Tony Schwartz y Emily Pines
en hbr.org del pasado 23 de marzo plantean que en la situación actual estamos
lidiando con dos infecciones: el virus y las emociones que genera. Las emociones
negativas son tan contagiosas como el virus y son también tóxicas. La fatiga,
el miedo y el pánico minan nuestra capacidad de pensar con claridad, de gestionar
eficazmente nuestras relaciones de forma creativa, de centrar nuestra atención
en las prioridades adecuadas y de tomar decisiones adecuadas e informadas.
El impacto empieza a nivel
fisiológico. La “carga alostática” aparece ya que la persona se ve sometida a
un elemento estresor de forma continuada con lo que su equlibrio interno trata
de recuperarse, pero resulta complicado porque el estresor sigue activo lo que
obliga al cuerpo a vivir con esa sobrecarga, con lo que nuestra capacidad de
soportar el estrés disminuye y la demanda de nuestros recursos internos excede
nuestras posibilidades. El miedo y la incertidumbre desencadenados por la
crisis del COVID – 19 está sometiendo a
una presión extrema a nuestros recursos finitos y las consecuencias incluyen la
toma de decisiones deficiente, el burnout y el colapso nervioso.
Los autores ante esta
situación proponen para que nos cuidemos mejor y seamos más resilientes que
procuremos ser más conscientes de los distintos aspectos de nuestra naturaleza
que influyen en nuestro comportamiento ante las amenazas y el peligro. La parte
más vulnerable, infantil e indefensa es
nuestro “yo agobiado y abrumado”. Tenemos también otro “yo adulto y capaz”.
Este último puede calmar y apaciguar a nuestro yo abrumado. Desgraciadamente cuando
nos sentimos más amenazados es nuestro “yo superviviente” el que entra en
acción para defendernos impulsivamente y con frecuencia de forma contraproducente.
Schwartz y Pines han creado
este modelo de los tres “yo” basándose en investigaciones y trabajos que
abordan el impacto de los traumas en el cuerpo y en el sistema nervioso,
fundamentalmente en el modelo de la “experiencia somática” desarrollado por Peter Levine.
Cuando nos encontramos en un
“modo supervivencia” nuestra visión se estrecha y nuestra corteza prefrontal
progresivamente se cierra. La reactividad sustituye a la deliberación. Las
amenazas pueden movilizar nuestra atención , pero cuando se trata de resolver
problemas complejos que presentan múltiples variables necesitamos nuestros
recursos cognitivos más elevados.
No podemos cambiar lo que no
percibimos por lo que el primer paso que tenemos que dar es ser más conscientes
de lo que estamos sintiendo en cada momento. Esto implica cultivar nuestra
capacidad de observar nuestras emociones en lugar de ser dominados por ellas. Simplemente
con nombrar e identificar nuestros sentimientos nos resultará más sencillo
distanciarnos de ellos, especialmente si son intensamente negativos.
El segundo paso consiste en
calmarnos independientemente de lo que esté ocurriendo a nuestro alrededor. Una
forma eficaz es utilizar nuestra respiración. Inspirando por la nariz contando
hasta tres y espirando por la boca contando hasta seis por la boca lograremos reducir
el cortisol nuestro torrente sanguíneo
en un minuto. El movimiento también ayuda para disminuir el estrés y
tranquilizar el cuerpo y la mente.
Una vez que nos sintamos más
calmados y con mayor capacidad de reflexión es posible que entremos en nuestro “yo
adulto” y cuando adoptamos esta parte de nosotros más fuerte y empática
podremos cuidar de nuestro “yo abrumado” y por ejemplo decirle: “ Es un momento
difícil y tiene sentido que te sientas así “ o “estos sentimientos no van a
durar siempre” o “te puedes sentir mejor y yo voy a ayudarte”. Lo más importante
es que seamos capaces de distinguir entre nuestras distintas partes para que podamos
conseguir que aflore la fortaleza de nuestro “yo adulto” en lugar de sentirnos
dominados por nuestro “yo superviviente”.
Normalmente, en lugar de
hacer esto la mayor parte de nosotros nos inclinamos por buscar evidencias que
apoyan nuestros miedos y no tienen en cuenta el resto de alternativas, con lo
que reaccionamos de forma impulsiva y a la defensiva con lo que empeoramos la
situación al limitar nuestras opciones. Pero si nuestro “yo adulto” toma el
control ampliaremos nuestra perspectiva y podremos distinguir entre los hechos reales,
que se pueden verificar objetivamente , de una determinada situación y las historias
que nos estamos contando y que responden a una creación nuestra para que los
hechos tengan sentido pero que no tienen por qué ser real.
Una vez que hemos hecho esta
distinción es útil plantearnos la siguiente pregunta: “Qué más puede ser cierto
aquí? En lugar de sentirnos desbordados por la crisis de l COVID – 19 podemos intentar
apelar a nuestro “yo adulto” y
centrarnos de forma deliberada en aquello sobre lo que tenemos capacidad para
influir y olvidarnos de lo demás.
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