales. El talento tiene un efecto similar. Las personas muy
inteligentes necesitan menos esfuerzo para resolver un problema, tal como
indican tanto el tamaño de sus pupilas como su actividad cerebral. Existe una
“ley del mínimo esfuerzo” que se produce tanto en relación con los esfuerzos
tanto físicos como cognitivos. Esta ley mantiene que si existen distintas
formas de alcanzar una meta las personas gravitarán hacia la que requiera menos
esfuerzo.
Se requiere esfuerzo
para mantener de forma simultánea en la memoria diversas ideas que requieren
distintas acciones, o que tienen que ser combinadas de acuerdo a unas normas
(por ejemplo elegir entre un plato u otro en un restaurante, recordar la lista
de la compra al entrar en un supermercado,…). El sistema II es el único que
puede seguir las reglas, comparar los atributos de diferentes objetos y tomar
decisiones específicas de acuerdo con las distintas opciones posibles. El
sistema I, al ser automático no ofrece estas posibilidades. Detecta
exclusivamente relaciones simples: “son todos iguales”, “el hijo es mucho más
alto que el padre”,….y es capaz de ser excelente al integrar información sobre
un tema, pero no puede hacerlo sobre varios simultáneamente o interpretar datos
estadísticos sobre el mismo.
Otra característica
crucial del sistema II es que tiene la capacidad de adoptar una serie de tareas
al programar la memoria para que obedezca una instrucción que supere a las
respuestas habituales. El autor pone como ejemplo el contar las veces en que
aparece una letra determinada en una página. Ésta no es una actividad que hayamos
hecho previamente y no la haremos de forma espontánea, pero el sistema II puede
acometerla, aunque con algún esfuerzo, que será menor según vayamos adquiriendo
una mayor práctica. Si al terminar la página recibimos otra instrucción como
contar comas nos resultará más difícil cumplirla porque tendremos que abandonar
la tendencia recién adquirida de a contar la letra previa. Uno de los hallazgos
significativos que han hecho los psicólogos cognitivos en las últimas décadas
es que el pasar de una tarea a otra requiere esfuerzo, especialmente si existe
presión de tiempo.
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