Adam Grant en su último
libro:“Think again. The power of knowing what you don´t know” plantea que
cuando las personas piensan en lo que es necesario para ser apto mentalmente la
primera idea que les viene a la cabeza
suele es la inteligencia. Cuanto más inteligente seas mejor y más rápidamente podrás
resolver problemas complejos. La inteligencia, tradicionalmente, se considera
que es la habilidad de pensar y aprender, pero en un mundo turbulento como el
actual existen otra serie de habilidades cognitivas que pueden ser más
importantes: la habilidad de repensar y de desaprender.
En relación con
repensar un ejemplo claro es lo que ocurre con los exámenes de test cuando los
alumnos revisan sus respuestas. Diversos estudios han mostrado que los
resultados mejoran. En ocasiones no repensamos por la “pereza cognitiva”. Algunos
psicólogos piensan que las personas podemos ser “tacaños mentales” ya que
frecuentemente preferimos elegir la comodidad de aferrarnos a nuestras ideas en
lugar de afrontar las dificultades de asumir otras nuevas. Pero existen otras
fuerzas más profundas que están detrás de nuestra resistencia a repensar. Si
nos cuestionamos a nosotros mismos el mundo se vuelve más impredecible al
requerir que admitamos que los hechos han podido cambiar y que lo que en su día
era correcto ahora puede no serlo. Reconsiderar algo en lo que creemos
fervientemente puede amenazar nuestra identidad y hacer que sintamos que
estamos perdiendo parte de nosotros mismos.
Repensar no implica una
lucha interna en todas las facetas de nuestra vida. Por ejemplo en el caso de
nuestras posesiones tendemos a actualizarlas sin problemas, como hacemos, en el
caso de nuestra ropa si se pasa de moda
o de nuestra cocina para hacerla más práctica. Sin embargo, en relación con
nuestro conocimiento y opiniones tendemos a mantenernos firmes: escogemos la
comodidad de las convicciones sobre la incomodidad de la duda y escuchamos los
puntos de vista que hacen que nos sintamos bien, en lugar de las ideas que
puede que nos hagan pensar en profundidad.
En los casos de estrés
agudo las personas normalmente regresan a las respuestas automáticas y bien
aprendidas. Esto es un hecho adaptativo que puede ser útil siempre que no encontremos
en el mismo tipo de entorno y situación en el que esas reacciones eran
necesarias, pero si es diferente podemos encontrarnos con muchos problemas.
Nuestra forma de pensar
se convierte en hábitos que nos pueden hundir
si no nos preocupamos de cuestionarlos hasta que sea demasiado tarde. Tenemos la
tendencia de aferrarnos a nuestras presunciones,
instintos y hábitos, pero, por ejemplo, lo sucedido en el último año en que nos
hemos visto obligados a cuestionar muchas de nuestras certezas como que era
seguro ir a un hospital, comer en un restaurante o abrazar a nuestra familia y
amigos.
La mayor parte de las
personas se sienten orgullosas de sus conocimientos y experiencias, así como de
mantenerse fieles a sus creencias y opiniones. Esto tiene sentido en un mundo
estable pero al vivir en un mundo en constante y rápido cambio tenemos que
dedicar el mismo tiempo a pensar que a repensar.
Con los avances en el
acceso a la información y a la tecnología el conocimiento no solo se está
incrementando, lo está haciendo a gran velocidad. En 2011 el consumo de
información diario era 5 veces mayor que un cuarto de siglo antes. En la década
del os 50 del siglo pasado tenían que pasar 50 años para que se duplicase el
conocimiento en medicina. En los años 80 lo hacía cada 7 años y en 2010 cada 3,5 años. Este ritmo acelerado de cambio
hace que tengamos que estar dispuestos a cuestionar nuestras creencias más que
en tiempos pasados, lo cual no es tarea fácil.
Somos rápidos en
reconocer cuándo tienen que repensar algo los demás. Cuestionamos el juicio de los
expertos cuando pedimos una segunda opinión en un diagnóstico médico, por ejemplo.
Desgraciadamente cuando entran en juego nuestro conocimiento y opiniones con
frecuencia escogemos sentirnos bien sobre tener razón. Tenemos que desarrollar
el hábito de formar nuestras propias segundas opiniones.
Phil Tetlock, hace dos
décadas, descubrió algo peculiar: al pensar y hablar con frecuencia nos ponemos
en el patrón mental correspondiente a tres profesiones diferentes y cuando lo
hacemos adoptamos una identidad particular y utilizamos una serie de
herramientas. Éstas son:
1.- Predicador.
Entramos en este patrón mental cuando vemos amenazadas nuestras creencias
sagradas y ofrecemos sermones para proteger y promover nuestros ideales.
2.- Fiscal. Recurrimos
a este patrón cunado reconocemos fallos y errores en el razonamiento de otras
personas y reunimos argumentos para demostrar que están equivocados y ganar
nuestro caso.
3.- Político.
Utilizamos este patrón cuando buscamos convencer a una audiencia: hacemos
campaña para conseguir la aprobación de nuestros constituyentes.
El riesgo radica en que
estemos tan inmersos en predicar que tenemos razón, en demostrar que otros no
la tienen y en hacer política para lograr apoyos que no nos paremos ni
molestemos en repensar la validez de nuestras propias ideas.
Si somos científicos,
en cambio, repensar es fundamental, ya que se espera que seamos conscientes de los
límites de nuestro entendimiento, que seamos capaces de cuestionar lo que
sabemos, de ser curiosos sobre lo que no sabemos y de actualizar nuestros
puntos de vista en función de los nuevos datos. Pero ser un científico no es
solo una profesión , es un estado mental, una forma de pensar que difiere de la
del predicador, fiscal o político. Adoptamos ese patrón mental cuando buscamos
la verdad: realizamos experimentos para testar las hipótesis y descubrir el
conocimiento. Las hipótesis tienen tanta importancia en nuestras vidas como en
un laboratorio y los experimentos pueden informar nuestras decisiones diarias.
Así como no tenemos que
se un científico profesional para razonar como uno, ser un científico
profesional no garantiza que éste utilice las herramientas de su profesión. Los
científicos se convierten en predicadores cuando presentan sus teorías
favoritas como el evangelio y tratan a las críticas bien razonadas como
sacrilegios. Se tornan políticos cuando dejan que sus opiniones se vean
influidas excesivamente por la popularidad en lugar de por la exactitud y
entran en el patrón fiscal cuando se centran en desacreditar las ideas de otros
en lugar de en descubrir algo nuevo.
Diversas
investigaciones muestran, por otro lado, que cuanto más altos sean nuestros
resultados en tests de inteligencia más facilidad tendremos para caer en
estereotipos porque somos más rápidos a la hora de reconocer patrones. Experimentos
recientes sugieren que cuanto más inteligentes seamos más dificultades
tendremos para actualizar nuestras creencias.
En psicología existen
dos sesgos que apoyan este patrón:
a).- Confirmación o ver
lo que esperamos ver.
b).- Deseabilidad o ver
lo que queremos ver.
Ambos no solo entorpecen
el uso de nuestra inteligencia también pueden convertirla en un arma contra la
verdad y encontramos razones para predicar nuestra fe más intensamente,
defender nuestro caso con más pasión o aceptar todas las consignas de nuestro
partido político.
El sesgo favorito del
autor es el de : “Yo no tengo prejuicios”, por el que las personas creemos que
somos más objetivos que los demás, siendo las más inteligentes las que suelen
caer en esta trampa. Cuanto más brillantes somos más dificultades tenemos para
ver nuestras limitaciones. Ser buenos a la hora de pensar puede hacer que
seamos peores a la hora de repensar.
Cuando adoptamos el
patrón mental del científico nos negamos a que nuestras ideas se conviertan en
ideologías. No empezamos a liderar con respuestas o soluciones sino con
preguntas y acertijos, no predicamos desde la intuición, enseñamos desde la
evidencia y no solo mantenemos un escepticismo sano sobre los argumentos de los
demás sino que nos atrevemos a estar en desacuerdo con nuestros propios
argumentos.
Pensar como un
científico implica algo más que reaccionar con una mente abierta. Significa
mostrar activamente una mente abierta, buscando las razones por las que podemos
estar equivocados y no solo las que demuestran que podemos tener razón y
revisar nuestros puntos de vista basándonos en lo que aprendamos.
Esto rara vez ocurre en
cualquiera de los otros patrones mentales. En el del predicador cambiar
nuestras ideas es una señal de debilidad moral mientras en el científico es una
señal de integridad intelectual. En el caso del patrón del fiscal dejar que nos
persuadan es admitir una derrota, mientras en el científico es un paso hacia la
verdad y por último en el del político nos movemos como respuesta al palo y la
zanahoria y por el contrario en las mismas situaciones con el patrón científico
variamos y nos movemos ante la fuerza de la lógica y de los datos exactos.
Grant plantea que, a
pesar de lo expuesto, no debemos tener una mente abierta en todas las
circunstancias. Existen situaciones en las que está justificado actuar como un
predicador, fiscal o político, lo cual no implica que la mayoría de nosotros no
nos beneficiemos de mostrarnos más abiertos la mayor parte del tiempo porque es
con el patrón mental del científico con el que desarrollamos agilidad mental.
Cuando el psicólogo
Mihaly Csikszentmihalyi estudió a eminentes científicos como Linus Pauling y
Johan Salk concluyó que lo que les diferenciaba era su flexibilidad cognitiva,
su deseo de “ir de un extremo a otro cuando la ocasión lo requiere”. Similar
patrón se ha encontrado en el caso de grandes artistas y arquitectos muy
creativos.
El proceso de repensar,
según el autor, se desarrolla en un círculo. Comienza con la humildad
intelectual siendo conscientes de lo que no sabemos. Podemos hacer un listado
de las áreas en las que somos unos ignorantes. Reconocer nuestras carencias
abre la puerta a la duda y al cuestionarnos nuestros conocimientos empezamos
asentir curiosidad por aquella información que nos estamos perdiendo. Esta
búsqueda nos lleva a nuevos descubrimientos, que a su vez refuerzan nuestra
humildad al ver todo lo que nos queda por aprender. Si el conocimiento es poder,
saber qué es lo que no conocemos es sabiduría.
El pensamiento científico
favorece la humildad sobre el orgullo, la duda sobre la certidumbre, la
curiosidad sobre la cerrazón. Cuando lo abandonamos el circulo de repensar se
rompe y da paso al del exceso de confianza. Si estamos predicando somos
incapaces de ver lagunas en nuestro conocimiento porque pensamos que ya hemos
encontrado la verdad. El orgullo alimenta las convicciones en lugar de las
dudas lo que nos hace ser como fiscales decididos a cambiar las mentes de los
demás pero no las nuestras, cayendo en los sesgos de confirmación y
deseabilidad. Nos podemos convertir en
políticos, finalmente, que rechazan o ignoran aquello que no va a ser bien
visto por sus constituyentes, sean los jefes, compañeros, etc, a los que
queremos impresionar.
Nuestras convicciones
pueden encerrarnos en prisiones y la solución no consiste en acelerar nuestro
pensamiento sino en acelerar nuestra capacidad de repensar. La maldición del
conocimiento es que cierra nuestras mentes a lo que no sabemos. El buen juicio
depende de tener la habilidad y el deseo de abrir nuestras mentes.
Ciertamente resulta enriquecedora la comparación que se hace entre el raciocinio en diferentes roles que cumplen los hombres. La conclusión de mantener la mente abierta, siempre contrastara con la normatividad y la moral que se nos presenta como requisito para la convivencia.
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