Charles Duhigg, en “Smarter, Faster, Better. The secrets of being productive”, plantea que productividad es el nombre que damos a nuestros esfuerzos para descubrir las mejores formas de dedicar nuestra energía, intelecto y tiempo mientras procuramos alcanzar las recompensas más significativas para nosotros con el mínimo esfuerzo perdido. Es un proceso de aprendizaje de cómo tener éxito con el mínimo estrés y lucha que trata de que consigamos hacer las cosas sin sacrificar todo lo que nos importa en el camino.
Ser productivo no
consiste en trabajar más o “sudar” más, ni en pasar más horas trabajando, sino
en tomar determinadas elecciones de una forma adecuada. La forma en que
escogemos vernos a nosotros mismos y que van a influir en la manera en que
vamos a afrontar las decisiones cotidianas, las historias que nos contamos y
las metas sencillas que ignoramos, el sentimiento de comunidad que creamos con
nuestros compañeros de equipo y las culturas creativas que vamos a establecer
como líderes son las cosas que diferencian al profesional muy ocupado del
genuinamente productivo.
Duhigg destaca como
aspectos fundamentales a analizar ya que intervienen en la productividad:
I.-
MOTIVACIÓN:
En las últimas décadas con
los cambios económicos que han llevado a que las grandes organizaciones ya no
prometen empleos para toda la vida y las carreras profesionales se caracterizan
por la migración por varias empresas y por los trabajos autónomos el comprender
los factores que intervienen en la motivación se ha vuelto más importante. El
autor menciona el hecho de que en 1980 más del 90% de los trabajadores
estadounidenses tenían un jefe, mientras que en la actualidad más de un tercio
de los trabajadores lo hacen como autónomos o se encuentran en puestos
transitorios. Los profesionales que tienen éxito en esta nueva economía son los
que saben cómo decidir por sí mismos cómo emplear su tiempo y distribuir su
energía. Son capaces de fijarse metas, priorizar las tareas y elegir en qué
proyectos quieren participar. Aquellos que saben cómo automotivarse, según
diversos estudios, obtienen retribuciones más elevadas y tienen un nivel más
alto de satisfacción en todos los ámbitos de sus vidas.
Los investigadores han
encontrado que las personas pueden mejorar su automotivación si practican de la
forma adecuada. El truco, consiste, según ellos, en ser conscientes de que un
prerrequisito para la motivación es que creamos que tenemos autoridad sobre
nuestras acciones y sobre nuestro entorno. Para motivarnos debemos sentir que
tenemos el control. Cuando las personas sienten que tienen el control tienden a
trabajar más duro y a esforzarse más. Una forma de demostrarnos a nosotros
mismos que tenemos control es tomar decisiones.
Fruto de estas
investigaciones entre las que destacan las llevadas a cabo por un grupo de
psicólogos de la Universidad de Columbia ha surgido una nueva teoría de la
motivación: El primer paso para generar el deseo de movilizarse consiste en dar a las personas la oportunidad de hacer
elecciones que les produzcan una sensación de autonomía y autodeterminación.
Diversos experimentos han mostrado que las personas nos sentimos más motivadas
para completar tareas complicadas si
éstas son presentadas como decisiones en lugar de órdenes.
Esta es una lección
útil si queremos motivarnos o motivar a los demás porque recomienda un método sencillo
para desencadenar el deseo de actuar: encontrar una elección que nos permita
sentir que tenemos control. Por ejemplo si tenemos que preparar una
presentación comenzar por las conclusiones o lo que más nos interés o si
tenemos que responder a muchos correos tediosos contestar primero uno
cualquiera que no sea el primero de la lista.
La motivación se
despierta al tomar decisiones que nos demuestren que tenemos el control. La
elección específica que hagamos no importa tanto como la sensación de control. El
locus de control ha sido estudiado por los psicólogos desde los años 50 del
pasado siglo. Los investigadores han encontrado que las personas que tienen un
locus de control interno tienden a responsabilizarse a sí mismos por los éxitos
o fracasos en lugar de asignar la responsabilidad a factores fuera de su
influencia. Se ha asociado a éxito
académico, mayores niveles de auto-motivación y de madurez social y a menor
incidencia de estrés o depresión.
Por el contrario, tener
un locus de control externo lo que implica que creemos que nuestras vidas están
influenciadas por factores que se escapan de nuestro control, está
correlacionado con mayores niveles de estrés, con frecuencia porque el
individuo percibe que no tienen la
capacidad de manejar las situaciones.
Diversos estudios
muestran que el locus de control puede ser modificado a través del
entrenamiento y el feedback. Carol Dweck mantiene que: “La mayor parte de las
personas lo aprendemos en las primeras etapas de la vida, pero en muchas
ocasiones el sentido de autodeterminación es suprimido por las condiciones en
que crecemos o por las experiencias que vivimos y olvidamos que tenemos un gran
poder de influencia sobre nuestras vidas. Es en estas situaciones en las que el
entrenamiento puede ser útil ya que nos pone en situaciones en las que podemos
practicar el sentir que tenemos el control con lo que despertamos al locus de
control interno y podemos volver a construir hábitos que nos hagan sentir que
tenemos el control de nuestras vidas y cuanto más lo sintamos más tendremos
realmente el control”.
Si damos a las personas
la oportunidad de sentir que tienen el control y se les permite que practiquen
haciendo elecciones aprenderán a ejercer la autodisciplina y una vez que el
tomar decisiones se convierte en un hábito la motivación surge de forma más
automática. El autor recomienda que no
sólo debemos enseñarnos a automotivarnos con más facilidad sino que debemos
aprender a considerar nuestras elecciones no sólo como expresiones de control
sino como afirmaciones de nuestros valores y metas, que tienen un significado. Por
tanto tenemos que, antes de comenzar una nueva tarea o enfrentarnos a un
quehacer desagradable debemos dedicar un tiempo a preguntarnos por qué vamos a
hacerlo. Una vez empecemos a hacerlo esas pequeñas tareas se convertirán en
piezas de una constelación de proyectos con significado, de metas y de valores.
Podemos empezar a ser conscientes de que pueden tener unas recompensas
emocionales significativas al demostrarnos a nosotros mismos que estamos
tomando decisiones con un propósito y que tenemos el control de nuestras vidas.
En ese momento es en el que la automotivación florece: cuando, por ejemplo, nos
damos cuenta de que contestar a un correo o ayudar a un compañero puede parecer
aisladamente poco importante pero que es parte de un proyecto mayor en el que
creemos y que queremos alcanzar porque le hemos elegido.
La automotivación, por
tanto, es una elección que hacemos porque es una parte de algo mayor y más
emocionalmente gratificante que la tarea inmediata que debe hacerse.
II.- TRABAJO EN EQUIPO:
Las claves para que un
equipo sea efectivo, según Duhigg, las podemos encontrar considerando los
hallazgos del Proyecto Aristóteles realizado en Google. El departamento de
People Analytics de la citada organización buscaba encontrar cómo construir el
equipo perfecto y para ello comenzaron por una revisión de la literatura
científica sobre el tema que mostró que no existía un consenso sobre los
factores que hacen un equipo más efectivo. Posteriormente analizaron 180
equipos de la compañía y no encontraron ningún patrón en relación con la
composición de los mismos que garantizase el éxito, por lo que decidieron
centrarse en el análisis de las normas grupales, ya que todos los equipos, con
el tiempo, desarrollan normas colectivas sobre cuáles son los comportamientos
apropiados dentro de los mismos. Poe ejemplo si un equipo llega al consenso,
espontáneo, de que evitar los
desacuerdos es más importante que el debate esto se convierte en una norma no
escrita o si por el contrario desarrolla una cultura que estimula las
diferencias de opinión y rechaza el pensamiento grupal esa es otra norma
abriéndose paso. Los miembros de un equipo pueden comportarse de determinada
manera como individuos pero con frecuencia, dentro de los equipos, existen una
serie de normas que invalidan esas
preferencias y fomentan la deferencia hacia las normas establecidas.
Los datos extraídos del
estudio del funcionamiento de los equipos en Google permitieron encontrar que
algunas normas correlacionaban con el alto desempeño, por lo que los
investigadores concluyeron que había que analizar cómo funcionan los equipos,
sus normas, y no con quién lo hacen. Las normas que eran más efectivas: permitir
los fallos sin repercusiones negativas, respetar las opiniones divergentes,
sentirse libre para cuestionar las elecciones de los demás, confiar en los
miembros del equipo y no pensar que te van a traicionar, vieron que coincidían
con lo que Amy Edmonson había llamado, en
1999, “Seguridad psicológica” (la creencia compartida por los miembros de un
equipo de que éste es un lugar seguro para tomar riesgos). El concepto
describe un clima en el equipo
caracterizado por la confianza interpersonal y el mutuo respeto en el que las
personas se sienten cómodas mostrándose como son realmente.
En 2008 un grupo de
psicólogos de Carnegie Mellon y el Instituto Tecnológico de Massachussetts se
habían preguntado, también, que tipo de equipos era claramente superior y si
existía una inteligencia colectiva que surge del equipo y que es distinta de la
inteligencia de cada uno de sus miembros. Para analizarlo reclutaron a 699
personas y las dividieron en 152 equipos y les encargaron distintas tareas que
necesitaban diferentes tipos de cooperación. La mayor parte de los equipos
comenzaron dedicando diez minutos al brainstorming para proponer diversos usos
de un ladrillo y recibieron un punto por cada idea original. Luego se les pidió
que planificaran una salida de compras como si fuesen compañeros de piso
compartiendo un solo coche. A cada equipo se le dio una lista de la compra y un
mapa que mostraba los precios en diversas tiendas. La única forma de maximizar
la puntuación del equipo en esta prueba consistía en que cada persona
sacrificase un artículo que realmente deseara por otro que gustase a todo el
equipo. Posteriormente debían llegar a un acuerdo sobre un caso disciplinario
en el que un estudiante universitario, jugador de baloncesto, había sobornado
claramente a un profesor. Algunos miembros del equipo debían representar los
intereses académicos de la universidad y otros los del departamento deportivo.
Los puntos se concedían por llegar a un veredicto que tuviese en cuenta las
preocupaciones de ambas partes.
Cada una de estas
tareas requería la participación de todo el equipo y demandaba diferentes tipos
de colaboración. Los investigadores observaron distintas dinámicas entre los
equipos: algunos plantearon docenas de usos inteligentes para un ladrillo,
llegaron a un veredicto que dejaba a todos los implicados satisfechos y realizaban las compras previstas, mientras
otros describían los mismos usos del ladrillo con diferentes palabras,
alcanzaban acuerdos que dejaban a algunos de los participantes sintiéndose
alienados y solo conseguían comprar uno de los artículos porque no estaban
dispuestos a ceder. Lo interesante de estos resultados era comprobar que los
equipos que realizaban correctamente uno de los encargos solían hacer el resto
adecuadamente y los que fallaban en uno de ellos parecían que lo hacían en el
resto.
Los investigadores
llegaron a la conclusión de que los buenos equipos tuvieron éxito no por las
cualidades innatas de sus miembros sino
por cómo se trataban entre sí, tenían normas que les permitían encajar bien entre
ellos y que elevaban la inteligencia colectiva de todos. Encontraron que
existían dos comportamientos que compartían todos los buenos equipos:
a).- Todos los miembros
hablaban en una proporción de tiempo similar durante la realización de las
tareas. Si todos tenían la oportunidad de hablar el equipo iba bien, pero si una
sola persona hablaba todo el tiempo la inteligencia colectiva disminuía.
b).- El equipo mostraba
una alta sensibilidad social y por tanto era capaz de detectar cómo se sentían
sus miembros fijándose en su tono de voz, sus gestos y expresiones.
Si queremos que la
“seguridad psicológica” surja en un equipo sus miembros no tienen por qué ser
amigos pero deben mostrar sensibilidad social y asegurarse de que todos son
escuchados.
Laszlo Bock, director
del Departamento de Personas de Google,
como conclusión de los hallazgos del
Proyecto Aristóteles, mantenía que las normas clave eran:
1.- Los equipos tienen
que creer que su trabajo es importante.
2.- Los equipos tienen
que sentir que su trabajo posee un sentido a nivel individual.
3.- Los equipos
necesitan metas claras y roles bien definidos.
4.- Los miembros de un
equipo tienen que saber que pueden depender unos de otros.
5.- Los equipos
necesitan experimentar “seguridad psicológica”.
Esta última es la más
importante según Bock y para conseguirla el líder debe modelar los
comportamientos adecuados, entre los que destacaba: los líderes no deberán
interrumpir a los miembros del equipo durante las conversaciones, porque
establecerán una norma sobre cuándo y cómo interrumpir, demostrarán que están
escuchando sintetizando lo que los demás dicen para asegurarse que han
entendido correctamente, admitirán que no saben algo, no finalizarán una
reunión hasta que todos los participantes hayan tenido la oportunidad de
intervenir en al menos una ocasión, fomentarán que se expresen las
frustraciones y resolverán los conflictos intergrupales a través de una
discusión abierta.
En general, la ruta
para establecer la “seguridad psicológica”, por tanto, comienza por el líder.
Éste debe ser consciente del mensaje que sus elecciones están transmitiendo, de
si está recompensando a los miembros que hablan más alto o procura la equidad
en el reparto de tiempos para exponer sus ideas, de si es un modelo de escucha
activa y si está demostrando sensibilidad hacia las ideas o sentimientos de los
demás.
Si la motivación surge
de dar a los individuos una mayor percepción de control la “seguridad
psicológica” es fundamental cuando éstos se juntan en un equipo. Cuando las
personas se juntan en un equipo en ocasiones deben ceder control a los demás.
Esta es la base de las normas de un equipo: individuos voluntariamente cediendo
parte del control a sus compañeros de equipo. Pero esto solo funciona si los
miembros sienten que pueden confiar unos en otros porque se sienten seguros
psicológicamente.
Como líder de un
equipo, por tanto, es importante ceder el control a los demás y como miembro de
un equipo compartiremos el control demostrando que realmente escuchamos a los
otros y que nos preocupamos por sus sentimientos.
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