HBR Press ha publicado
recientemente en su serie sobre Inteligencia Emocional: “Managing your anxiety. Emotional Intelligence." El
libro está compuesto por diversos capítulos en los que distintos autores nos
ayudan a distinguir entre ansiedad y estrés y a abordar estas situaciones en el
mundo laboral.
El estrés y la ansiedad
están relacionados, pero no son estados similares. Ambos son respuestas
normales adaptativas a los desafíos que nos plantea la vida en todos sus
ámbitos, y comparten muchos síntomas, como, por ejemplo, la preocupación, dolores
abdominales, inquietud, tensión muscular, pensamientos incontrolados, dolores
de cabeza o insomnio. Determinar qué es
lo que realmente nos está sucediendo es el primer paso para encontrar alivio y
para ello hay que diferenciar entre:
I.-
ESTRÉS
Surge normalmente como
respuesta ante un desencadenante externo y puede ser agudo (un plazo muy
ajustado para entregar un proyecto) o crónico (problemas económicos duraderos).
En un mundo ideal la duración de la respuesta de estrés se corresponde con su
desencadenante y, una vez éste cesa, el cuerpo retorna a su situación basal.
a).-
Estrés agudo
Cuando estamos
sometidos a un factor desencadenante nuestro cerebro se ocupa de llenar nuestro
cuerpo de hormonas que nos impulsan a reaccionar. La sangre abandona el tracto
digestivo para ir a nuestros miembros para que nos podamos mover de forma más
eficiente y rápida. Nuestro corazón late con más rapidez y nuestra respiración
se acelera ,llevando más oxígeno a la corriente sanguínea.
El estrés surge como un
mecanismo de supervivencia, diseñado para ayudarnos a huir o luchar ante factores
que pueden suponer una amenaza para nuestras vidas. En la actualidad aunque
normalmente las circunstancias de nuestras vidas no son tan amenazantes
nuestros cuerpos no son conscientes de la diferencia y, aunque pueda hacer que
no nos sintamos bien en el momento , puede sernos de utilidad al motivarnos
para que nos mantengamos alerta y actuemos cuando tengamos que hacerlo.
De hecho, la Ley de Yerkes – Dodson propone que niveles moderados de estrés son óptimos para un desempeño cumbre: se suele conocer este estado como de “flow”, niveles bajos de estrés conducen a un bajo nivel de desempeño y un exceso de estrés a una situación innecesaria de lucha o huida.
b).-
Estrés crónico
El estrés se transforma
en algo negativo cuando no nos abandona. El estrés crónico puede conducir a
distintos problemas de salud físicos y mentales, como hipertensión, problemas digestivos,
ansiedad, depresión e insomnio.
El primer paso para
intentar que nuestro cuerpo retorne a su estado basal consiste en hacer una
pausa, procurando alejarnos algo de la situación y reconociendo que nuestro
cuerpo y nuestra mente están en un estado de angustia y aflicción. Desde esta
consciencia podemos empezar a responder más adecuadamente a la situación y
mostrarnos más compasivos con nosotros mismos.
II.-
ANSIEDAD
Mientras la respuesta
de lucha – huida es la característica que define al estrés, la ansiedad tiene
múltiples componentes, incluyendo el pensamiento en exceso. La principal
distinción es que la ansiedad, al contrario que el estrés, es desencadenada,
con frecuencia, internamente por un exceso de pensamientos, como juicios sobre
el pasado o preocupaciones sobre el futuro.
Como el estrés la
ansiedad puede ser útil en determinados escenarios, es un derivado de lo que el
psicólogo Stephen Porges llama. “ nuestro imperativo biológico hacia la
seguridad”. La incomodidad que nos produce está diseñada para alertarnos sobre
algo, para que nos podamos proteger.
Luana Marques,
presidenta de la Asociación Americana de la Depresión y Ansiedad, mantiene que:
“Aunque la ansiedad nos resulte incómoda, puede indicarnos que algo no está
funcionando. Por ejemplo, si no tuviésemos receptores para el dolor y tocamos
una superficie ardiendo, nos quemaríamos. La ansiedad tienen este mismo factor
protector que nos dice que debemos hacer algo de forma diferente.”
Si escuchamos a nuestra
ansiedad, en lugar de intentar acallarla, nos estamos ofreciendo una
oportunidad para romper el círculo vicioso en el que estamos inmersos. Para
ello debemos preguntarnos: ¿Qué está pasando?, ¿Existe una razón para que me
sienta sí? y ¿Qué puedo hacer para solucionarlo?.
Evidentemente es
complicado hacerlo. En las garras de la ansiedad y hasta del estrés, el lóbulo
frontal del cerebro, responsable del control cognitivo, se desconecta, lo que
implica que somos menos capaces de pensar razonablemente y de hacer cosas como
planificar, organizar, pensar en el futuro y controlar nuestros impulsos. En
lugar de eso, la parte más primaria de nuestro cerebro, la amígdala, toma el
control. Los expertos llaman a esta situación: “secuestro amigdalar”.
Si no se actúa cuando aparecen tanto el estrés
como la ansiedad pueden desembocar en problemas mentales severos. Globalmente
los desórdenes ligados a la ansiedad constituyen el mayor problema de salud
mental, afectando a una de cada 13 personas.
El criterio básico para
determinar si el estés o la ansiedad se han convertido en un problema es
analizar si han comenzado a afectar negativamente distintos dominios de
nuestras vidas, tales como el trabajo o las situaciones sociales.
La ansiedad existe a
diferentes niveles y de distintas formas en cada uno de nosotros dependiendo de
nuestra química cerebral, genética, antecedentes, entornos, relaciones
sociales, etc. Se convierte en un problema cuando nos parece que se ha
transformado en inmanejable, lo cual significa cosas diferentes para cada
persona.
Sea de forma
independiente o con la ayuda de un terapeuta la clave para gestionar la
ansiedad está en aprender a identificarla, a entenderla y a responder ante ella
con autocompasión. Charlotte Lieberman propone las siguientes prácticas,
basadas en investigaciones, que pueden ayudarnos a manejar mejor la ansiedad,
independientemente de lo que signifique para nosotros:
1.-
Identificar y conocer nuestra ansiedad
Cuando interpretamos
nuestras propias emociones dolorosas como una amenaza, ante la que debemos huir
o luchar, nos convertimos en el enemigo. Por lo que en lugar de trabajar contra
nosotros mismos e intentar huir o resistir ante los sentimientos negativos
debemos procurar recibirlos y reconocerlos.
Investigaciones
muestran que técnicas de mindfulness como las de control de la respiración
pueden reducir la ansiedad y mejorar la cognición, nos ayudan a conectar con la
zona del cerebro responsable de la consciencia, concentración y toma de
decisiones ( la corteza prefrontal) y nos ayudan a entrar en un estado más
calmado y centrado. De esta forma podemos pensar con mayor claridad y tomar
decisiones mejores y más reflexionadas, en lugar de apoyarnos en la parte de
nuestro cerebro que considera la ansiedad como una amenaza ( la amígdala).
Una técnica recomendada
por la autora cuando sintamos que la ansiedad nos está golpeando consiste en hacer
una pausa y realizar el siguiente ciclo de respiración: inhalar durante cuatro
segundos, exhalar cuatro segundos
contener la respiración otros cuatro segundos. Esta técnica es una forma
eficaz y rápida para calmar al sistema nervioso, al engañar a nuestra mente
para que piense que nuestro cuerpo está relajado, Una vez que nos hemos
relajado podemos imaginar que abrimos nuestra puerta principal y decimos: “Hola
ansiedad, gracias por venir pero no estoy libre ahora”.
El objetivo es ir
suavemente creando una distancia entre nosotros, nuestros pensamientos y
nuestras emociones. Ubicar dónde residen en nuestro cuerpo los sentimientos
incómodos también ayuda, por ejemplo identificando si es una sensación de
angustia en el pecho o molestias en el estómago. Simplemente tenemos que
identificarlo e intentar alejarnos de nuestra incomodidad, para intentar
relacionarnos con ella de una forma más clara, ganando el alivio de la
perspectiva para interpretar que estamos inmersos en una desagradable
experiencia pero que es solo eso, esto no soy yo.
2.-
Elegir un ancla
Las rutinas nos ayudan
a disminuir los sentimientos generales de ansiedad y con frecuencia son antídotos
eficaces para aquellos que padecen desórdenes mentales más severos. Repetir lo
mismo a intervalos regulares transmite a nuestras mentes que estamos seguros.
Independientemente de
la rutina que seleccionemos debemos convertirla en un compromiso formal.
3.-
Reformular la autodisciplina como una forma de amabilidad
Para las personas que
tienen ansiedad el auto cuidado y la disciplina que conlleva puede ser una
fuente importante de estrés. La meditación y el yoga son consideradas por la
autora como “disciplinas de apoyo”. Centrarnos en la respiración y suavemente
liberarnos de las distracciones cuando
surgen, requiere tanto amabilidad como disciplina. Si la meditación no nos
resulta de utilidad existen otras muchas formas de mostrarnos “amables” con nosotros
mismos y sintonizar con el momento presente, como probar nuevos hobbies, como
hacer ejercicio, dibujar o escuchar música, por ejemplo, que sirven para
reducir la ansiedad y regular las emociones. La clave está en encontrar que es
lo que nos sirve a nosotros y hacerlo.
4.-
Visualizar el cambio positivo
Inmersos en la ansiedad
tener la motivación para hacer algo
puede ser complicado. Podemos intentar conectar con el sentimiento positivo que
va a resultar de realizar la acción que nos parece difícil, ya sea ir a correr
o levantarnos por la mañana. Simplemente el hecho de imaginar el éxito está
correlacionado con la motivación y el
logro de metas.
Mientras nos imaginamos
lo bien que nos vamos a sentir debemos procurar animarnos a nosotros mismos
como lo haríamos a un buen amigo. Existen numerosas investigaciones recientes
que demuestran los beneficios del “autodistanciamiento”, al que los investigadores
comparan con la “experiencia de buscar el consejo de un amigo ante un problema
complicado”. En lugar de encontrarnos inmersos en el doloroso y con frecuencia
paralizante sentimiento de ansiedad, podemos momentáneamente visualizarnos
ofreciendo ayuda a un buen amigo.
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